Entrevistas

Cuestionario librero 31: Irene Vallejo

De verdad que no nos gustaría parecer antipáticos o misántropos, pero El infinito en un junco es un libro tan, tan bueno… que nos extraña un poco el éxito clamoroso que está teniendo, aunque sobre todo, desde luego, nos alegra, y lo queremos ver como un indicio reconfortante de que las cosas tienen futuro y […]

De verdad que no nos gustaría parecer antipáticos o misántropos, pero El infinito en un junco es un libro tan, tan bueno… que nos extraña un poco el éxito clamoroso que está teniendo, aunque sobre todo, desde luego, nos alegra, y lo queremos ver como un indicio reconfortante de que las cosas tienen futuro y hasta solución. El público joven y el veterano, las revistas ‘cool’ (signifique eso lo que signifique) y la Universidad, los lectores exigentes y “el lector común”, los eruditos y los profanos o por supuesto las librerías (que le dimos nuestro último premio de No Ficción) coincidimos en aplaudir con unanimidad este libro sobre los libros, una obra maestra hecha de memoria, inteligencia y sensibilidad, prodigiosamente pensada y escrita, y que ha abierto a la zaragozana Irene Vallejo la puerta de todos los lugares de prestigio de la cultura española. La que ya es, sin duda, la favorita de los dioses, es además una mujer generosa y cercana, cariñosa y entregada, y ha encontrado tiempo para responder el “cuestionario librero”, con pregunta final de su amigo Chema Aniés, uno de los libreros que en cierto modo son “culpables”, o por lo menos cómplices, del éxito de Irene, y el primero que nos habló de ella.

[Fotografía: Irene Vallejo, en Zaragoza, 16 de julio de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

La Odisea, que mi padre me contó como un cuento, por las noches, a la orilla de mi cama.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Desearía parecerme al yo que habla en los Ensayos de Montaigne, un personaje que –obviamente– es una ficción creada por su autor.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Mis brújulas son el presentimiento y la recomendación de amigos, de libreros y, sobre todo, de libreros amigos. No existe mejor guía al paraíso secreto que un librero con el que hayamos trabado lazos de amistad. Estoy convencida de que las librerías son lugares únicos donde cada día se abre un refugio para los sueños. Allí han nacido mis mayores descubrimientos.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Fortunata y Jacinta. En este año de homenajes a Galdós, lo confieso con infinito remordimiento. De todas formas, creo que los grandes libros son siempre relecturas pendientes. Es maravilloso volver a ellos y redescubrirlos en distintas etapas de la vida. Los clásicos no son adornos de estantería o reliquias de un altar sagrado, sino compañías al mismo tiempo leales y promiscuas, amistades reincidentes que nos invitan a disfrutar sus páginas una y otra vez, regalándonos nuevas luces y nuevos placeres.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Imán, de Ramón J. Sender, está descatalogado. Este entuerto necesita un editor que lo desfaga.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Comprar infinitos libros, más de los que soy capaz de leer y de los que caben en casa, para luego apilarlos en sillas, mesillas de noche y, por último, en el suelo, como trincheras en expansión que mi hijo ha aprendido a esquivar cuando juega. Debo de ser un caso perdido de depravación porque ni siquiera me parece un vicio inconfesable.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Ciertas dosis de timidez, sentido del humor, labia, alegría. Que me abran su jardín encantado y me dejen perderme en su laberinto sin pedir permiso. Al principio, me gusta aventurarme en una exploración silenciosa, incluso distante, rebuscando en la guarida del mago. Y que después, poco a poco, venciendo torpemente nuestras timideces, nazca la conversación.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Buenos libros en orden o en anárquico desorden. Me gustan los dos tipos de librerías: cosmos y caos. Las que ordenan el mundo para darle un sentido, una armonía, un orden lógico y emocionante. Y las que lo ponen patas arriba en pilas de libros cuyos rincones y claves solo están en la mente del librero. En uno u otro caso, busco una atmósfera serena, tranquila. El gusto por la belleza en los espacios y los objetos. Y, sobre todo, las posibilidades de una suculenta conversación con el clan librero.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

La Medea de Eurípides y la de Chantal Maillard. La Ilíada y la misma historia desde el punto de vista de una esclava, en El silencio de las mujeres, de Pat Barker.

[Y la pregunta 10 la lanza Chema Aniés, de la librería Anónima (Huesca), y es una gran pregunta:]

“Y ahora, querida Irene, quo vadis?

Me gustaría continuar mi camino por ese territorio fronterizo que se mueve a caballo de una y otra orilla: la narrativa y la no ficción, los hitos del pasado y los mitos del presente. Me haría ilusión que la inimaginable y generosa acogida de El infinito en un junco se traduzca en libertad para elegir nuevos proyectos y para escribir sin vértigo ni urgencia, dando tiempo al tiempo.