Barcelona, ciudad literaria
Lo mejor de proponerse escribir un artículo sobre la literatura en Barcelona es que nadie podrá pretender que se trate de un estudio exhaustivo, sino, necesariamente, de merodeo, porque el tema daría para una monografía de muchos cientos de páginas (y, de hecho, alguna existe). Basta pensarlo unos segundos para advertir que Barcelona es una […]
Lo mejor de proponerse escribir un artículo sobre la literatura en Barcelona es que nadie podrá pretender que se trate de un estudio exhaustivo, sino, necesariamente, de merodeo, porque el tema daría para una monografía de muchos cientos de páginas (y, de hecho, alguna existe). Basta pensarlo unos segundos para advertir que Barcelona es una ciudad maravillosamente preñada de literatura, hasta el punto de que es, muy probablemente, la ciudad española que ha sido mejor escrita por sus hijos e hijas, o por sus habitantes. Cada barrio de Barcelona tiene a su poeta, a su cantor, a su cronista, de modo que se podría hacer un mapa de la ciudad construido sobre citas, sobre personajes inolvidables, sobre situaciones que todos, incluso quienes no han pisado esas calles, hemos compartido, sufrido o disfrutado.
Al llegar a Barcelona, don Quijote vio el mar por primera vez en su vida. Ese momento sublime para él y, por extensión, para la historia del mundo, es de una belleza tan monumental como discreta. Que gracias a su “locura” don Quijote pudiera contemplar algo que jamás hubiera podido mirar si no hubiese sido gracias a sus delirios (esto es, gracias a la lectura, gracias a la literatura) es lo que justifica de sobra su impulso de salir a los caminos. Cervantes pasa de puntillas sobre ello, y así le da más fuerza: a buen entendedor… Gracias a la lectura, una vida condenada a la grisura puede acabar en la playa, inconcebible para un manchego de su tiempo que no se dedicara a la milicia o a las conquistas.
Es también en Barcelona donde don Quijote, en otro pasaje famoso, visita una imprenta, lo cual nos permite dejar ya dicho, aquí al principio, que Barcelona ha sido, indiscutiblemente, la capital de la industria editorial de nuestro país, hasta hoy mismo. En el siglo XX nadie ha podido disputar a esa ciudad su liderazgo en ese ámbito nuestro, desde las maravillosas tipografías, revistas y colecciones que inspiró el fecundo Modernismo catalán, hasta el panorama de hoy, protagonizado por el Grupo Planeta (lo cual quiere decir su veterano, célebre y decisivo premio, pero también hablamos de Tusquets, Seix Barral, Espasa…). También el grupo Random House Mondadori plantó una bandera crucial en la ciudad, asimilando Grijalbo, Literatura Random House o, más recientemente, Salamandra, pero también las iniciativas independientes han logrado una trascendencia tan incontestables como la de Anagrama, a la que se han ido sumando las de Galaxia Gutenberg, Acantilado (emparentado con los Quaderns Crema) o Libros del Asteroide, entre muchísimas otras. Y, en catalán, hay que mencionar al Grup 62, también vinculado a Planeta (y que engloba a sellos clásicos como Columna, Proa o Empúries). Aparte, es ejemplar el trabajo editorial de muchísimas instituciones.
El quadern gris de Josep Pla (para muchos, el mayor prosista español del siglo XX) comienza el 18 de marzo de 1918, cuando se cierra la Universidad de Barcelona por una epidemia de gripe y Pla ha de regresar a Palafrugell. Sirva ese hito para, de pandemia a pandemia, ir trazando los fenómenos principales de la literatura de la ciudad desde la Guerra Civil, lo cual nos lleva directamente a comenzar por alguien tan querida, leída e importante como Carmen Laforet. Ella ganó, con no poco escándalo (ya lo contamos aquí), la primera convocatoria del otro gran premio literario de la ciudad, el Nadal, con una primera novela, Nada, que, escrita con tanta juventud como madurez, nos contó para siempre la vida de una familia poco feliz en la primera posguerra. En la primera línea de la novela Andrea llega en tren a esa ciudad desconocida para estudiar Humanidades en esa misma universidad donde había andado Pla, y la calle Aribau, anexa a esas facultades (y tradicionalmente llena de librerías), es el epicentro inmortal de un texto en el que también, en un pasaje alucinante, la protagonista persigue a su tío por los inquietantes callejones del Barrio Chino, el actual Raval.
Quien haya leído a Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza o Carlos Zanón no necesita haber recorrido esas calles para conocerlas. Y, ya que citamos a Mendoza, retrocedamos para recordar que son sus dos mayores novelas, La ciudad de los prodigios y La verdad sobre el caso Savolta, las que pueden bastar para saber lo fundamental sobre cómo era, en la primera, Barcelona al despertar el siglo XX, y cómo era la Barcelona anarquista y pistolera de los años veinte. Sobre la Barcelona inmediatamente anterior a la guerra, hay otras dos lecturas esenciales, escritas por no barceloneses: Lo rojo y lo azul, del aragonés Benjamín Jarnés, y, ya entrando en 1936, la ineludible Campo cerrado, del parisino-valenciano Max Aub.
Para entender el franquismo en Barcelona es estrictamente necesario leer las novelas de Mercè Rodoreda, pero también las de Ignacio Agustí, o las memorias de Martín de Riquer y el editor Rafael Borràs Betriu, entre muchísimos otros títulos, imposibles de listar aquí (pero nadie debería perderse El día de mañana, la novela donde el zaragozano en Barcelona Ignacio Martínez de Pisón retrató la vileza a la que, por pura necesidad de supervivencia, se entregaron algunos delatores, infiltrados en grupos de resistencia al régimen). También muchos poemas de Joan Margarit atraviesan todos aquellos años, y, ya que hablamos de poetas, dejemos ya consignada la consabida importancia del grupo de Barcelona, esos poetas tan estudiados por Carme Riera que, nacidos en años que les impidieron luchar en la guerra, vivieron sin embargo radicalmente condicionados por lo sucedido en 1939. Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Alfonso Costafreda, J.M. Fonollosa o José Corredor-Matheos (manchego pero en Barcelona desde 1936).
La poesía en Barcelona daría para otro grueso libro. Es frustrante por insuficiente, pero a la vez necesario, dejar simplemente dicho que Barcelona es uno de los focos centrales de la escritura y edición de poesía en España, que ha dado lugar a escuelas, movimientos, revistas y colecciones, desde algunas iniciativas preciosas de los años veinte, hasta los proyectos actuales, como la joven editorial Ultramarinos (donde, según han reconocido, se inspiran vagamente en el diseño de la determinante colección Ocnos, dirigida por Joaquín Marco a comienzos de los 70). No hablamos solo de poetas catalanes, desde luego, sino que a Barcelona han acudido (o en Barcelona han publicado) muchos de los/as principales poetas españolas/es de las últimas décadas, así como cientos de poetas hispanoamericanos/as. Lo cual da pie a citar uno de los poemas más enigmáticos y hermosos de Roberto Bolaño, que en “Tardes de Barcelona” mandó una postal a alguien en la que le decía que “En el centro del texto está la lepra. // Estoy bien. Te quiero / mucho. Escribo / mucho”.
Y Bolaño nos da pie a resolver también el asunto de lo que Barcelona, por encima incluso de París, tuvo de “capital del Boom”. Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, José Donoso, Jorge Edwards o la última Premio Cervantes, Cristina Peri Rossi, residieron en Barcelona, muy bien amadrinados por la agente literaria Carmen Balcells, como ha estudiado con detalle el periodista Xavi Ayén. Y esa tradición ha tenido larga continuidad, pues hoy viven en Barcelona el mexicano Juan Pablo Villalobos, el argentino Rodrigo Fresán o el chileno Bruno Montané, coprotagonista este último de Los nombres impares, del extremeño en Barcelona Álex Chico, una investigación sobre el grupo de poetas “real-visceralistas” que también es una incursión estupenda por el barrio de Vallcarca.
No acabaríamos nunca, porque, volviendo atrás, pero siguiendo con los barrios modestos, el Guinardó será para siempre el territorio “gestionado” por la literatura de Juan Marsé. Las novelas detectivescas y humorísticas de Eduardo Mendoza han explorado la ciudad desde los suburbios más insalubres hasta los palacios de Pedralbes. Toda la serie del detective Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán es otra guía literaria de Barcelona, en un plano horizontal, puramente geográfico, y también vertical, de clase. En Barcelona y sus vidas, ese maestro que fue Carlos Pujol descendió a lo cotidiano y menudo, mientras que los geniales cuentos de Quim Monzó o las magníficas narraciones de Sergi Pàmies (incluida La gran novela sobre Barcelona, que es un libro de relatos) también han escrutado la ciudad, donde también se desarrolla buena parte de la obra de Enrique Vila-Matas, con toda la libertad que se le presupone, mientras que Sergio Vila-Sanjuán ha retratado a las clases burguesas en Una heredera de Barcelona y otras novelas.
La nueva generación de escritores de la ciudad es la formada por nombres como los de Kiko Amat, Miqui Otero, Jordi Amat el ya citado Zanón, Laura Ferrero, Jordi Nopca o Albert Lladó, que en La travesía de las anguilas nos llevó de la mano a, claro, la calle de las Anguilas, en plena Ciudad Meridiana. Por su parte, Carlos Ruiz Zafón levantó una magistral (sí: magistral) Barcelona medio fantástica en La sombra del viento. Y, ya que hablamos de fantasía, con mucha intención hemos querido dejar para el broche de este repaso a la inolvidable Ana María Matute, que escribió libros desgarradores, y que al final, en sus últimos libros, se sumergió a conciencia en la magia, en la imaginación, en la eterna infancia.
Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan’