Cuestionario librero 121: Ángela Segovia
Los éxitos y el prestigio pujante de Ángela Segovia (Las Navas del Marqués, Ávila, 1987) están siendo los premios a una valentía poética que nos parece insólita, por incondicional e inmensa. Los mundos que consigue construir ella en sus versos son de una fuerza inexplicable, aunque sean también, al fondo, el testimonio de una fragilidad. […]
Los éxitos y el prestigio pujante de Ángela Segovia (Las Navas del Marqués, Ávila, 1987) están siendo los premios a una valentía poética que nos parece insólita, por incondicional e inmensa. Los mundos que consigue construir ella en sus versos son de una fuerza inexplicable, aunque sean también, al fondo, el testimonio de una fragilidad. Así sucede en Mi paese salvaje, su nuevo libro, y hablábamos de valentía porque todo lo que ocurre en sus palabras, con sus palabras o por sus palabras sucede en parte gracias a unas decisiones lingüísticas que sin duda causarán el rechazo de algunos lectores: esa agramaticalidad deliberada, esas concordancias defectuosas, esas interferencias de otros idiomas que, más que préstamos léxicos o morfológicos, son verdaderas excursiones a otras lenguas, a otros sistemas, a otras tradiciones. La libertad de la poesía de Ángela Segovia es literalmente radical, genética, hasta el punto, insistimos, de permitirse jugar ya no con las negritas o con los dibujos o con la maquetación…, sino con las “erratas” (que, por descontado, no lo son). A través de muchos materiales, incluido un humor tan sepultadísimo como imposible de clasificar, se logra una belleza alucinada que dialoga además con la tradición poética, con la lírica antigua, forzando una voz, una sensibilidad y una mirada que sin muchas dudas la destinan, a ella sí, a elevar, definir y condicionar la buena poesía española de las próximas décadas. Obtuvo con La curva se volvió barricada el Premio Nacional en la modalidad de poesía joven, apuesta que se confirmó después con Amor divino (2018), libro del cual se desprendió en 2020 no un descarte sino un poema que había quedado fuera porque reclamaba un libro propio: Pusieron debajo de mi mare un magüey. Nos gustan todos, pero ninguno nos conmovió tanto como lo ha hecho Mi paese salvaje: leyéndolo, y viendo el mundo emocionante que poco a poco se levanta ante nosotros, sentimos que por fin sucede algo en nuestra poesía: tan sencillo como eso. Quedamos con Ángela Segovia en la Residencia de Estudiantes, donde entre 2014 y 2016 tuvo una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid, y allí le entregamos el “cuestionario librero”, con pregunta final (desde su propia beca de estancia en la Academia de España de Roma) de otro poeta realmente importante, Carlos Pardo.
[Fotografía: Ángela Segovia, en Madrid, 28 de junio de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
De pequeña me encantaban los libros de aventuras y fantasía. Enid Blyton, Michael Ende, también los libros de Celia de Elena Fortún. Recuerdo con especial fervor la lectura de Olvidado rey Gudú de Ana María Matute, me dolió mucho que terminara, me hubiera quedado a vivir en ese mundo. Puede que ese deseo sea la clave, el principio de ese envenenamiento.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Me identifico con todos, hasta con los malos, tengo una empatía problemática. Pero si pudiera elegir me gustaría parecerme a Perceval, ingenuo, tierno y valiente. Y con buena suerte.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
Suelo encadenar lecturas, unos libros me llevan a otros. Además me suele gustar coger un autor y leerme todo lo suyo, hasta agotarlo. Lo difícil es arrancar después de un periodo de menos intensidad lectora, sobre todo entonces pido recomendaciones a mis amigos libreros.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
Infinitas. Me marea pensarlo. Una que me parecen muy grave es En busca del tiempo perdido.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Hace tiempo que quiero leer El temor del cielo de Fleur Jaeggy, que se publicó en Tusquets, pero está agotado.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
¡Inconfesable ninguno! Me gusta tenerlos colocados por orden alfabético. Ahora, después de una mudanza, aún no he tenido tiempo de ordenarlos y me molesta muchísimo. También subrayo a boli y hago anotaciones a los márgenes, doblo esquinas y tengo mi propio lenguaje de simbolitos. Cuando no me gusta un libro lo escondo detrás de otros para no tener que verlo. Por otro lado, mi hijo de seis meses tiene un auténtico vicio por chupar los libros, empieza a parecer que hemos tenido una inundación.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Un amigo. Me gusta mucho hablar con los amigos libreros. Y también que me dejen ratitos para explorar a mi aire. Ese justo equilibrio.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Buen fondo o una selección que me sorprenda. Y un librero amable.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.
Diré los primeros que se me ocurran, porque hay tantos y es tan difícil quedarse con algunos. Quizás la Vida nueva de Dante, que siempre pensamos en la Comedia pero ese libro previo es tan delicioso… Y La nueva novela, de Juan Luis Martínez, un diamante muy extraño de la poesía chilena. Por cierto, habría que leer más (y mejor) a Gabriela Mistral. Poema de Chile es un súper clásico de la literatura latinoamericana. Y Las puertas del paraíso, de Andrzejewski, me encanta ese libro. Ahora me estoy leyendo El mar, el mar, de Iris Murdoch y me está gustando mucho, tiene carácter de clásico. De lo reciente recomendaría Guerra interior de Angélica Liddell.
[Y la pregunta 10 la lanza hoy el poeta y novelista Carlos Pardo:]
“Son dos preguntas capciosas. La primera es si piensas que la poesía (sea lo que sea esta: en “verso”, “prosa”, “ensayo” o “performance”) sigue siendo el género literario donde es posible la experimentación. Y en el caso de que la respuesta sea afirmativa, si es en editoriales pequeñas e independientes como La Uña Rota (tus editores) donde se escribe esta literatura más “exploradora” y alérgica al cliché”.
La verdad es que desde hace unos años la idea de la experimentación también me parece un poco cliché, es un concepto que se ha ido vaciando para mí. En lo que creo es en una escritura que se entregue a su propio agujero negro, ese lugar profundo del que brota y que tiene que ver con cosas que desconocemos y que deseamos rabiosamente. En ese sentido prefiero hablar de libertad, porque experimentación me suena a artificio. La forma tendría que obedecer a esa entrega de la que hablaba, y por tanto ser radicalmente libre, nos lleve donde nos lleve. Me parece que este modo de comprender la escritura debería ser compartida por el escritor y por el editor para que funcione la relación. No sé si esa comprensión se puede encontrar en un grupo grande, pero puedo hablar de mi experiencia en una editorial más pequeña. Yo me siento absolutamente apoyada por Carlos Rod, de La Uña Rota incluso en mis renuncias. Esa confianza me permite seguir sintiéndome libre para escribir lo que necesito. Para mí es el editor ideal.