Cuestionario librero 55: Federico Ocaña
Ha de producir un poco de ansiedad o por lo menos de vértigo eso de llamarse Federico y dedicarse a la poesía, pero Federico Ocaña es un tipo valiente, aunque también discreto, decidido pero tímido. Para empezar, desde que accedió a la dirección de la Librería Internacional Pasajes (Madrid), se convirtió en uno de los […]
Ha de producir un poco de ansiedad o por lo menos de vértigo eso de llamarse Federico y dedicarse a la poesía, pero Federico Ocaña es un tipo valiente, aunque también discreto, decidido pero tímido. Para empezar, desde que accedió a la dirección de la Librería Internacional Pasajes (Madrid), se convirtió en uno de los colaboradores más generosos y entusiastas de ‘Las Librerías Recomiendan’, contribuyendo con textos excelentes sobre 14 de julio de Éric Vuillard o La pobreza de su admirado Antonio Gamoneda. Ahora la mejor razón del mundo, la paternidad, lo mantiene provisionalmente apartado del mundo librero, pero no de la creación: a su ópera prima, Desprendimientos, añade ahora, casi diez años después, su segundo poemario, haces.muros, una indagación en lo que nos protege (y lo que no), desde el vientre materno al hogar, pasando por el lenguaje. En paralelo, ve la luz también estos días su traducción (con un estudio introductorio de setenta páginas) de Tango Berlín, de Kurt Bartsch, un poeta de la desconocidísima literatura de la República Democrática Alemana. Federico Ocaña nos cita en cierto portal de la calle Bravo Murillo, donde él se crio y donde hay, precisamente, un muro que aún conserva vestigios de la Guerra Civil, y donde, muy amable y muy joven (nació en 1990…), nos explica algunas claves de sus nuevos poemas antes de que le entreguemos el “cuestionario librero”, con pregunta final de Charo de Pablo, compañera suya en Pasajes:
[Fotografía: Federico Ocaña, en Madrid, 4 de diciembre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
No sabría decirte cuál exactamente. Mis padres siempre se rodearon y nos rodearon, a mi hermana y a mí, de libros de todo tipo, algunos incluso estaban ahí antes de que llegáramos. Fueron importantes en esos primeros años de lectura las poesías de Gloria Fuertes (La pata mete la pata), la colección de Ediciones de la Torre de poesía para niños (el primero en llegar fue Miguel Hernández para niños, luego nos regalaron los dedicados a Francisco de Quevedo, Góngora, los Siglos de Oro, Lorca, León Felipe), los tebeos de Mortadelo y Filemón, una colección de Novelas ilustradas de Bruguera, los libros de El barco de vapor (recuerdo con especial cariño Los habitantes de Llano Lejano, de Carlos Murciano, que copié a mano, algo que después solo he hecho con El libro del frío de Gamoneda).
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Empatizo rápido con cualquier personaje que me guste (o si me gusta la novela) y de hecho luego los imito, juego a imaginarme sus gestos, su tono de voz, comparo sus vidas con la mía –no sólo lo hago con personajes de novela, a decir verdad–. De adolescente habría respondido con Dedalus (El retrato del artista adolescente, Ulises de Joyce), por el ambiente de desencanto con el catolicismo. En fechas más recientes he sentido el magnetismo de Dostoyevski (Stavroguin y Piotr Verjovenski en Los demonios), Klaus Mann (cualquier personaje de la caleidoscópica El volcán o el monumental Mefisto), los protagonistas de Leonardo Sciascia, Marguerite Duras… Me habría encantado ponerme en la piel –y de hecho vivo, quizá todos vivamos, un poco en algún cuento o novela suyos– de los personajes de Zweig (Mendel), Joseph Roth (Job), Kafka, Gogol o Cervantes.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
No sé definir lo que guía mi elección. Normalmente me acerco antes a las obras menores de los autores o autoras que me interesan y, si satisfacen la expectativa, acudo a las más conocidas, reseñadas o recomendadas. Por otra parte, mantengo varias vías abiertas, sigo intereses diversos, leo siempre varios géneros a la vez, así que el peso de la selección, paradójicamente, lo tienen los propios libros, los que estoy leyendo, los que me sugieren los que estoy leyendo. Mi familia y mis amigos, que saben lo que suelo leer y en cuyos gustos muchas veces coincido, introducen variaciones en estos cursos de lectura. Por suerte o por desgracia (para mi bolsillo) entre esos amigos hay bastantes libreros.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
Si por insoslayable entendemos pertenecientes al canon, me encantaría leer en algún momento el Cantar de mio Cid, la Divina Comedia; dentro de la novela del siglo XIX, me interesan George Eliot, las hermanas Brontë o Jane Austen; Rayuela de Cortázar es otra de mis grandes deudas. Hay obras “insoslayables” que sé que no leeré nunca: Guerra y Paz, Balzac (lo he intentado y no he sido capaz), la saga de los Rougon Macquart de Zola (en la misma situación que Balzac), Stendhal, Dickens, los Episodios nacionales. Estoy dispuesto a recibir collejas y abucheos por decir esto, e incluso a retractarme a cambio de una recompensa millonaria.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Me gustaría que se tradujera más literatura alemana contemporánea. Klaus Mann y Volker Braun, por citar dos ejemplos, son dos autores reconocidos pero poco traducidos. Supongo que lo tendré que hacer yo en algún momento. En filosofía, me gustaría ver editados a más autores del siglo XVI, ya en el XVII al sefardí Uriel da Costa. Me alegra que Pedro Lomba se haya embarcado en una reedición escrupulosa de los textos de Baruj Spinoza (acaba de ser publicada la primera edición bilingüe de la Ética). En cuanto a descatalogados, por el bien de nuestro legado cultural y comprensión de la historia, deberíamos recuperar obras de poetas y pensadores andalusíes e hispano-hebreos (Poesía femenina hispanoárabe; Ibn Al Zaqqaq; Abravanel, que fue el padre de León Hebreo; Salomón Ibn Verga).
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
Vicios sobre libros tengo muchos y muchos son demasiado inconfesables. Diré dos. El primero, odio subrayar y anotar libros y no soporto ver que alguien los subraya (si heredo el libro o lo compro de segunda mano, no me importa y hasta me recreo en las notas, pero yo soy incapaz de hacerlo) y leo los libros vigilando no abrirlos demasiado para que no se despeguen las páginas. El segundo, desde el verano de 2003 –tenía doce años– llevo un registro con todo lo que leo de principio a fin (si la lectura de una obra es fragmentaria o a saltos, no puede ir a la lista). Inauguraron el registro El orador de Cicerón, El escarabajo de oro y otros cuentos de Poe, Harry Potter y la cámara secreta y Harry Potter y el prisionero de Azkaban, de Rowling, una antología de Teatro breve de los Siglos de Oro en editorial Castalia, El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, ¿El traidor del siglo? de Le Carré, Ficciones de Borges y El arpa de Birmania de Michio Takeyama. No he salido de ese eclecticismo. Desde octubre de 2005 la lista está en un listín telefónico y apunto en ella los libros respetando la primera letra del apellido del/la autor/a, aunque dejo constancia de la fecha. Por ejemplo, la primera entrada siempre será “Apollinarie, G.: Zona y otros poemas de la ciudad y el corazón. 21-5-2006”.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Al haber sido librero, esta pregunta tiene el riesgo de que, en un ejercicio de solipsismo y egolatría, me defina a mí mismo. Voy a intentar no hacerlo. Como librero, valoro el orden, la solidaridad, la seriedad, la memoria y el conocimiento. Como cliente, no me gusta que me dirijan la palabra; las mejores recomendaciones son las que hacen una buena colocación, un buen escaparate, una buena selección en las distintas secciones. Me da pena verlas llenas de novedades, aunque en ocasiones estas novedades me llevan a otros títulos que había olvidado, o a investigar sobre tal o cual tema o autor.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Es raro que no quiera volver a una librería.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
Hace poco hablaba con Gonzalo Muñoz, gran aforista y buen amigo, de la fuerza de Lope de Vega. También les tengo un especial cariño a fray Luis de León y Teresa de Jesús. Sé que no descubro nada. Para mí son clásicos, aunque sean recientes, Rilke, Bergamín, Paul Celan, Fernando Arrabal. Publicados este año y el anterior y que me han encantado: El tiempo regalado de Andrea Köhler (Libros del Asteroide, 2018), Signos de contrabando de Antonio Valdecantos (Underwood, 2019), Tiempo fósil de Pilar Pallarés (Libros de la Marisma, 2019), Yas de Eduardo de los Santos (Alfaguara, 2020), la Correspondencia sobre la moral y la libertad de Descartes (Tecnos, 2020), Dendritas de Kallia Papadaki (Automática, 2020).
[Y la pregunta 10 la lanza la librera Charo de Pablo, compañera de Federico Ocaña en Pasajes (Madrid):]