Cuestionario librero 109: Catherine François
¿Quién podría en este mundo no desear saberlo todo acerca del viejo maestro Laozi, astrólogo guardián de los archivos del país de Chu, o sobre ese hermano bandolero que tuvo un amigo de Confucio (y que le espetó a éste, cuando acudió a enmendarlo, que “quien no busca satisfacer sus deseos y no cuida de […]
¿Quién podría en este mundo no desear saberlo todo acerca del viejo maestro Laozi, astrólogo guardián de los archivos del país de Chu, o sobre ese hermano bandolero que tuvo un amigo de Confucio (y que le espetó a éste, cuando acudió a enmendarlo, que “quien no busca satisfacer sus deseos y no cuida de su vida ignora cuál es el verdadero camino”)… Las suyas y cien más son las “Historias de la antigua sabiduría china” que figuran en el subtítulo del último libro de la investigadora y escritora Catherine François (París, 1953), La senda de las nubes, libro de plenitud donde ha volcado treinta y cinco años de pasión erudita por el remoto pensamiento chino. Ya en Caminos bajo el agua recreó los mitos que circulan por las orillas del río Amarillo, pero el libro de hoy llega más lejos: traducido por el músico Santiago Auserón (que es también el dedicatario) y por el poeta Jenaro Talens, se trata más de una reconstrucción narrativa que de un ensayo al uso, y acompasa la tensión propia del relato a la búsqueda de armonía y quietud de aquella filosofía. “El mundo persigue un único objetivo por caminos diferentes”, leemos en él, y no sería mala sentencia para explicar lo que busca también la buena literatura. Catherine François nos recibe en su casa a las afueras de Madrid (vive desde 1975 en España) y allí, entre ideogramas y copas de vino, le ofrecemos el cuestionario librero.
[Fotografía: Catherine Françoise, en Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2 de junio de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
Antes de saber leer disfrutaba de los libros para niños que me leía mi madre. Me gustaban las historias que despertaban emociones fuertes, como el miedo o la pena. Lloraba con Sin familia, de Hector Malot, de la que, más tarde, se hizo una adaptación para la pantalla. Pero mi afición a la lectura surgió cuando descubrí, hacia los doce años, las obras de Julio Verne, que me abrieron un mundo nuevo y fascinante. Esas dos etapas corresponden más o menos al paso de la infancia, en la que dependes de la familia, sin la cual vagar por el mundo representa un peligro, a la adolescencia, en la que puedes descubrir territorios con mayor independencia.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Durante la adolescencia me dejé seducir por el romanticismo, y me acuerdo que me identifiqué con Esmeralda, la hermosa huérfana de Nuestra Señora de París de Victor Hugo. De joven, cuando me gustaba una novela, me ponía en la piel del protagonista, hombre o mujer, porque me daba la oportunidad de salir de mí misma y vivir aventuras. Ahora leo literatura experimental donde los personajes son más bien difusos, y cuando me gusta una obra, lo que me gustaría ser es su autora.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
Como soy consciente de la influencia que tienen mis lecturas en el momento de escribir, prefiero una obra cuyo estilo esté en armonía con lo que necesito para el proyecto que me ocupa en ese momento, o bien cuya temática me pueda ser útil. Los libros que leo por puro placer provienen a menudo de una referencia interesante que he encontrado en otro libro. Los libreros no pueden ayudar mucho en esa elección tan privada, salvo excepciones, es muy difícil aconsejar a otra persona cuyos gustos dependen del azar.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
He intentado varias veces seguir la pista de los surrealistas. Empecé por André Breton, pero no he podido profundizar. Siempre caigo en la tentación de leer a un nuevo autor, novelista o poeta, pero ninguno me ha convencido totalmente. Creo que la revolución surrealista fue necesaria en su tiempo, pero la veo más como una reacción espontánea de una generación en un momento histórico que como un movimiento literario duradero, como pueden ser el Naturalismo o incluso el Romanticismo, que han dejado obras magistrales. Sin embargo, entiendo perfectamente la atracción que ejerce el surrealismo en los adolescentes que quieren romper con los esquemas inculcados en la escuela. Hay dos excepciones que están por encima de esta objeción: la poesía de René Char, que se alejó pronto del movimiento surrealista para seguir su propia vía, y la de Pierre Reverdy, que se mantuvo siempre muy cerca. Ambos me gustan mucho.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Un libro que me impresionó mucho hace poco es Le Maboule, de Jean Pélégri, editado en 1963. Describe a los colonos franceses de Argelia desde el punto de vista de un campesino argelino que parece necio, sentido de “maboule” en francés, palabra de origen árabe que significa “estúpido”. No es muy conocido en Francia y sin embargo me parece más impactante que El extranjero de Camus. El lenguaje empleado es una mezcla de francés y árabe, todo un reto para un traductor. Otra novela francesa que estaría bien reeditar es Las frutas de oro de Nathalie Sarraute, editada en español en 1965, pero ahora casi imposible de conseguir.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
He llegado a tirar libros a la basura, cosa que no suelo hacer a menudo. Uno fue una novela de Pierre Drieu La Rochelle en una traducción española, me la encontré por la calle y no la pude acabar. No todos los libros que me parecen malos me producen esta reacción, pero aquella traducción de Drieu La Rochelle, o quizá fuera la obra misma, me enojó hasta tal punto que la tiré a un contenedor de reciclaje sin dejar posibilidad de que la recogiese otra persona, cosa que ahora lamento.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Conocí a un librero en los años 80 que me impresionó tanto que me acuerdo todavía de él. Se llamaba André Duval, dueño de la librería francesa Montparnasse, en Sevilla. Nos contó que fue profesor de Literatura antes de ser librero. Al principio, mientras mirábamos los libros, se mostraba discreto, pero cuando fuimos a pagar, miró los volúmenes que habíamos elegido y los comentó uno a uno. Conversamos durante un buen rato sobre literatura, me aconsejó libros que no conocía y que me gustaron mucho. Falleció en 2014, pero ha dejado huella, he leído el homenaje que le hizo un cliente suyo en internet. Aconsejar, responder y hacer preguntas, intercambiar ideas, es algo más que vender, y eso lo suelen hacer los libreros de vocación. También me acuerdo de una pareja de judíos afganos, ya muy mayores en los años 90, dueños de la Librería Oriental Samuelian, fundada en 1930 y ubicada en París, en la calle Monsieur Le Prince. Su tienda era diminuta, pero estaba muy bien surtida. Su trato era exquisito y me aconsejaron unos cuantos volúmenes que ahora son el fondo de mi biblioteca sobre China.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Tiene que tener libros antiguos, incluso de segunda mano. A mí me atraen los libros viejos, amarillentos, incluso un poco arrugados, que huelen a humedad, más que los libros recién salidos de la imprenta. También tiene que ofrecer, por supuesto, libros modernos interesantes que se puedan hojear. Si no conozco la obra, el libro se me presenta primero como un objeto, me gusta tomar contacto con él y descubrirlo antes de comprarlo. Por eso encuentro que es útil que haya un ejemplar a disposición de los clientes. Ir a una librería es para mí como dar un paseo, nunca tengo prisa y me gusta mirarlo todo.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.
A los lectores que aprecian el estilo preciso y casi mágico de la descripción, les recomendaría La ruta de Flandes, de Claude Simon. Es un autor que me fascina porque es capaz de representar las cosas con objetividad, pero apelando a los sentidos. Otro sería El Planetario, o cualquier obra de Nathalie Sarraute, donde las palabras tienen una vida propia que escapa al que habla. Ambos forman parte del ‘Nouveau Roman’. No son novelas al uso, pero cuando uno se aficiona a sus estilos peculiares se convierte en adicto.
[Y la pregunta 10 la lanza hoy Juan Marqués, coordinador de ‘Las Librerías Recomiendan’:]
“Quería preguntarte por las fuentes. En La senda de las nubes, supongo que para potenciar su posible carácter “narrativo”, no hay bibliografía. ¿Puedes decirnos sucintamente cuáles son los principales antecedentes librescos que manejaste para reconstruir las vidas y el pensamiento de todas estas personas?”
No he querido hacer un ensayo, pero es legítimo, por otro lado, que el lector se pregunte sobre las fuentes que inspiraron el libro. Desde el principio pretendí ser lo más fiel posible a los textos originales. Para narrar la vida de Confucio, me inspiré en la biografía que hizo el historiador Sima Qian y en las Analectas, las palabras del viejo Maestro recogidas por sus discípulos. Para el capítulo sobre Sima Qian, me apoyé en su gran historia y en un texto añadido como epílogo, donde narra su propia vida. Para los siete sabios del bosque de bambú, tenía las biografías y las obras de Xi Kang y Ruan Ji, así como la polémica que mantuvieron Xi Kang y Xiang Xiu sobre el compromiso del intelectual en la vida pública. Existe una traducción española de esta polémica, recogida en la antología titulada Elogio de la anarquía. El capítulo sobre Han Shan está compuesto en su mayoría con sus versos puestos en prosa. Las obras de los sinólogos como Séraphin Couvreur, Edouard Chavannes, Marcel Granet, François Cheng y su hija Anne Cheng, Isabelle Robinet o François Jullien me acompañan de continuo.