Cuestionario librero 44: Rocío Acebal Doval
“Una buena sección de poesía” es prácticamente todo lo que Rocío Acebal Doval (Oviedo, 1997) pide a una librería, pues son versos lo que, principalmente lee (aunque eso es porque ya parece traerse leídos de la adolescencia todos los clásicos de la novela). La última Premio Hiperión ha estudiado en Madrid Derecho y Ciencias Políticas, […]
“Una buena sección de poesía” es prácticamente todo lo que Rocío Acebal Doval (Oviedo, 1997) pide a una librería, pues son versos lo que, principalmente lee (aunque eso es porque ya parece traerse leídos de la adolescencia todos los clásicos de la novela). La última Premio Hiperión ha estudiado en Madrid Derecho y Ciencias Políticas, pero sigue en ello, y allí, acumulando formación, muy consciente de que forma parte de una generación que va a tener que acostumbrarse a la incertidumbre. De eso trata su segundo y premiado libro, Hijos de la bonanza: “Sabemos que la suerte -y donde digo suerte / quiero decir la cuna- / no nos ha dado todo aunque tampoco / nos ha quitado nada: / cuando el futuro se hizo arena en nuestras manos, / papá y mamá no hicieron un castillo / pero al menos pudieron conseguir / un cubo y una pala”. Aprovechamos una tarde para distraerla un momento de sus clases y pasear por el parque de la Fuente del Berro de Madrid para que nos responda el “cuestionario librero”, con pregunta final del poeta Miguel Ángel Herranz (“Miki Naranja”), que recomendó la lectura de Hijos de la bonanza al responder su propio cuestionario:
[Fotografía: Rocío Acebal Doval, en Madrid, 5 de octubre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
¡No podría elegir uno! Cuando era pequeña mi padre me leía novelas clásicas capítulo a capítulo, como si fueran cuentos. Recuerdo con especial cariño Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero no podría señalarlo como el libro que empezó todo: más bien, cuando me hice mayor simplemente continué con la costumbre de la lectura. Sí puedo decir que el veneno de la lectura de poesía en particular, que llegó ya en mi adolescencia, lo inoculó en mí un ejemplar de Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma que me regalaron dos buenos amigos.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
No querría ni por asomo parecerme a ella, pero durante un tiempo sentí verdadera fascinación por Helene Kuragina. Casi todo en ella es reprochable, y sin embargo algo me hacía sentir compasión… Creo que tiene mucho que ver con (¡spoiler!, si es que cabe hacer spoiler de una novela del XIX) las circunstancias de su muerte y la banalidad con la que la trata su entorno. También apoya esta fascinación, he de reconocerlo, la representación de Helene en el musical Natasha, Pierre y el Gran Cometa de 1812, que Amber Grey hace tan cruel como carismático.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
A la hora de buscar nuevas lecturas me guío casi siempre por las recomendaciones de amigos, aunque a veces me pica el gusanillo a partir de reseñas en medios o incluso de fotos en Instagram o Twitter… Gracias a esas recomendaciones llego a la librería con una idea bastante definida de lo que quiero comprar, pero no es raro que el consejo de un librero o librera me haga irme con más libros de lo planeado.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
Orgullo y prejuicio me mira insistentemente desde la estantería pero nunca encuentro el momento de abrirlo…
¿Sabes de algún libro extranjero o en otro idioma que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
No he sido capaz de hacerme con La pell de brau, de Salvador Espriu, en traducción de José Agustín Goytisolo, así que creo que puede ser buen momento para una reedición. Es una obra interesantísima y muy actual pese al paso del tiempo.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
¡Muchos! No encuentro el valor de un libro en lo impecable de su continente sino en lo rico de su contenido, así que no me da ninguna vergüenza confesar que subrayo los libros (a lápiz, por si en el futuro lo marcado pierde interés) y doblo las esquinas de mis poemas favoritos o de las páginas que contienen ideas especialmente interesantes como guía para relecturas posteriores.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Cogiendo esas categorías, diría que me gustan los libreros que tienen un ordenador en la cabeza. Cuando más necesito al librero o la librera es cuando no sé qué título concreto quiero, así que si puede ofrecerme una selección de libros a partir de la idea general que tengo en la cabeza (por ejemplo, “poesía política de un corte estilístico Y” o “ensayo clave para entender un fenómeno Z”) me tiene conquistada.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Una buena sección de poesía, ¡no pido más!
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
Por más que los relea, La muerte de Iván Ilich, de Tolstói, y Tres mujeres, de Sylvia Plath, siempre tienen algo nuevo que ofrecerme. Respecto a lo reciente, no puedo hacer solo una así que aquí van tres muestras de fabulosa poesía joven: La mala conciencia, de Mario Vega, Aunque los mapas, de Raquel Vázquez, y Otras nubes, de Guillermo Marco Remón.
[Y la pregunta 10 la lanza el poeta Miguel Ángel Herranz (“Miki Naranja”), que recomendó la lectura de Hijos de la bonanza al responder su propio cuestionario:]
Estimada Rocío: en primer lugar aprovecho la ocasión para saludarte con afecto. Llego a ti de la mano de tu segundo libro, el cual me ha sorprendido en fondo y forma y, a pesar de que nos separa una generación (diría que la de Los hijos de los hijos de la ira), pareciera estar escrito también para mí, hoy. Los juristas, como tú, siempre acuden a las fuentes para explicar la ley y encuadrar el derecho. ¿Cuáles son las fuentes de tu poesía? ¿Dónde sueles ir a beber?
¡Buenas, Miguel! Mi poesía bebe principalmente de la fuente de la lectura, aunque es innegable que el agua de la experiencia vital es un buen complemento. Cualquier lectura es buena para alimentar la poesía, pero hay algunos autores a los que vuelvo una y otra vez mientras escribo: Luis Alberto de Cuenca, Emily Dickinson, Ángela Figuera Aymerich, Víctor Botas, Ángel González… También me resultan especialmente enriquecedoras las antologías y he aprendido mucho poéticamente (además de disfrutado, claro) con, por ejemplo, En voz alta (Hiperión, 2006) o Mujeres en el norte (Devenir, 2011).