Cuestionario librero 104: Vicente Velasco Montoya
Es, muy probablemente, el hombre más afable del mundo. Y, sin su entusiasta y constante colaboración, esta página de ‘Las Librerías Recomiendan’ sería notablemente más gris. Se llama Vicente Velasco Montoya y, aparte de ser el librero de La Montaña Mágica, la librería de Cartagena, es poeta. Nieto e hijo de zapateros, prefirió las ficciones […]
Es, muy probablemente, el hombre más afable del mundo. Y, sin su entusiasta y constante colaboración, esta página de ‘Las Librerías Recomiendan’ sería notablemente más gris. Se llama Vicente Velasco Montoya y, aparte de ser el librero de La Montaña Mágica, la librería de Cartagena, es poeta. Nieto e hijo de zapateros, prefirió las ficciones y las cimas y las magias a poner los pies en la tierra, y allá anda, con el día a día de los albaranes y con el tiempo sin tiempo de los sueños. El año pasado publicó su último libro de poemas, Conspiraciones desde la entropía (que recomendamos aquí), y es por su calidad de autor de calidad por lo que salimos a su encuentro para que responda al “cuestionario librero”. Aprovechando una escapada a Cartagena para entregar a Eloy Sánchez Rosillo el Premio ‘Las Librerías recomiendan’ de Poesía por La rama verde, pasamos unas horas con Vicente y le pasamos esas nueva preguntas que conoce tan bien. La última, sólo para el, se la lanza el también poeta y también librero José Daniel Espejo.
[Fotografía: Vicente Velasco Montoya, en Cartagena, 25 de mayo de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
Recuerdo leer desde bien pequeño y poco a poco fueron cayendo los libros que mis padres tenían en casa. Así que mi primer periodo fue más errático de lo que hubiese deseado (mucha fantasía, novela de terror y ciencia ficción). Como todo proceso, el de la lectura también tiene sus peldaños, y es en esos pequeños y determinantes saltos en los que mucha gente pierde el hábito de la lectura. Yo, por causalidades del destino, en mi último año de instituto cogí una bronquitis severa que me tuvo en cama varios días y por suerte tenía a mano un ejemplar de doscientas pesetas de La Ilíada. Ahí empezó todo, sin lugar a dudas. El resto ya es historia.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
La verdad es que, más que parecerme, quedé prendado por el halo de varios de ellos. Por ejemplo Banquo, de la obra de Shakespeare Macbeth, Tom Joad de Las uvas de la ira de Steinbeck, Jimmy Herf de Manhattan Transfer de Dos Passos o Meursault de El extranjero de Albert Camus.
En realidad se podrían nombrar muchos más porque, en definitiva, un lector no deja de ser (parcialmente) un constructo de sus lecturas y, por ende, de aquellos personajes que hubiese destacables en ellas.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
Sinceramente, hoy por hoy soy carne de ensayo. Pero no del divulgativo o edulcorado (al cual no critico porque éste se debe a un tipo de lector menos instruido, pero que nunca debiera suplantar al verdadero “manual”) sino de aquellos que ahondan en el conocimiento y los hechos fundamentales de nuestra sociedad de manera interdisciplinar, horizontal y transversal. Por ejemplo, ahora mismo estoy inmerso en la relectura de los títulos actualmente publicados por José Luis Villacañas bajo el lema de “La inteligencia hispana. Ideas en el tiempo”.
La segunda de las preguntas tiene su gracia porque, como ya sabéis, soy librero desde hace ya casi seis años. Podría pensarse que mi visión estará viciada por el oficio, pero tengo una cosa clara: aquel establecimiento que solo tenga las típicas novelas de novedad, tenga una sección de autoayuda o psicología de tres al cuarto, y/o demasiado fanzine, pues nunca tuvo mi bendición. Y yo nunca acepto recomendaciones. Lo siento.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
Sin problemas: La broma infinita de Foster Wallace. No es que la tenga en mi lista de pendientes, es que no pude terminar el libro. No sabría decirte las razones. Quizás descubrí al autor tras la horca de su vida. No sé. Quizás yo también acabe en la horca sin habérmela leído.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Por desgracia mi nivel de lenguas extranjeras es paupérrimo, pero por suerte España cuenta ahora mismo con un altísimo nivel de editoriales que están realizando nuevas traducciones muy destacables. Lo que habría que hacer es un mayor esfuerzo por parte de todos (empezando por las editoriales) en convertir los clásicos universales en novedad. No es posible seguir este ritmo tan acelerado de desmesura en la publicaciones.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
A ver, he gastado mucho, mucho dinero. Mis libros se reparten actualmente entre dos casas y varias pilas de cajas. Pero esto no es inconfesable. En definitiva es como la secuencia de mi ADN particular. El vicio que si tengo es el de oler los libros. Y cuando uno huele mal (que los hay, por desgracia) me dan ganas de tirarlos a la papelera. Y por cierto, solo he tirado dos libros en mi vida: el primero El ocho de Katherine Neville. Este incidente fue por culpa de una profesora horrible que tuvimos en la carrera de Historia, la cual nos mandó leer esta novelilla para hacer un estudio sobre “relaciones de género”. Vamos, una soberana estupidez. El segundo lo he tirado hoy mismo, día 24 de mayo del 2021, pero voy a omitir al autor y el título de la obra por cortesía.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
La verdad que ni idea. Hay clientes que me ven de una manera, otros de otra; después se juntan y llegan a otras conclusiones y, claro, resulta que no dan nunca con la tecla. Digamos que estoy convencido de mi trabajo más allá del fin lucrativo del mismo. Lo demás ya va por días.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Tengo que mirar a los ojos de la gente que trabaja allí, o a los ojos del dueño si es que está solo. Soy nieto e hijo de comerciantes y sé detectar a kilómetros a un mentiroso vendiendo o a un vendedor mintiendo, que no es lo mismo (esto también se extiende a muchos autores de todo tipo de géneros literarios que he conocido, por cierto). No me vale ninguno de los dos, eso vaya por delante. Pero, por no quedarme solo en el mundo, hago la vista gorda la mayor parte de las veces y me fijo en la selección, que es lo primero que ves, como se deja fluir la librería por el orden de sus títulos, etcétera.
No es fácil ser librero en estos tiempos, eso que vaya por delante. Así que mi amor eterno a todos.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.
Me lo habéis puesto muy fácil. Clásico: La montaña mágica de Thomas Mann y El otoño del patriarca de García Márquez (o, para los más puristas, Historias de Heródoto de Halicarnaso).
Reciente: Solenoide de Mircea Cartarescu, la primera gran obra del presente siglo.
[Y la pregunta 10 la lanza el poeta José Daniel Espejo, que también es librero en Libros Traperos (Murcia):]
“Todos los libreros tenemos en mente una venta mítica que hicimos alguna vez, tipo el día en que un señor entró preguntando por un Pérez-Reverte y le colocamos la bibliografía completa de Italo Calvino en Siruela, por ejemplo. Cuál es la tuya, expláyate, disfrútalo”.
De estos ejemplos tengo muchas historias y muy variadas. Me acuerdo perfectamente, hace ya bastantes años, que por las fiestas de Navidad una chica vino buscando poesía tipo Marwán y demás; ella noto que mi mirada se tornaba entre gris y carbón, a lo que contestó (muy sutil ella) si tenía alguna otra sugerencia. Finalmente se llevó La realidad y el deseo de Luis Cernuda. Cierto es que nunca la he vuelto a ver, pero será porque habrá conseguido una beca Erasmus. Otra bastante jocosa es cuando un hombre vino decidido a comprarse el libro de Roca Barea Imperiofobia, el cual detesto, y acabó llevándose, tras una charla educacional por mi parte, Imperiofilia de Villacañas. Resulta que esta persona vino pasado un tiempo y me agradeció esa vuelta de tuerca.
Pero la más sonada y despiadada por mi parte es aquella vez que entró un militar gaditano directo a comprar el Premio Planeta de turno y le pregunté: “¿Tú quieres ser feliz?”, a la que él no supo responderme. Le puse Solenoide de Cartarescu en sus manos, le miré a los ojos fijamente y le dije: “Nunca te olvidarás de mí”. Supongo que partiría a algún destino alejado de Cartagena, pero tengo claro que alguna vez soñará con mi cara.