Cuestionario librero 76: Patricia Gonzalo de Jesús
Darse un largo paseo por Aluche con Patricia Gonzalo de Jesús implica recibir toda una lección magistral sobre poesía y traducción. Autora del poemario Raíces aéreas (que este año será publicado en eslovaco) y traductora desde hace años de literatura checa, eslovaca y rusa, últimamente ha comenzado un idilio con el inglés, trayendo hasta nuestro […]
Darse un largo paseo por Aluche con Patricia Gonzalo de Jesús implica recibir toda una lección magistral sobre poesía y traducción. Autora del poemario Raíces aéreas (que este año será publicado en eslovaco) y traductora desde hace años de literatura checa, eslovaca y rusa, últimamente ha comenzado un idilio con el inglés, trayendo hasta nuestro idioma uno de los libros de poesía más importantes aparecidos entre nosotros en estos años, El sueño de una lengua común, de Adrienne Rich (“Rich prefería siempre una imagen potente a una imagen bonita”, nos explica), o, ahora, Desmorir, crónica hospitalaria con la que la poeta Anne Boyer ha ganado el Pulitzer. En realidad los idiomas que traduce forman como un mapa de su propia vida, y dan cuenta de sus lugares de residencia o estancia: Praga, Bratislava o Iowa, en cuya prestigiosa escuela de literatura finalizó un máster de creación (como hicieran otras/os de nuestras/os amigos/as, como Violeta Gil, Sabina Urraca o Miguel Serrano Larraz). Con cien proyectos siempre, con mucho por traducir, con toda una multitud de poetas norteamericanas contemporáneas que re-escribir en español (semejante a esa Antología de poesía checa contemporánea que tradujo hace unos años), entregamos el “cuestionario librero” a Patricia Gonzalo de Jesús en el parque de su infancia, con pregunta final del poeta y librero Ismael Ramos, ‘Premio LLR Javier Morote’ de 2019 por Fuegos:
[Fotografía: Patricia Gonzalo de Jesús, en Madrid, 5 de febrero de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
Más que un libro concreto, fueron varias colecciones de libros. La primera, mucho antes de saber siquiera leer, fue la colección Cuenta Cuentos, que incluía una casete con cada fascículo. Recuerdo nebulosamente hojearlos mientras escuchaba la historia. Mis padres juran que pasaba la página cuando correspondía, en perfecta sincronía con la narración, pero no sé si mistifican el asunto. De esa colección me ha quedado la afición por la mitología y los audiolibros. La segunda, los cómics de la escuela Bruguera, especialmente Mortadelo y Filemón y Superlópez. Sigo fiel al género, llámese cómic o novela gráfica. La tercera, como casi todos en mi generación, El Barco de Vapor, en sus diversos colores. Hablando de colores, la serie naranja de Alfaguara, sobre todo los libros de Roald Dahl, uno de mis autores preferidos desde la infancia. En la adolescencia (y hasta el día de hoy), El Club Diógenes y la colección gótica de la editorial Valdemar. A la poesía llegué muy tarde. Con verdadero entusiasmo, ya en la universidad. Me costaba encontrar referentes en la que se enseña como canónica. Todo cambió cuando descubrí la Edad de Plata rusa, a Wisława Szymborska, a Miroslav Holub y a Joseph Brodsky.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
En la infancia y adolescencia me obsesionaba la figura del vampiro, desde El pequeño vampiro de Angela Sommer-Bodenburg hasta Drácula, pero no diría que me habría gustado parecerme a ellos. Más tarde no he sido particularmente mitómana con los personajes de novela. Si tengo que elegir a uno, me debato entre Beguemot, el diabólico gato negro que forma parte del séquito de Vóland, en El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov, y Guillermo de Baskerville, de El nombre de la rosa.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
Suelo escoger lectura dependiendo del tema que me tenga absorbida en ese determinado momento. Luego una lectura conduce a otra, en cascada. Si el libro es para mí, soy más de curiosear en las estanterías de las secciones que me interesan que de pegar la hebra con el librero, a no ser que tenga consultas concretas, porque para mí la lectura siempre ha tenido cierta aura de indagación y descubrimiento personal, ya sea en biblioteca o en librería. Sí suelo recurrir a la recomendación de mis libreros de cabecera cuando se trata de comprar un libro para una persona con gustos y manías muy distintos a los míos.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
¡¿Una sola?! Por mi formación, conozco mejor la obra de autores eslavos totalmente arcanos fuera de sus países de origen que la de algunos autores “insoslayables”. Reconozco que, por cierto sentimiento absurdo de obligación, he intentado leer en varias ocasiones a Proust, Mann y Joyce, pero o bien he desistido o bien los he dejado a medias o bien los he terminado con gran esfuerzo y haciendo de tripas corazón. No voy a decir quién es cada cuál, pero ahí lo dejo. Ahora que lo pienso, Habla, memoria es uno de los pocos libros de Nabókov que no he devorado aún. Maldita sea: otro para la lista. Orlando, de Virginia Woolf, aunque ese ya está en el montón de libros pendientes. Y leer la poesía de Emily Dickinson de forma sistemática y no fragmentaria es una de las cosas que me he propuesto este año.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Empiezo por la parte que me toca. Aunque la narrativa en lengua checa está bastante traducida, no sucede lo mismo con su poesía. Me encantaría traducir cualquier libro de Miroslav Holub. En literatura eslovaca está prácticamente todo por hacer, desde los clásicos a los autores contemporáneos. Mis debilidades: Ján Johanides, Dušan Mitana, Irena Brežná. En lo referente a poesía escrita por mujeres, que es lo que más me interesa últimamente, por dónde empezar… Hay autoras hispanoamericanas prácticamente desconocidas en España, como Hanni Ossot, Ida Gramcko o Esdras Parra, que están recuperando editoriales de archivo como Letra Muerta. Me fascinaría ver qué hace una traductora-poeta como Paula Abramo con la obra de la portuguesa Fiama Hasse Pais Brandão o el libro Novas cartas portuguesas, de Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa. En cuanto a poetas norteamericanas, me lanzaría de cabeza, sin dudarlo, a traducir a Lola Ridge, Muriel Rukeyser, May Swenson, Gwendolyn Brooks, Lucille Clifton, Maggie Nelson o Anne Boyer. Espero poder seguir traduciendo poemarios de Adrienne Rich hasta que no quede ninguno inédito, porque cada uno de sus libros es un escalofrío permanente y una clase magistral de poesía.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
Soy poco biblioclasta y obsesiva, la verdad: en ese aspecto no hay muchas confesiones que hacer. Quizás lo más inconfesable, sin ser un vicio, es que, en realidad, me he vuelto bastante minimalista y ya no compro muchos libros. He ido perdiendo bibliotecas al mudarme de un país a otro. Hace unos años una filtración de agua acabó con los supervivientes. Después del dramita inicial me di cuenta de que los libros a los que siempre regresaba no eran tantísimos, así que ahora acudo más a las bibliotecas y compro sólo aquellas obras que sé que voy a releer. En cualquier caso, tanto mis amigos como los centros literarios checo y eslovaco, así como las editoriales para las que traduzco, suelen malcriarme bastante, de manera que mi biblioteca crece de formas inesperadas e insospechadas a pesar de mi minimalismo. Por otra pate, es cierto que me interesa mucho el libro como objeto, el diseño editorial y el libro de artista, así que tengo cierta debilidad por los que están estéticamente logrados y me dan rabia los que están hechos de cualquier manera o tienen un diseño poco afortunado.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Creo que no tengo un perfil de librero ideal. Mis libreros preferidos lo son por afinidad electiva y recurro a cada uno de ellos para cuestiones distintas. Supongo que lo que caracteriza a todos ellos es el entusiasmo por su área de predilección.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Con las librerías me pasa lo mismo que con los libreros: las frecuento por distintas razones. En algunas es la sección de poesía o ensayo, en otras su enfoque feminista. Soy asidua a las que tienen obras en su idioma original y a las especializadas en libro ilustrado y novela gráfica. ¿Tal vez el orden y un ambiente tranquilo? Me agobian los espacios en los que reina el horror vacui o los atestados de gente.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
En lo tocante a los clásicos, además de todos los que he mencionado antes, me entusiasman La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, La amortajada, de María Luisa Bombal, toda Clarice Lispector, Danilo Kiš, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Severo Sarduy, Nikolái Gógol, Isaak Bábel o James Baldwin. Cada relectura de Luis Cernuda, Ángela Figuera Aymerich, Blanca Varela o José Watanabe es siempre un descubrimiento. De los más recientes, cualquier libro de Inger Christensen, Anne Carson, Rebecca Solnit o Maggie Nelson. Me han interesado mucho el bellísimo Los lagos de Norteamérica, de José Daniel Espejo, y el muy necesario Violencia, de Bibiana Collado Cabrera.
[Y la pregunta 10 la lanza el poeta y librero Ismael Ramos:]
Creo que, en el fondo, todos los que tenemos la osadía de escribir poemas con siglos de tradición a nuestras espaldas lo hacemos desde esa polifonía. Consciente o inconscientemente, modulamos nuestras voces a partir de las que han venido antes, ya sea por afinidad con las que sentimos cercanas o por oposición a las que, por un motivo u otro, nos provocan rechazo.
Tal vez la ventaja de dedicarse a la traducción, que, al fin y al cabo, consiste en deconstruir y reconstruir voces ajenas, es que este proceso se hace más consciente, te obliga a estar permanentemente fuera de tu zona de confort, a experimentar, a forzar los límites del lenguaje, y eso te lo llevas a tu propia escritura. No entiendo la poesía sin ese riesgo.
Por buscarle una desventaja, es cierto que traducir a grandes poetas puede llegar a bloquear un poco. Después de trabajar en un poemario de Adrienne Rich escribes algo propio y te dices: “¿Adónde vas con esto, criatura?”. Te da el vértigo de mirar tus poemas desde esa altura creativa. La frontera entre la autocrítica y el autosabotaje puede llegar a desdibujarse un poco. Supongo que al final asumes que es imposible despegar tu voz de la sombra de las suyas. ¿Vas a lograr la intensidad y la inteligencia poéticas de Rich? ¿La brillantez formal de Brodsky? ¿Vas a ser capaz de hablar del amor con más originalidad que Safo o Catulo? Es obvio que no. Pero lo emocionante es tenerlos como referentes y participar en el diálogo, a través del espacio y del tiempo, desde tus coordenadas personales, sociales e históricas. Aportar tu propia mirada. Sumarte a la conversación, aunque aquellos a quienes te diriges no te contesten.
Tengo la sensación de que el mayor conflicto lo tengo en sentido inverso. Cuando traduzco a una gran voz poética siempre me da cierta aprensión: temo no contar con los recursos para recrear los matices o la profundidad de su obra, temo no ser lo suficientemente fiel a su espíritu, temo apropiarme del poema y llevarlo a mi terreno. Me puede la responsabilidad. Luego, en el proceso, llegas a un punto de aceptación: toda traducción de poesía es inevitablemente una lectura, una interpretación y una apuesta estética personal. Tu voz es la herramienta y el filtro. Y eso es, precisamente, lo interesante.