María Oruña: “Este libro es un homenaje descarado a las novelas de misterio de principios del siglo XX”
La escritora gallega María Oruña (Vigo, 1976) regresa a las librerías con Lo que la marea esconde, un thriller que da continuidad a la serie “Los Libros del Puerto Escondido” y con una trama que es un homenaje “descarado, deliberado, a las novelas de misterio de principios del siglo XX, sobre todo, las que […]
La escritora gallega María Oruña (Vigo, 1976) regresa a las librerías con Lo que la marea esconde, un thriller que da continuidad a la serie “Los Libros del Puerto Escondido” y con una trama que es un homenaje “descarado, deliberado, a las novelas de misterio de principios del siglo XX, sobre todo, las que eran de misterio de habitación cerrada.”
Ambientada en Santander, y con la teniente Valentina Redondo al frente de la investigación de un asesinato, el más enigmático de su carrera, avanzamos en esta entrevista algunos detalles de la cuarta entrega de una serie que ya ha cautivado a más de 300.000 lectores.
¿Qué sientes ante la publicación de un nuevo libro? ¿Ya te has acostumbrado?
Emoción, siempre es emocionante cuando algo en lo que has trabajado durante un año por fin va a estar en manos de los lectores. Más aún un trabajo que ha requerido tanto esfuerzo, tanto ingenio y, sobre todo, que tiene tanta vocación literaria.
Parece que tu nueva novela es un pequeño homenaje a los clásicos “misterios de habitación cerrada”, esos que te atrapan, precisamente, porque si están bien hilvanados, cuanto más avanza la trama más imposible parece el crimen, hasta que al final, todo se compone. ¿Cómo se construye una historia así? ¿Conforta más dificultad o limita más la capacidad de invención del autor frente a la clásica novela abierta de misterio?
No es que sea un homenaje velado sino que es descarado, deliberado, a las novelas de misterio de principios del siglo XX, sobre todo, que eran de misterio de habitación cerrada, y antes, a las de finales del XIX y a Edgar Allan Poe con Los crímenes de la calle Morgue. Es un claro homenaje a estos clásicos, incluso en la forma de escribir: los toques de efectismo, el plano de la goleta, como referencia a todas esas representaciones de las habitaciones que aparecían en aquellas novelas.
No me ha limitado en absoluto la función creativa, todo lo contrario: yo ya sabía desde el principio la solución, al concebir la idea ya tenía claro cómo iba a resolver el mayor misterio de todos. Pero, más allá de eso, en ésta como en todas mis novelas, procuro que siempre haya varias capas, que no simplemente se trate de resolver un misterio siguiendo el clásico inicio-nudo-desenlace, averiguar quién es el “malo” y cómo lo hizo, sino que, además de eso, hay más temas, más importantes incluso: en este caso, el desconsuelo, el dolor, qué hacer con él cuando es inabarcable, cuando te tumba y cuando ves que no se agota, que se regenera constantemente, cómo enfrentar esa tristeza infinita que a veces nos sucede cuando nos golpea la vida. Éste es un tema que me interesaba tratar de manera paralela al resto de la trama.
¿Cuáles serían tus referencias en ese subgénero del “misterio de la habitación cerrada”?
En todas mis novelas de esta saga, de los libros de Puerto Escondido, al comienzo de cada capítulo hay una cita de un autor que es una pista de lo que va a suceder en ese capítulo. Todas las citas que hay en esta novela, Lo que la marea esconde, corresponden a misterios de habitación cerrada. Leí a unos cuantos: Agatha Christie, quien tiene bastantes libros que son un ejemplo, y de quien me gustó mucho su obra de teatro, La ratonera; de Edmund Crispin, el seudónimo de Bruce Montgomery, El misterio de la mosca dorada; de Marion Harvey, Asesinato en la mansión Darwin; pero, con diferencia, fue Gastón Leroux, el autor de El fantasma de la Ópera, que dos años antes había publicado El misterio del cuarto amarillo. De todas las que he leído, ésta, en mi opinión, aporta no sólo la propia solución al misterio y el personaje del reportero, de Rouletabille, sino la más lógica, un final que no defrauda al lector, porque quiero que eso pase con mis lectores, que digan “tenía la verdad delante de los ojos todo el tiempo y no me había dado cuenta”, pero no algo cogido por los pelos, sino algo que, además, tuviera un precedente, y en ese sentido Leroux y su cuarto amarillo son los mejores con diferencia. Ese juego y ese giro final me parecían un reto de ingenio, me divertía imaginar la reacción de los lectores, pero no como simple novela de entretenimiento, de “a ver si soy capaz de”, sino como disfrute de la historia, de cómo está escrita, de la musicalidad del texto e, insisto, de su vocación literaria. A veces me encuentro libros que parecen guiones de cine y éste tiene una deliberada vocación literaria, incluso en la forma de hablar de algún personaje, en los guiños, incluso efectistas, que voy incorporando a lo largo de la trama.
¿De dónde nace tu pasión por la literatura y, concretamente, por la literatura de misterio?
No hubo un punto de inflexión en el que dijera “ah, esto es lo mío”. Me gusta leer desde pequeña. Bueno, de pequeña quería ser reportera de guerra, desde que tenía cinco años, y siempre pensaba en los viajes y los misterios que podría desentrañar en cualquier misión por el mundo, o qué sorpresas me podría acarrear simplemente probar una comida nueva y diferente. La vida en sí es para mí como un misterio y me sorprende muchísimo que no se investigue más. En mis novelas, al final, en todas las de la saga, hay una búsqueda del conocimiento, todas tienen eso en común, de una forma u otra se busca siempre saber más: en la segunda de la saga es el origen del mundo, si existen o no los extraterrestres, qué pintamos aquí, cuánto va a durar la Tierra; en la tercera es si existen los fantasmas, qué pasa al morir… aunque cada persona tenga sus propias reflexiones, mis novelas incorporan esa búsqueda de conocimiento.
¿Lecturas? Siempre he sido asidua de las bibliotecas, desde muy pequeña, desde la EGB, porque yo soy de EGB. Tanto que, un día que me habían castigado, acabé de ayudante en una. Allí devoré toda la colección de “El Barco de Vapor”, todos los colores, pero cada vez me atraían más los libros que tenían un elemento de misterio. Agatha Christie, Sherlock Holmes… cuando leí De profesión fantasma, de Hubert Monteilhet, me quedé deslumbrada: había fantasmas, misterio, costumbrismo, un reflejo de la sociedad, había incluso algo de crítica social, incluso si cuando era niña no la supe ver… todo eso me encantó. A partir de ahí, mucha literatura de misterio y “negra”: sobre todo inglesa, que me encanta; en Francia, Pierre Lemaître, que me fascinó con Álex como novela purista negra; aquí en España Víctor del Árbol con Un millón de gotas, que me pareció una novela fascinante. Tantos y tan buenos autores de todas las clases… quizá más de novela negra que de misterio, mientras que yo me centro más en esta última categoría. Mi punto de partida son datos –forenses, policiales…– que son reales o podrían haber sucedido, pero que no son los típicos que te encuentras en un periódico una mañana cualquiera. Normalmente aparecen noticias más soeces, más escatológicas o más vulgares. Yo intento arrancar con misterios más evocadores en los que, obviamente, muere alguien, pero con otro tipo de juego.
Ya que has nombrado antes a Edmund Crispin, y también has aludido al inevitable Arthur Conan Doyle, querríamos preguntarte por la curiosa alianza que tan a menudo se crea entre lo policiaco y el humor, como en esos casos, o en los relatos del padre Brown de Chesterton… ¿Por qué crees que la novela negra recurre tantas veces al tono de comedia, busca la risa del lector…
Creo que es algo natural: no podemos escribir “novela negra” purista, como la que se solía escribir, porque ya no somos iguales, ya no somos los mismos. Los años y el mundo han cambiado y han girado vertiginosamente. Yo también utilizo el humor como manera de sobrevivir. En mis novelas, por ejemplo, a veces estás tratando algo que tiene cierta tensión, cierta gravedad, y algún personaje las rompe, aunque sea diciendo una barbaridad. Pero es que en la vida real también nos hace falta, si no parece que en cualquier momento vamos a rompernos. El lector no está ahí para que le hagamos sufrir. Y creo que ya está demasiado manida la idea del personaje de un detective amargado, triste, alcoholizado, a quien todo le va fatal pero que aun así es muy listo y lo resuelve todo… No, esto ya se ha hecho mucho. Hagamos algo más natural, más normal: me gusta desmitificar, con esto, la propia imagen del escritor. A veces me da la sensación de que la gente cree que estamos siempre haciendo entrevistas o en la cresta de la ola o mirando al horizonte y creando historias, con una taza de café al lado… no, también llevamos los niños al colegio o gastamos bromas. Una vez vinieron a hacerme fotos y el fotógrafo me miraba todo el rato, sorprendido, y le pregunté si le pasaba algo: “Ay, es que no sabía que los escritores hablaran tanto”. Me eché a reír por el comentario y siguió: “Pensé que eran todos muy tímidos, muy retraídos, muy listos…”. Le di las gracias, pero esa imagen…: pasa lo mismo con las novelas. Sería tan aburrido que siguiésemos los modelos clásicos de siempre… Creo que hay que romper, no porque busque deliberadamente sorprender sea como sea al lector sino porque la vida no es drama constantemente, no es todo el rato Historia de una escalera de Buero Vallejo, que todos saben que va a salir mal, cíclicamente, sin parar, o como El árbol de la ciencia, donde todo termina mal y sabes que no va a mejorar nunca… Son obras fantásticas, maravillosas, deliciosamente escritas, pero… quizá es que yo sea “buenrollista”, y que aunque escriba historias con crímenes, también hay margen para ver el lado más lindo de la vida. Aquí, en el norte, es normal bromear con la muerte o tomárselo todo no tan en serio, porque sería agotador. Todo tiene que ser más natural.
¿Cuánto y cómo te ayuda Gordon, tu perro, en tu proceso de escribir?
[Risas] Me hace mucha compañía. Durante las fases de promoción son todo focos, luces, estás con mucha gente, pero en la vida real estoy sola muchísimas horas: escribiendo, investigando, buscando libros rarísimos en las librerías, documentándome, visitando archivos, bibliotecas… todas son tareas que hago en soledad. Siempre que está Gordon conmigo me vuelvo un poco menos ermitaña y eso es bueno.
¿Qué significan para ti las librerías?
Son un escape y también un refugio y, por supuesto, un lugar de encuentro.
He descubierto, a partir de ser escritora y de publicar, qué buen lugar de encuentro son las librerías para los actos culturales, para atraer la cultura y el conocimiento a pie de calle y qué necesarias. Antes de ser escritora, para mí eran simplemente un refugio: yo era la típica pesada que llegaba, estaba una hora mirando sinopsis, preguntando, pidiendo consejo al librero o la librera y luego me llevaba tres, cuatro, los libros que fueran, pero para mí la lectura comenzaba cuando empezaba a bucear por las estanterías buscando alguna historia que me atrajese. Para mí, leer comienza ahí.
Como lugar de encuentro me han maravillado: los clubes de lectura que se juntan para comentar libros… cuánta vida traen, cuánto conocimiento. Y, sobre todo, las librerías son muy importantes para combatir la inercia de pensamiento, combatir lo gregario, todo aquello a lo que nos sumamos sin ejercer el pensamiento crítico. Sea el género que sea el preferido de las personas que acuden a las librerías, siempre les van a ofrecer la posibilidad de contrastarlo con otro pensamiento ajeno al suyo propio, y eso es siempre enriquecedor. Son un bien necesario. Cuando estudié Derecho Político –antes era abogada– me sorprendió mucho, en una asignatura de 4º, encontrar que la cultura forma parte del Estado del Bienestar, y que es obligación del Estado facilitarla. Para mí, las librerías forman parte de ese engranaje y son absolutamente necesarias.
[Una entrevista de Juan Marqués y de las libreras Sagrario Santamaría (Librería Taiga, Toledo), Ester Vallejo (Librería Jurídica Lex Nova, Madrid) y Chiara Delle Donne (Librería Diógenes, Alcalá de Henares).La fotografía de la autora es de Javi Collazo]