Cuestionario librero 70: Miguel Serrano Larraz
Con una conciencia literaria muy poco frecuente, Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) parece haber sido ese chico que siempre guardaba silencio en las tertulias, o que incluso se sentía incómodo, pero que después se llevaba el tesoro a casa, el secreto valioso, la mejor idea. Queremos decir que era él quien traía de fábrica el […]
Con una conciencia literaria muy poco frecuente, Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) parece haber sido ese chico que siempre guardaba silencio en las tertulias, o que incluso se sentía incómodo, pero que después se llevaba el tesoro a casa, el secreto valioso, la mejor idea. Queremos decir que era él quien traía de fábrica el buen talento, el aire de quien, sin darse cuenta, siempre ha sido mejor que sus maestros, y que ha ido ganando seguridad sin perder la timidez. A Serrano lo hemos visto crecer de una forma descomunal, desde los experimentos con la parodia de sus primeros libros hasta aquella primera obra maestra que se tituló Autopsia, todo un ejemplo de lo que literariamente se puede hacer con la mala conciencia, una novela que nos retrataba a muchos. Los cuentos de Órbita y Réplica (que serán antologados este año en una edición de la Universidad de Zaragoza) enmarcaban aquella novela, a la que ahora, en un paso adelante, se une Cuántas cosas hemos visto desaparecer, escrita durante su estancia de dos años en la Universidad de Iowa. Nos reencontramos con Miguel en la Librería Antígona y cruzamos el campus universitario de Zaragoza, desde su facultad hasta su facultad, esto es, desde Filosofía y Letras hasta Ciencias, sus dos polos, que están frente a frente, como si nos quisieran decir algo sobre su vida y su obra, o como si quisieran dialogar entre ellas sobre uno de sus alumnos más destacables. Allí, con el “gaudeamus igitur” de fondo (que significa “alegrémonos pues”: un gran título para algo), le entregamos el “cuestionario librero”, con solemne pregunta final del Presidente de CEGAL, Alberto Sánchez, librero en Taiga (Toledo).
[Fotografía: Miguel Serrano Larraz, en Zaragoza, 5 de enero de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
No tengo ni idea, mi memoria es pésima. Diría que fueron las novelas de espada y brujería que devoré entre los doce y los catorce años. Las crónicas de la Dragonlance, todas aquellas sagas de Timún Más, El señor de los anillos, cosas así.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Durante gran parte de mi vida quise parecerme a cualquiera de esos personajes masculinos con las ideas muy claras, hombres aventureros, un poco cínicos, de vuelta de todo y con una gran experiencia sexual. Pienso en el Oliveira de Rayuela, en Philip Marlowe, en algunos personajes de Onetti… Llegas a los cuarenta años y pasas revista a todo eso y piensas: joder, joder.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
Mi siguiente lectura la decide el azar. Nunca he sido sistemático, salvo en los años de Filología Hispánica (una carrera que cursé ya mayor, y que terminé después de ser padre). La recomendación de un librero puede afectar a mis lecturas futuras, pero casi nunca influye en mis decisiones inmediatas. Mi historia como lector es una historia ligada a la disponibilidad: saldos, préstamos de amigos y bibliotecas públicas, básicamente.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
Pues la verdad es que no creo que existan lecturas insoslayables ni imprescindibles, más allá del código de circulación (si conduces) y los prospectos de los medicamentos (si enfermas). Pero no quiero que parezca que eludo la pregunta, así que diré que no he leído La divina comedia, ni Los demonios, ni Orgullo y prejuicio, ni Los pazos de Ulloa.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Remito al comienzo de mi respuesta anterior. Prefiero hablar de los libros que me gustaría traducir a mí. Soy muy aficionado al jazz, y algunos de los libros más extraordinarios relacionados con este género siguen sin publicarse en español. Pienso en las biografías de Thelonious Monk y Sun Ra que escribieron Robin D.G. Kelley y John F. Szwed, o en Straight Life, las maravillosas memorias del saxofonista Art Pepper. Si algún editor valiente lee esto y se atreve, que se ponga en contacto conmigo.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
Durante muchos años fui un purista de la integridad de los libros, ni siquiera toleraba que se dejasen abiertos, boca abajo, como hacía mi hermano David. Ahora me da todo bastante igual. Creo que la manía más pintoresca de mi historia como lector es calcular el número de páginas que soy capaz de leer en el tiempo que tardo en fumar un cigarrillo. Depende de la caja, por supuesto (del número de caracteres por página), pero también del idioma, de la densidad de la prosa, de la temperatura exterior (los cigarrillos duran algo más cuando hace mucho frío)…
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Yo quiero libreros profesionales, que encuentren lo que busco y no hagan preguntas absurdas. Básicamente lo mismo que le pido a cualquier profesional. En cualquier caso, el librero perfecto tiene que estar armado de paciencia. No por el bien de sus clientes, sino por el suyo. La vida de un librero sin paciencia tiene que ser muy desgraciada.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Un buen fondo y la posibilidad continua de encontrar alguna sorpresa.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
Intentaré huir de lo obvio: Wise Blood, de Flannery O’Connor, el libro tipo de libro alucinado y un poco absurdo que me gustaría escribir, y Campeón gabacho, de Aura Xilonen, un prodigio de lenguaje que mezcla el español de la frontera entre México y Estados Unidos con una fuerte influencia de la literatura del Siglo de Oro.
[Y la pregunta 10 la lanza Alberto Sánchez, librero en Taiga (Toledo) y Presidente de CEGAL:]
“Leyendo sus últimos libros, nos da la sensación de que va percibiéndose un pequeño cambio de tono. Usted comenzó su carrera literaria con textos explícitamente sarcásticos, carnavalescos, paródicos… Recuerdo bien aquel cuento sobre el tipo que se parecía a Bunbury, o uno en el que el narrador era un luminoso de una conocida marca de tabaco, o por supuesto las memorias de Manuel Troyano, o aquella novela que publicó con seudónimo… Del fake y de, si me lo permite, la provocación literaria, ha pasado, al menos desde Autopsia, a una mayor, digamos, seriedad. No digo mayor ambición porque nadie ha dicho que el humor sea inferior (bueno, sí se ha dicho muchas veces, pero por aquí no nos lo acabamos de creer), pero, por una parte, ¿está de acuerdo en contemplar su propia obra como una evolución de lo burlesco o lo bromista o lo gamberro (aunque siempre autoexigente) hacia lo profundo, la memoria, la mala conciencia, los sentimientos más tradicionalmente importantes?… Y, por otra, ¿se acabó el desenfado?, ¿considera cerrada o cancelada su literatura más experimental en lo lúdico, representada, por ejemplo, por su poemario Me aburro…?”
Creo que hay un vínculo muy poderoso entre el humor y el malentendido. Diría que uno de los grandes temas de todo lo que he escrito es el malentendido, que tiene que ver, por supuesto, con nuestra forma de interpretar el mundo y de descodificar todas las señales que emitimos y recibimos, y también con nuestra forma de relacionarnos. Exploré esa relación en “El payaso”, uno de los cuentos de Réplica. Digamos que el humor sigue estando ahí, pero ha habido un desplazamiento, ahora me interesa mucho más el humor que no lo parece. Creo que el humor explosivo e irreverente de mis primeros libros era un intento de llamar la atención. No respondía a una ambición menor, sino precisamente a una ambición y una soberbia mucho mayores, casi insoportables. En mi renuncia a un humor más o menos manifiesto hay también un elemento político. Yo puedo burlarme de la monarquía, del hecho de que vivimos en un país con rey, es desde luego un motivo para empezar a reír por la mañana y no terminar hasta bien entrada la noche, pero eso no va a servir de nada, ni a mí ni a nadie. Porque si me río de la monarquía me estoy riendo también de los monárquicos, y ahí el asunto se complica, porque hace falta una enorme superioridad moral para burlarse del montón de millones de monárquicos que hay en España. Ahora mismo me parecería más interesante, por ejemplo, escribir un texto narrativo sobre un padre que tiene dos hijas, y que sabe que una de las dos, por el motivo que sea, va a sufrir una enfermedad hereditaria, una enfermedad degenerativa. Un texto solemne, en apariencia, incluso trágico, pero mucho más gamberro, en el fondo, y con el que disfrutaría más, con independencia de la opinión de los lectores. Por otra parte, tengo que decir que ahora mismo estoy escribiendo una novela humorística, así que cualquiera sabe.