Entrevistas

Cuestionario librero 96: Emilio Gancedo

Hace cinco años, en 2015, nos conmovieron sus Palabras mayores. Un viaje por la España rural, que en buena medida no eran suyas, pero que sólo él acertó a salir a buscar por todo el país, a encontrarlas y comentarlas, a preservarlas antes de que se apagaran para siempre (y las de muchos/as de aquellas/os […]

Hace cinco años, en 2015, nos conmovieron sus Palabras mayores. Un viaje por la España rural, que en buena medida no eran suyas, pero que sólo él acertó a salir a buscar por todo el país, a encontrarlas y comentarlas, a preservarlas antes de que se apagaran para siempre (y las de muchos/as de aquellas/os entrevistados/as, tristemente, ya lo habrán hecho). No era aquél el primer libro de Emilio Gancedo (León, 1977), que ya había dado a las imprentas dos colecciones de cuentos, una guía sobre su ciudad y algún adelanto acerca de la tradición oral y de la necesidad de rescatarla. En el otoño de 2019 publicó su primera novela, La brigada 22, una originalísima, conmovedora y muy divertida fantasía sobre la posibilidad de que a la altura de 1980 pudiera quedar oculta en las montañas alguna partida del maquis, tozudamente perseverante en sus objetivos… Hoy, tras décadas como redactor en el Diario de León, Gancedo es el coordinador de proyectos del Instituto Leonés de Cultura. Quedamos con él en la librería Sputnik, nos lleva de paseo (o, mejor, de visita guiada) por el llamado barrio Húmedo, y allá, en las inmediaciones de la plaza Mayor, le entregamos el “cuestionario librero”, cuya última pregunta lanzan hoy, precisamente, Rafa G. Rivas y Bea Fernández Pascual, los libreros de Sputnik (León).

[Fotografía: Emilio Gancedo, en León, 31 de marzo de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Ésa es una pregunta difícil de responder. Quizás si me sometiera a una sesión de hipnosis podría extraerla de algún lugar muy profundo de mi mente… Porque desde que comencé a distinguir las letras (y aun antes, recuerdo mirar cuentos imaginándome lo que querrían decir aquellos extraños jeroglíficos) he encadenado una lectura tras otra sin vacíos de por medio. Aquellos tebeos de Don Miki, de Zipi y Zape, de Mortadelo, los Súper Humor, toda la factoría Bruguera y luego los superhéroes de la Marvel… seguro que fueron los principales causantes del “contagio” y además se encargaron de dar paso a los libros juveniles, los de El Barco de Vapor, los Cinco, los Hollister, etcétera, hasta desembocar en la literatura adulta sin rupturas ni tensiones, todo de una forma muy gradual. A lo mejor el “rito de paso” entre una y otra fue Luces de Bohemia, que había que leer para clase y que me deslumbró de una manera muy especial.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

De pequeño siempre, siempre me imaginaba como el protagonista de las historias que leía. Yo era Sandokán, yo era Robinson Crusoe, yo era Jim Hawkins de La isla del tesoro, yo era Axel de Viaje al centro de la tierra y tantos, tantos otros… Aprovecho aquí para romper un ejército de lanzas a favor de toda esa literatura fantástica que devoramos de chavales, la que nos llevó a mundos extraordinarios, la que nos abrió la mente de un modo que jamás lo hará ninguna cosa enchufable y la que, a fin de cuentas, nos descubrió ese universo infinito de libertad que es la literatura. Yo me transportaba o me transfiguraba cuando leía: estaba verdaderamente en el mar Egeo como Ulises o en Noruega como Egil Skallagrímson, y eso es del todo maravilloso. Más adelante ese “encarnar el personaje” fue cambiando y evolucionando, pero creo que siempre me ha quedado un poco de esa conexión íntima con los protagonistas de las historias que leo.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Soy anárquico, tozudo e irracional a la hora de elegir el siguiente libro. Me guío por una intuición, por el gusto súbito de internarme en cierta geografía, quizá por algún tema concreto. Rara vez por moda. Cuanto más se anuncie a bombo y platillo un libro, menos oportunidades tiene de estar en mi mesilla de noche (quizá las tenga cuando nadie se acuerde de él). Me da como rabia ese tipo de libros, y a la vez siento lástima e interés por el otro, el silencioso, el manso, el olvidado, el antiguo. Tuve una época en que me guiaba únicamente por el apellido del escritor: cuanto más extraño o exótico, más me interesaba. ¿Qué demonios se escribe en Uzbekistán? ¿De verdad no están hartos de historias (llámense libros, películas, series) protagonizadas por tipos que se apellidan Smith y viven en New Jersey? También tuve otra etapa en que alternaba novela y ensayo, y era un ritmo muy saludable. Y bueno, en todo ese proceso de elección el librero tiene algo que ver, sí, pero en mi caso más bien por el modo en que coloque o ‘presente’ los libros, por la sensibilidad que tenga a la hora de aunar variedad y calidad. Por cierto que ese proceso me fascina y encanta: terminar un libro siempre tiene algo de triste por el adiós que supone dar a todos esos personajes a los que has acompañado en sus cuitas durante tantas páginas pero de alegría anticipada al pensar en que a ese descubrimiento, muy pronto, le seguirá otro.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

No es muy original: el Ulises de Joyce. Pero es que en realidad hay tantas: La montaña mágica, Guerra y paz, En busca del tiempo perdido, Las uvas de la ira… (y menos mal que hay muchas, muchas lecturas insoslayables pendientes).

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Sobre todo abogo por reeditar y releer a toda una serie de autores en castellano, de gran calidad y fundamentalmente de la época de posguerra, que reflejaron a la perfección el estado del país y muchas de cuyas obras, incomprensiblemente, no están a disposición del público. Me refiero a nombres como el de Ignacio Aldecoa o el de mi paisano Jesús Fernández Santos. Tampoco sería mala idea reeditar con dignidad todas esas crónicas hispánicas de la conquista americana, con sus fantasmas y sus trifulcas, ante las que palidece cualquier producción americana de hoy. En cuando a los extranjeros (aunque parece raro llamar eso a un portugués, y menos a este), por favor, que alguien rescate cuando antes Cuentos de la montaña de Miguel Torga.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

No muchos. Los usuales, creo yo. Olerlos nada más comprarlos. Llevármelos a cualquier lado, pasearlos por la ciudad, doblar las páginas para saber por dónde voy, leer (¡siempre!) el nombre de la empresa de artes gráficas en la que está impreso…

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Quizá una mezcla de todos los que trato habitualmente: pausados, amables, nada intrusivos, conocedores de autores y novedades sin llegar a abrumar… El buen librero es el que hace que te sientas como en casa pero que te manda para ella cuando llevas dos horas allí metido. (Y con esto respondo también a la siguiente pregunta).

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Algunos clásicos: Victoria, de Conrad. La invención de Morel, de Bioy Casares (muy a cuento, hoy, con respecto a esa ‘otra realidad’ que es Internet). Y el mayor clásico, el primer libro de todos los libros y donde se agazapa algo así como la semilla de la literatura universal, el Poema de Gilgamesh (en torno a 2.500 a.C.). En cuanto a uno reciente, Mi hermano, de Afonso Reis Cabral.

[Y la pregunta 10 la lanzan Rafa G. Rivas y Bea Fernández Pascual, libreros en Sputnik (León):]

Además de tu pasado periodístico y tu presente literario, sabemos que eres un referente en la divulgación y promoción de la cultura leonesa en toda la provincia. Has escrito ficción y no ficción gracias a tus viajes y a tus charlas infinitas con las gentes de aquí y de allá, pero con nuestra pregunta queremos sacarte de tu zona de confort… Si tuvieras que crear un cómic infantil sobre superhéroes que quieren revitalizar la provincia de León y su cultura, ¿quiénes serían sus protagonistas, cómo serían y cuál sería el superpoder de cada uno de ellos?

¿Capitán Cecina? ¿Superbotillo? ¿Froilan Power? ¡No hace falta! Mirad, la propia cultura tradicional leonesa, un tesoro que se ha venido cultivando y reelaborando sin cesar con el correr del tiempo, nos ha legado toda una serie de héroes con poderes extraordinarios: hay historias sobre un cazador de tanta puntería que logra disparar a una mosca a kilómetros de distancia, sobre un paisano de piernas tan ágiles que recorre comarcas enteras de dos zancadas, sobre otro tipo que sopla como un huracán… Existen personajes perfectamente adaptables a la literatura o al cine, como El Tío Perruca, la Muchacha Lobo o Xuanicu El Osu, y si entramos en aspectos mitológicos, no os digo nada: el Reñubeiru que cabalga las nubes arrojando el pedrisco, la Griega que abre cárcavas con sus madreñas, la guapa Mora o Encantadina… ¡Darían, sin duda, para varias sagas!