Cuestionario librero 43: Emilio Trigueros
Es llamativo, aunque en absoluto incoherente, que desconfíe de la llamada “autoficción”, pues Al otro lado de las estrellas, la estupenda novela con la que debutó el año pasado (y una de las óperas primas más sorprendentes y distintas de los últimos años), viene a demostrar que “otra autoficción es posible”, siendo un libro en […]
Es llamativo, aunque en absoluto incoherente, que desconfíe de la llamada “autoficción”, pues Al otro lado de las estrellas, la estupenda novela con la que debutó el año pasado (y una de las óperas primas más sorprendentes y distintas de los últimos años), viene a demostrar que “otra autoficción es posible”, siendo un libro en el que volcaba a literatura buena parte de sus experiencias familiares por las calles aledañas a la estación de Atocha, y también las profesionales, recorriendo con filosofía los altos despachos de Europa para cerrar negocios o abrir pleitos. Químico industrial de profesión, y con conocimiento directo de lo que se cuece en los pasillos de Bruselas (a los que alude el título), el madrileño Emilio Trigueros exhibía en esas páginas, con cansancio ilustrado, la misma lucidez y, aunque suene trasnochado, el mismo anhelo moral que despliega en sus artículos de opinión para El País o para The Objective. Como la búsqueda de la pulcritud ética no tiene por qué ser incompatible con cierto hedonismo moderado, quedamos con él en las Bodegas Rosell, donde termina por todo lo alto su novela. “Mi librero ideal es alguien con quien no hablar solamente de libros”, afirma, y con él hablamos, efectivamente, de todo, sobre todo de Europa, que es su tema, pero también de educación, que es el tema, y de teatro, y de croquetas, y de pandemias… Es decir, que hablamos de libros:
[Fotografía: Emilio Trigueros, en Madrid, 8 de octubre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
Lo primero que me viene a la memoria, más que un libro en concreto, es un verano. Yo tendría unos doce años y, no recuerdo por qué, me quedé solo unas semanas de verano con mi abuela en el pueblo. No conocía a chicos de mi edad y, justo al lado de casa de mi abuela, habían abierto una biblioteca en un edificio rehabilitado. Me iba todas las mañanas a leer, y después de comer volvía. Recuerdo que la sección juvenil tenía mesas blancas y era luminosa, y también que, en los últimos días, leí algunos libros de la sección adulta, con esas lamparitas en mesas individuales de algunas bibliotecas. Me enganchó a leer la felicidad de leer. Dos libros que recuerdo mucho de entonces son Cinco semanas en globo, de Julio Verne, y Momo de Michael Ende.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Mi primera respuesta sería que no. He sentido una simpatía tremenda por el príncipe Andrei de Guerra y paz o por Aliosha Karamázov, pero no diría que llegara a la identificación, no es una sensación, no sé por qué, que suela tener. Dicho lo cual, reflexionando sobre esta pregunta he encontrado un personaje al que me gustaría parecerme: el padre de Jacobo Deza en Tu rostro mañana, la trilogía de Javier Marías.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
Me fío mucho de la selección de mi librería, tanto de lo reciente como de fondo. Me gusta que haya un componente de azar, no entrar buscando un libro ya decidido antes, sino “pasar por allí”, digamos, echar un vistazo, saltar por asociaciones, hojear, sentir de pronto un interés irresistible, confirmarlo, dudar conmigo mismo… llevármelo.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
Pues un autor con el que no he podido hasta ahora es Michael Houllebecq, a pesar de las recomendaciones de amigos entusiastas. No es tanto que yo no consiga entrar en su línea narrativa de irritar al lector siendo incorrecto y “provocador”, es que… realmente entro, y me irrita tanto que lo dejo. También he tenido últimamente problemillas (me habéis dicho que sea valiente) con la autoficción; sé que me habré perdido algunos grandes libros recientes por ello, pero… bueno, esperaré unos años a que la moda haya pasado para leerlos, soy un poco tozudo.
¿Sabes de algún libro extranjero o en otro idioma que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Me atrevería a sugerir una edición de las cartas escogidas entre Juan Ramón y Zenobia, que bien seleccionada y armada se podría leer como una novela epistolar. Eso sí, tendrían que ser unas cartas “escogidas”, porque en la edición completa tarda unas quinientas páginas en llegar el “sí” (maravillosamente escrito) de Zenobia.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
Tengo un vicio, no sé si inconfesable pero muy visible, de regalar libros a amigos. Y en alguna ocasión, no en muchas, en el tiempo que transcurre desde que compro el libro hasta el día en que voy a ver al amigo me arrepiento de la elección; quizás simplemente a raíz de un comentario de alguien, el caso es que de pronto me convenzo de que el libro no le va a gustar. ¿Qué hace uno a partir de ahí, con un libro ya envuelto para regalo? Me temo que recurro a esconderlo en un lugar donde no lo vaya a encontrar, al fondo de un cajón, en un altillo entre mantas…
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Pues diría que mi librero ideal es alguien con quien no hablar solamente de libros, que conoce a un poco a la gente que entra en la librería (saber los libros por los que uno tiene debilidad ya es conocer algo a alguien) y que unos días está más hablador y otros más ocupado… y que es una persona con la que incluso te puedes confesar en esos días en que la poesía y la realidad parecen trenes-expreso a punto de chocar.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Soy muy fácil, muy fácil. Me gustan todas, las viejas, por viejas, las nuevas, por nuevas, las de iluminación cuidada, por la iluminación cuidada, las oscuras, por oscuras… no sigo.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
Un clásico: cualquiera de Manuel Chaves Nogales. La recuperación de su obra me parece una de las mejores noticias del panorama editorial español de la última década. Un libro reciente: Los tiempos del esplendor, de Lídia Jorge, o Estuario, de la misma escritora. Y una delicatessen: Las diabluras del lápiz, de José Andrés Rojo, un ensayo breve. Comienza como una delicia para amantes de la lectura y termina glosando un hallazgo esencial: cómo cada momento de verdad que encontramos en un libro es diferente para cada lector, por su imaginación y sus emociones propias, siendo la misma historia (y quizás la misma verdad).
[Y la pregunta 10 la lanza esta vez Juan Marqués, coordinador de ‘Las Librerías Recomiendan’:]
“¿Por qué me da la sensación de que en los últimos tiempos casi todo lo que, a la hora de hablar en serio, entendemos por “Humanismo”, está siendo aportado por las ciencias, mientras las gentes de Humanidades vivimos de rentas o de obviedades?”
Hay muchas respuestas. La primera: por una cuestión de “sed”. Cuando uno tiene que interpretar el mundo a diario en un aspecto científico o técnico, se da perfecta cuenta de sus limitaciones y de que necesita algo más que parámetros técnicos o datos; necesita la razón, la verdad o la ética… por no hablar de que como persona, literalmente para ser persona, necesita historias, poesía o arte, como se necesita a los amigos. También se da uno cuenta, desde esas profesiones, de que no conviene “deificar” la ciencia en sí, que todo es uno: la ciencia surgió en los países donde los libros eran importantes, luego, al desarrollarse la ciencia avanzó la técnica, donde se desarrolló la técnica avanzó la industria a pasos de gigante, donde avanzó la industria llegó, poco a poco, el progreso social. Libros, ciencia, sociedad… son lo mismo.
Por otra parte, puede que las Humanidades estén siendo una víctima del “pantallismo”, esto es, el hecho de que “lo que no existe en una pantalla no existe”. Y el problema reside en que ese “pantallismo” (el capitalismo digital, hay quien lo llama, vaya usted a saber por qué) requiere de las Humanidades cosas bastante burdas, como: contenidos estridentes, ataques, mucha opinión, bandos, exabruptos, rapidez, puntería, mala uva, etc. En cambio, creo, las Humanidades requieren tiempo, reposo, lenguaje rico-rico, encuentro entre personas en la vida real, y además… si te lo quieres pasar bien y acabar riéndote: continuar una tertulia sobre ello en una librería.