Cuestionario librero 38: Eduardo Madina
Tenemos la impresión, en general, de que en general se tiene la impresión de que la calidad media de los ciudadanos españoles es perceptiblemente superior a la de sus políticos, o, dicho de otro modo, que las virtudes del pueblo superan con mucho las de sus dirigentes. Tal vez por ello, pensamos, destacan tanto las […]
Tenemos la impresión, en general, de que en general se tiene la impresión de que la calidad media de los ciudadanos españoles es perceptiblemente superior a la de sus políticos, o, dicho de otro modo, que las virtudes del pueblo superan con mucho las de sus dirigentes. Tal vez por ello, pensamos, destacan tanto las excepciones, y cuando un político trae aire fresco, nuevas ideas y un aire de intachable honestidad despierta simpatías instintivas incluso entre quienes jamás votarían a su partido. Eso, creemos, ocurrió en el caso de Eduardo Madina (Bilbao, 1976), que fue uno de esos políticos “ecuménicos” que complacían y agradaban a todo el mundo. Y seguramente son esas virtudes personales las que le hicieron apartarse (ojalá que provisionalmente) de la política activa. Madina todavía no ha escrito (o al menos publicado) ningún libro, pero no deja de recomendar lecturas en sus redes, lo cual le agradecemos mucho, sobre todo porque exhibe un gusto impecable, y sabe transmitir pasión por los buenos libros, convicción, complicidad… Queríamos hablar un poco más de libros con él, y por eso le enviamos el “cuestionario librero”, con pregunta final de la escritora bilbaína Gabriela Ybarra (quien también lo respondió en su momento).
[Fotografía: Eduardo Madina, en Madrid, 22 de septiembre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
Charlie y la fáctica de chocolate. Con ese libro empezó todo. Todavía recuerdo bien aquellas noches en que lo leí, metido en la cama, y cómo esa historia de Roald Dahl impresionó a aquel niño bilbaíno de nueve o diez años.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Leí, durante algunos años y con enorme emoción, esa obra inmensa de Julio Cortázar que se titula Rayuela. Es fácil caer en el magnetismo de muchos de sus personajes. Me costó años, pero supe salir de ese libro. He encontrado mucha belleza en multitud de personajes de la literatura: en los mineros descritos por Zola en Germinal, en el hombre que trabaja en la vieja prensa de libros de Una soledad demasiado ruidosa, de Hrabal, en los personajes invisibles de Ivo Andric en Un puente sobre el Drina, en los guardias de El desierto de los tártaros de Buzzati y en el personaje de Juan José Saer en el cuento “Ligustros en flor”. Hay multitud… Todos personajes vividos, reflejos de verdad sobre el trasluz de las contradicciones de la vida, perfiles alejados de toda identidad recortada por la línea de puntos.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
En este caso, no hay método en esta locura. Voy por épocas y por autores. Unos libros me van llevando a otros, unos autores me descubren a otros. El librero, cuando es como debe, suele ser capaz de enseñar buenos caminos. Creo que, en ese sentido, he tenido suerte tanto en Bilbao como en Madrid.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
La broma infinita, de Foster Wallace. Nunca la termino. En busca del tiempo perdido: nunca he podido con toda ella.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Hasta hace poco, Claus y Lucas de Agota Kristof. Me parecía la reedición más urgente de la literatura en su traducción al castellano. Afortunadamente, hemos tenido suerte. Me parece una obra inmensa.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
Subrayar. Y escribir la fecha de compra del libro y la ciudad en la que lo compré en la primera página.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
El que, por tu histórico en la librería, te ofrece obras que sabe que te van a encantar. Y que sólo lo hace cuando le pides consejo o te ve dudando. Mi última experiencia increíble, en la librería La Buena Vida, en Madrid. Los pasos incontables, de Ramon Saizarbitoria, llegó de la mano del librero. Un libro en mayúsculas, y para el que no tengo ni palabras, llegó así, en una recomendación hecha en minúscula por un librero increíble. El de esa librería.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Su propia idea, su propia verdad y su propia identidad. Los libros que la librería cree que son importantes al margen de las decisiones de novedades que produce el mercado, la prensa o la red.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
Un clásico de 1976: Una tumba para Boris Davidovich, de Danilo Kis. Uno más reciente, de 2000: Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, de Michael Chabon. Ambos me parecen dos libros excepcionales.
[Y la pregunta 10, que en realidad son dos, las lanza la escritora bilbaína Gabriela Ybarra (quien, insistimos, ya respondió a nuestro cuestionario):]
1.- Siempre pensé que la política (etimológicamente el gobierno de la ciudad) exigía el mayor nivel de conocimiento posible. La lectura es un canal abierto hacia él y, por eso, siempre traté de dedicar a lectura y estudio todo el tiempo que pude. En materias más cercanas para mí y en otros temas más alejados: macro economía, Fiscalidad, contabilidad, distintas disciplinas del derecho, sociología, etcétera. Paralelamente, la literatura dota a nuestra capacidad de interpretación de formas de narrativas muy útiles desde el punto de vista de la actividad política. Para mí siempre fue una tarea relevante. Al ser coincidente con mi principal pasión, no supuso nunca ningún esfuerzo. Preferí estar leyendo a participar en algunas reuniones que, en más de una ocasión –y con toda honestidad–, encontré muy poco útiles.
2.- En Los puentes de Moscú, el autor quiso mostrar lo que vio en una reunión entre Fermin Muguruza, artista vasco con larga trayectoria musical, y yo. Algo parecido a una Euskadi que le gustaba, que le parecía una Euskadi al encuentro de trayectorias biográficas dispares, donde convivir es la oportunidad de encontrarte con el otro. El otro, en el sentido de todas esas décadas donde hemos vivido partidos por la mitad, separados y ajenos. El autor vio un puente entre Fermin y yo. Nos lo contó tan bien que a los dos nos pareció que dibujarlo era una idea bella que, además, nos hizo felices a los dos. La maravillosa editorial de cómic Astiberri hizo el resto.