Entrevistas

Cuestionario librero 53: Javier Castro Flórez

“Yo soy tímido y a la vez parlanchín y me gusta esta combinación sólo aparentemente contradictoria”, dice, con toda la razón, el galerista, editor y por fin escritor Javier Castro Flórez, y así es como le gustan las/os libreros/as. El promotor de cien proyectos culturales, algunos francamente extravagantes pero siempre significativos y lúcidos, se lanzó […]

“Yo soy tímido y a la vez parlanchín y me gusta esta combinación sólo aparentemente contradictoria”, dice, con toda la razón, el galerista, editor y por fin escritor Javier Castro Flórez, y así es como le gustan las/os libreros/as. El promotor de cien proyectos culturales, algunos francamente extravagantes pero siempre significativos y lúcidos, se lanzó por fin a la creación de un pequeño sello editorial, Newcastle, y, en él, a debutar como autor de una monografía sobre sus manías lectoras, sus filias y fobias o, en fin, sus “cosas”, que es una palabra a reivindicar en estos contextos literarios y librescos. Como explicó el ex-librero Javier García Clavel, de la librería Atenea, en su reseña de Lo que lee un editor para ‘Las Librerías Recomiendan’, “éste es un librito de amor a los libros sobre todo por lo que los libros tienen de vida, y por la vida que colinda con los cuatro bordes de sus cubiertas. Lo que elije su autor es lo que le gusta, de la literatura y un poco de la existencia”. Javier Castro Flórez anda en plena y monumental mudanza (es lo que tiene venerar los libros), pero le hemos interrumpido para llevarle hasta las puertas de la catedral de su ciudad el “cuestionario librero”, con pregunta final de sus amigos Roger y Verónica, libreros de Futuro Imperfecto (Lorca, Murcia).

[Fotografía: Javier Castro Flórez, en Murcia, 25 de octubre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

El informe de Brodie de Borges. El primer día de clase de tercero de BUP, cuando pude elegir lo que se llamaba “letras puras” para huir de las matemáticas y estar rodeado de chicas –porque en letras había más que en ciencias–, entré de los primeros al aula para coger un pupitre que estuviera estratégicamente situado cerca de las ventanas. Soñaba con que a lo mejor tendría de compañera de pupitre alguna guapa, pero lo que pasó fue que el único otro chico de aquel curso, de aquel gineceo, fue un tímido empollón que se asustó al ver tantas chavalas y vino directo a pedirme sentarme a mi lado. Iba con un libro –Ficciones– y al ver que me fijaba me preguntó si me gustaba Borges. Qué iba a hacer… le contesté que claro que sí, que mucho… sobre todo Ficciones. Por supuesto que no había leído ni siquiera una línea de Borges, por eso aquella misma tarde fui a la librería y compré El informe de Brodie, que era el más barato de él que tenían –180 pesetas– para leerlo y poder decir algo si me volvía a preguntar y no quedar de panoli. Puede decirse que el veneno de la lectura llegó por tanto del modo más imprevisto, gracias a la timidez de aquel chaval y a mi orgullo. Aunque la verdad es que nunca volvió a salir el sacrosanto nombre de Jorge Luis en nuestras charletas porque mi compañero era más –nadie es perfecto– de García Márquez.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

De joven me fascinó Simon el protagonista de Los hermanos Tanner de Robert Walser. Lo leí hace décadas y a lo mejor el recuerdo que tengo no se parece demasiado a lo que allí está escrito. Del libro salí trasformado porque encontré una especie de hermano gemelo en ese joven bastante perdido que sueña con intensidad cosas muy pequeñas. Siempre se asocia la idea de tener sueños a tenerlos grandes y, no sé por qué, pero de ese libro salí convencido de que los pequeños también pueden ser soñados con infinita pasión. Al principio de la novela Simon se postula como aprendiz para trabajar en una librería porque se imagina feliz entre libros. Yo entonces también pensaba que estar arropado con libros era un maravilloso modo de pasar los inviernos, y en general la vida.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Sé que queda muy mal contestar al gremio de libreros confesando que no les suelo hacer ni caso pero es que me suelen recomendar novelas y con los años le he ido cogiendo alergia a la ficción. Como en las películas adormecedoras de las tardes de Antena 3 sobre dramones familiares, me gusta que mis lecturas estén “basadas en hechos reales”. Hace muchos años que no voy a la iglesia ni rezo, que sólo me pongo de rodillas en las librerías para escudriñar las baldas más bajas y llenas de polvo. Al hacerlo me parece que las librerías –algunas librerías, mejor dicho– tienen algo de lugar sagrado al que uno va a pedir un milagro pequeño que le cambie la vida, a encontrar de repente el consuelo de un libro o una pequeña editorial cuya existencia desconocía. Hay libros que estando así agachado o directamente de rodillas de repente brillan en lo alto como las vírgenes en las apariciones marianas: ése es el principal criterio de compra: la aparición. Que el libro resplandezca como si vistiera un manto de estrellas haciendo que uno no tenga otra opción que comprarlo y escuchar su mensaje. Otro de los factores que influyen en la decisión –ya que hablo de comprar– es el dinero. Como mi velocidad lectora es mayor que mi capacidad pagadora, aproximadamente el 50% de mis lecturas las tengo que pescar en las profundidades abisales del libro antiguo y de segunda mano, que suele ser muy barato. Esta inmersión en el pasado –en las páginas olorosas y amarillentas– que podría parecer un problema, en realidad para mí ha sido una bendición. Pienso que si tuviera mucho dinero no sería el lector que soy, no habría leído los libros olvidados y extraordinarios que he leído.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Ninguna, porque creo que todos los libros son soslayables. Cuando comienzo un libro y no me interesa o emociona no lo tengo pendiente sino que lo tiro por la pendiente. De joven sí que pensaba que había libros que había que leer para ser alguien en la vida y perdí el tiempo con algunos bodrios monumentales como el Ulises de Joyce o Rayuela de Cortázar. De zagal –como dicen aquí en Murcia– el tiempo no se valora, pero cuando pasan los años uno no está para perderlo sino para atesorarlo y gozarlo.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Adriana Hidalgo editó El secreto del pasado –un libro increíble de un escritor holandés, Ruby Kousbroek, ya fallecido–. Es una selección de textos asombrosos –pequeños ensayos que él llamaba “fotosíntesis”– en los que analiza algunas fotografías antiguas. Sueño con que alguien se anime a editar todas las fotosíntesis que escribió Rudy… No sé si sería un gran bien al mundo así en general pero a mí me harían padre.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

De esta enumeración de vicios caigo en bastantes. Me recuerda a esos figuras a los que la guardia de tráfico detienen en un control de alcoholemia y dan positivo en siete drogas, van sin seguro y con la ITV caducada. Además de todos estos vicios confieso que desde hace treinta y cinco años no salgo a la calle sin llevar un libro en la mano. Me da igual que vaya a una consulta al médico o a comprar al súper… Sin llevar un libro para leer por el camino no salgo por la puerta de casa. Me sentiría raro, desnudo.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Yo soy tímido y a la vez parlanchín y me gusta esta combinación sólo aparentemente contradictoria. No necesito que tenga un ordenador en la cabeza sino paciencia para sufrir a los que nos gusta tomarnos nuestro tiempo para elegir los libros. También me encantan los libreros o libreras que, cuando compro un libro interesante y raro, no me preguntan si es para regalo, porque en esto soy presumido y pienso que tengo cara de leer libros raros.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Una buena selección de libros y un eficaz sistema para pedir un libro si en ese momento no lo tienen.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

Clásicos y modernos de Azorín y La rama verde de Eloy Sánchez Rosillo.

[Y la pregunta 10 la lanzan Roger y Verónica, libreros de Futuro Imperfecto (Lorca, Murcia):]

“No hay persona que no sepa, al menos a este lado del río, lo de tu mudanza y esos vaivenes de cajas llenas de libros. Ver esas estanterías vacías de tu nuevo hogar, esperando ser ocupadas con tus tesoros, nos lleva a pensar cómo de diferentes pueden llegar a ser los criterios para ordenar libros que se siguen en una biblioteca, en una librería o en la propia casa de uno. Nosotros no nos imaginamos los libros de Newcastle de ninguna otra manera que no sea juntitos, que es como deben estar. Y Javier Castro, editor, escritor, lector ¿cómo ordena sus libros?”

Mudarse de casa cuando tienes libros es una odisea y requiere buena forma física, sobre todo a nivel de lumbares. En mi antiguo apartamento la biblioteca se dividía en dos partes: la ordenada y la caótica. Había estanterías que podrían ser la envidia de una biblioteca alemana y otras que ni el zaguán de un chamarilero: un sindiós de libros cada uno de su padre y de su madre… Ahora estoy comenzando a ordenar los libros en la nueva casa. He puesto los de viaje en el pasillo cerca de la puerta de salida porque me parece que hay en ello cierta lógica y los he organizado dependiendo de la cercanía o distancia respecto a la puerta: al lado de la salida los viajes por España, seguidos de los de Portugal, Francia… y así hasta los viajes por Australia, Guinea Nueva Papúa y –los últimos– los viajes a la luna. También he ubicado en el dormitorio seis metros lineales de libros sobre nazismo y campos de concentración pero ahora que lo pienso no sé si dormir en esa compañía es una buena idea. Tampoco tengo claro por qué, pero en el salón estoy situando la literatura española ordenada cronológica y lumínicamente. Los primeros rayos de sol que entran por el ventanal al amanecer iluminan el romancero, la literatura medieval y barroca, Cervantes, San Juan, Fray Luis de León, etc… y, a lo largo de las horas, la luz se va desplazando por el salón y, a la vez por el tiempo y los lomos de los libros hasta llegar a los más recientes al caer la tarde. Pero no todo es orden, para ser sincero, en una habitación grande tengo un revoltijo monumental de cajas y pilas de libros, que parece que hubiera caído una bomba y, mucho me temo que al final la nueva ordenación también tendrá su zona salvaje.