Hamnet: Duelo y celebración
Hablar de Maggie O’Farrell es, objetivamente, hacerlo de una de las escritoras recientes en lengua inglesa más leídas y más queridas por un público cada vez más amplio y universal, y, subjetivamente, hacerlo de una de las escritoras con un universo más personal. Autora de ocho novelas, una memoir y un libro infantil ilustrado, con […]
Hablar de Maggie O’Farrell es, objetivamente, hacerlo de una de las escritoras recientes en lengua inglesa más leídas y más queridas por un público cada vez más amplio y universal, y, subjetivamente, hacerlo de una de las escritoras con un universo más personal. Autora de ocho novelas, una memoir y un libro infantil ilustrado, con su última novela, Hamnet, se ha ganado desde su lanzamiento un puesto de honor en todas las listas sobre la literatura que más ha gustado en 2021, así como de las que más han vendido, también en España, lo cual tiene más mérito por haber sido editada por una editorial, Libros del Asteroide, que, siendo muy importante, es independiente.
Hamnet abrió la estantería de los recomendados en marzo por las libreras y libreros y está en todos los resúmenes y balances que aparecen estas semanas, de la misma manera que, en su versión original, recibió en 2020 –el año de publicación de la obra en inglés– el National Book Critics Circle Award en Estados Unidos como mejor obra de ficción, el británico Women’s Prize for Fiction, el irlandés Premio Dalkey a la mejor novela del año, y fue considerado uno de los diez mejores libros para los críticos del Book Review del New York Times.
Desde las librerías estamos seguras de que el goteo de premios no ha acabado. Por nuestra parte, fue Esther Gómez, de la librería Moito Conto (A Coruña), quien nos envió en su día, recién aparecido el libro, esta formidable vídeo-reseña.
Hay en casi todos sus libros, tanto en los de ficción como en su testimonio Sigo aquí, una sensación de “inmediatez con lo espectral”, según se ha dicho: el dolor por la pérdida de las personas amadas, el aturdimiento que provoca la consciencia de la cercanía de la muerte, la anticipación de ésta. También en Hamnet aparece, implacable, majestuoso, ese dolor, en una ficción histórica que, sin embargo, aborda de forma emocionante algo atemporal, algo eterno: el conflicto entre amor y destino.
En un cuestionario sobre sus hábitos de lectura, O’Farrell hablaba de Donde viven los monstruos de Maurice Sendak como el libro que no sólo fue su primer deslumbramiento como lectora cuando niña sino que sigue en su lista de favoritos: “no tiene una palabra de más ni una palabra fuera de sitio; Sendak dice lo necesario y nada más, y Max –el niño protagonista– es el perfecto guía-curioso, valiente aunque esté perdido. Y el final es perfecto: los monstruos viven donde se te quiere más, donde se te quiere mejor que nadie”.
Es difícil leer esas líneas sin pensar en Hamnet y en que, al hablar de Max, podría la autora estar describiendo a Agnes (trasunto de Anne Hathaway), la mujer de William Shakespeare, quizá la principal de entre los cinco protagonistas (junto al propio Shakespeare y los tres hijos de ambos aunque, entre éstos, tienen más peso los gemelos Hamnet y Judith que la primogénita Susanna) de esta ucronía en la que se reconstruye uno de los grandes misterios de la historia de los escritores (que no de la historia de la literatura…), similar al que envuelve a Miguel de Cervantes: la vida privada y familiar de uno de los escritores más importantes de la historia.
Lo dice muy bien Bill Bryson en su Shakespeare: “Tras cuatrocientos años de intensa cacería, los investigadores han ido encontrando un centenar de documentos relacionados con William Shakespeare y su familia más cercana. Actas bautismales, escrituras de propiedad, certificados de impuestos, compromisos conyugales, avisos de embargo, registros legales (numerosos registros legales: en aquel entonces adoraban los litigios), etc. Una cifra nada desdeñable, aunque a las escrituras, los certificados y demás papeleo les falta vitalidad. Nos proporcionan información cumplida sobre los aspectos más formales de la vida de una persona, pero apenas nos dicen algo de sus emociones.”
En casi cuatrocientas páginas, O’Farrell salta sobre todas las incertidumbres y escribe sobre la vida de la familia Shakespeare, o, más bien, sobre cómo llegaron a ser una familia antes de que la fama del dramaturgo lo eclipsara todo, y sobre cómo la prematura muerte de su hijo varón pudo influir en la obra del inglés, pudo hacer que la vida se transfigurara en arte, pero, desde luego, cómo el dolor de esa muerte atravesó para siempre las vidas de los cuatro supervivientes y, sobre todo, la de la madre de Hamnet.
Es una escritura centrada en la vida en Stratford, en un mundo cíclico, gobernado por las estaciones, las tareas domésticas, los ritos y las jerarquías; un mundo gobernado, de alguna manera, por las mujeres, en el que los roles del matrimonio y la maternidad, incluso si los encarna Agnes, retratada como melancólica, excéntrica e intuitiva hasta rozar lo mágico, son esenciales.
Con un lenguaje que no rehúye las palabras de la época pero no pierde ni una pizca de poesía, O’Farrell no escatima en descripciones (algunas exuberantes, sobre todo respecto a la naturaleza y a la relación de Agnes con ésta. El hecho de que la novela transcurra en el siglo XVI no la convierte en lo que entendemos por “una novela histórica”, y el indudable esfuerzo de documentación se subordina a la historia, no invade a los lectores, quienes, sin embargo, reciben pequeñas (y precisas en todos los sentidos) porciones de la vida de la época, de cuánto tarda una carta en llegar al destinatario, del tráfico de fardos de lana, de remedios y plantas o de la forma en que se desciñe un jubón.
Es raro y maravilloso cuando un autor sondea en una condición universal, como lo son el amor, la alegría, el dolor y la muerte, y les da forma de una manera tan reveladora que la sentimos como propia. A medida que se despliega, la historia llega a una conclusión que tiene algo, por fin, de esperanza: los corazones hechos añicos pueden llegar a encontrar consuelo, la gracia y la esperanza pueden llegar desde lugares insospechados. Para ello, en este tiempo de extrañeza y duelo, es posible que el arte de O’Farrell sea más necesario que nunca.