Cuestionario librero nº 32: Sergio Suárez
Federico García Lorca nombró en su momento “Consul General de la Poesía” a Juan Guerrero Ruiz, hombre entusiasta y amigo de todos allá por el final de la “Edad de Plata”, y si alguien merece en nuestros días heredar ese cargo honorífico es el madrileño Sergio Suárez, un hombre que, por carácter y modales, iba […]
Federico García Lorca nombró en su momento “Consul General de la Poesía” a Juan Guerrero Ruiz, hombre entusiasta y amigo de todos allá por el final de la “Edad de Plata”, y si alguien merece en nuestros días heredar ese cargo honorífico es el madrileño Sergio Suárez, un hombre que, por carácter y modales, iba para embajador, pero que es feliz y hace feliz como responsable de un colegio mayor de su ciudad, el famoso C.M.U. Chaminade, del que ha salido bastante literatura. Durante años lo creímos ágrafo, por su discreción, pero nadie como él estaba al día, con buen conocimiento, de lo que se publicaba, de lo que se movía, del who’s who de la literatura universal (y del termómetro del ámbito editorial en español). Pero este año, por fin, se ha destapado con unos “apuntes de diario” titulados Todavía que ya recomendamos en nuestra página, pretexto de sobra para enviarle nuestro cuestionario librero, con pregunta final de Lola Larumbe, de la librería Rafael Alberti.
[Fotografía: Sergio Suárez, en Valencia, 31 de julio de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
Ese bendito veneno se lo debo, si la memoria no me falla, a dos damas inglesas serias y trabajadoras: Enid Blyton y Agatha Christie. Las andanzas de ‘Los Cinco’ (y sus prodigiosas meriendas campestres con cerveza de jengibre) y las “pequeñas células grises” en acción de Monsieur Poirot entretuvieron muchas tardes de mi infancia y adolescencia, convirtiendo la lectura en una placentera necesidad.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Hay uno en particular que más que parecerme a él me hubiera encantado que existiera para conversar largo y tendido con él. Me refiero a Anthony MacMurrough, de Nadan dos chicos (Pre-Textos) de Jamie O’Neill. Cuando leí esta novela en apretadas y absorbentes jornadas maratonianas de lectura supe instintivamente que una charla con él podría iluminar algunos aspectos de mi propia vida.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
A la hora de elegir lecturas más que seguir un plan articulado, me dejo llevar por el azar, alternando las novedades que encuentro cada semana en la librería con las sorpresas que deparan las librerías de viejo o incluso mi propio biblioteca. A veces, con ocasión de viajar a alguna ciudad, elijo libros ambientados en ella o de autores vinculados con la misma de algún modo. O, de un tiempo a esta parte, escojo las lecturas al alimón con mi pareja para leerlas juntos. La selección de mi librería, la Alberti, es fundamental no sólo para estar al tanto de lo que se publica sino también para identificar, dentro de las novedades, aquello que pueda interesarme. Por otro lado, sin el entusiasmo de Lola Larumbe no habría llegado hace años, mucho antes de su feliz redescubrimiento, a los cuentos de Alice Munro.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
Confieso que tengo casi todas las lecturas “insoslayables” pendientes: la Odisea y la Ilíada, Montaigne, el Quijote, Jane Austen, Tolstói, Dickens, Galdós, Henry James, Eça de Queiroz, culminar En busca del tiempo perdido…; en fin, tarea para varias vidas.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
No deja de sorprenderme que haya autores en nuestra lengua que, de tan ajenos y desconocidos, sean poco menos que extranjeros. Estoy pensando, entre otros, en autores mexicanos, colombianos o chilenos. De esta última literatura y gracias a mi pareja estoy descubriendo escritores y escritoras que merecerían tener un eco mayor en España. Me limito a dar dos nombres: Luis Oyarzún y Adolfo Couve.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
Además del “vicio impune”, como denominaba Valéry Larbaud a la lectura, es inevitable acumular en torno a ella otros pequeños vicios o manías, desde adquirir más libros de los que uno sería capaz de leer, aunque llegara a la bíblica edad de Abraham, hasta el elaborar listas de libros buscados o bien ya leídos, revisar los créditos y solapas…
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Del ejemplo de mis libreras y libreros amigos he aprendido que el oficio de librero se basa tanto en un amor profundo por los libros como en un gusto por el trato con las personas. Todo librero es, antes de nada, un lector, con un criterio de excelencia propio, que, junto con la lectura crítica y generosa a un tiempo de sus coetáneos, es capaz de salirse de los caminos trillados y aventurarse por otras época y latitudes, de leer con el mismo placer novelas, ensayos o poesía. Aunque la lectura es una actividad solitaria y que alimenta, fecunda nuestra soledad, los lectores formamos una comunidad de solitarios necesitados de vínculos y conversación. Por eso el librero ha de sentirse cómodo en esa relación cómplice con los clientes que entran por la puerta de su librería, hojean con timidez los libros y a veces ni siquiera se atreven a preguntar. Ha de sentir que son sus iguales y acogerlos como tales.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
En ese mismo sentido, las librerías han de tener alma, esto es, personas que la animan, que le dan vida. Que, en consecuencia, las convierten en únicas, en hogares en medio de la ciudad impersonal o apresurada. Es por eso que acudo todas las semanas a la Alberti, donde están Lola, Miguel, Ana, Iñaki y Laura, o cuando me traslado a Santiago de Chile frecuento la Nueva Altamira, en la que me reciben Gaspar, que es mi pareja, Gisela, Fran y Cris.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
De los clásicos recomiendo firmemente La edad de la inocencia de Edith Wharton, publicada hace ahora cien años y que se mantiene como el primer día o incluso mejor, y dentro de nuestra tradición Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Entre las publicaciones recientes me tomo la libertad de recomendar tres: las cartas luminosas y aleccionadoras entre María Zambrano y Elena Croce recogidas en Hasta pronto, pues, y hasta siempre (Pre-Textos), Voyager (Literatura Random House) de la espléndida Nona Fernández y el primer libro de poemas de Juan Gallego Benot, Oración en el huerto (Hiperión).
[Y la pregunta 10 la lanza la aludida Lola Larumbe, de la Librería Rafael Alberti (Madrid):]
“En atención al detalle que prestas a todo cuando estás en nuestra librería (si hay algún libro repetido en la mesa de novedades, si en los estantes se encuentra otro mal colocado o si una novedad no está en la sección que le corresponde), ¿te has planteado seriamente y a tiempo completo trabajar en una librería?”
La verdad es que sí, querida Lola, y sin desmerecer el afortunado trabajo que tengo. Aunque, como sabes, todos los años hago mis pinitos de librero en la caseta de la editorial Pre-Textos en la Feria del Retiro, la tentación de hacerlo todo el año es poderosa. Primero porque trabajar entre libros y con otros lectores me parece cada vez más uno de los mejores lugares en los que estar, en el que crecer y mejorar como persona y como ciudadano. Y lo segundo porque ser librero, como ser editor (otra tentación), es un oficio, o sea algo más valioso que un trabajo o una profesión. Es un oficio que posee dos características fundamentales: que se aprende con el transcurso de los años y la dedicación y además siguiendo el ejemplo de otros que nos han precedido, de maestros y maestras en ese oficio. Esa doble condición es, me parece a mí, toda una enseñanza para la vida.