James Joyce, no solo el ‘Ulises’

Si entendemos la historia de la literatura como una cordillera, no hay muchas dudas de que el Ulises de James Joyce, de cuya publicación se cumple estos días cien años, es una de sus cimas, aunque quizá habría que leerlo más bien como una cumbre totalmente aislada, sin montañas alrededor, solitaria, radicalmente aparte. Pocos libros […]

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Si entendemos la historia de la literatura como una cordillera, no hay muchas dudas de que el Ulises de James Joyce, de cuya publicación se cumple estos días cien años, es una de sus cimas, aunque quizá habría que leerlo más bien como una cumbre totalmente aislada, sin montañas alrededor, solitaria, radicalmente aparte.

Pocos libros más conocidos, y pocos libros menos leídos. El Ulises es el libro que más unánimemente reconoce la gente que no ha leído o, más frecuentemente, que no ha podido o incluso querido terminar, disuadidos los lectores por su dificultad, por su exigencia, por determinados pasajes que, realmente, ponen a prueba la paciencia. En nuestros “cuestionarios libreros” es, con mucha diferencia, el título más citado ante la pregunta de “¿qué lectura insoslayable tienes todavía pendiente?”, y no es extraño. Nadie le niega su carácter de “clásico”, pocos discuten su trascendencia para la literatura moderna, pero a la vez es un libro que no ha podido tener continuidad, que no puede tenerla, que no admite epígonos ni imitadores, sólo “fanáticos”.

Estos días llegan (o, mejor, regresan) a todas nuestras librerías las tres traducciones principales que se han hecho a nuestro idioma. Galaxia Gutenberg recupera la primera, del argentino José Salas Subirat, en una flamante edición (todo un coffee table book) ilustrado de forma admirable por Eduardo Arroyo, que dedicó al proyecto varios años de su vida. Lo hizo sin saber que Joyce dejó terminantemente prohibido que su libro se publicase ilustrado (y lo hizo muy decepcionado por las negativas de Matisse y Picasso a hacerlo, cuando ya se habían comprometido a intentarlo). Por su parte, Lumen vuelve a publicar, con un nuevo prólogo de Andreu Jaume, la clásica versión de José María Valverde, que es probablemente la más leída por los lectores españoles, y que siempre se publicó en ese mismo sello (o en algunas ediciones populares vinculadas a la misma casa, que ahora han conducido a la de DeBolsillo). Y Cátedra reimprime, en su decisiva colección Letras Universales, el trabajo de María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa. Por otra parte, sigue en circulación la edición crítica en Akal (con traducción de Marcelo Zabaloy), así como la versión al catalán de Carles Llorach-Freixes en Funambulista, y la de Xavier Olarra Lizaso al euskera en Igela.

Ya los contemporáneos del libro cayeron rendidos (a veces literalmente…) ante su ambición, su fuerza y su grandeza, comprendiendo que con ese libro la lengua inglesa entraba en una nueva época. Virginia Woolf declaró que «Lo devoré en un verano con espasmos de asombro y de descubrimiento», y poco tiempo después T.S. Eliot, otro gran renovador de su idioma, hablaba de él como de «un libro con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede escapar».

Lo cierto es que sí se puede escapar de él, se puede vivir y leer como si ese hito no hubiera existido, por aquello que decíamos de que es un libro no sólo único sino aislado, casi “autista”, un fenómeno incomparable. Basta con su título para que nadie pueda negar que Joyce pretendía hacer con él lo que de hecho hizo, que su propósito era histórico, aunque también hubiera, desde luego, algo de extraña parodia, no de La Odisea sino, en general, de toda la cultura occidental, por no decir de toda la humanidad. En ese sentido, es totalmente necesario entender que Europa despertaba de la Primera Guerra Mundial, la “Gran Guerra”, que fue lo que arrebató para siempre al mundo la inocencia colectiva. Al igual que muchísimas otras obras del “Modernism” o, en general, de las vanguardias literarias y artísticas, si no volvemos la vista a lo que ocurrió entre 1914 y 1918, es imposible comprender cabalmente el significado profundo de lo que leemos, esa sensación de escarmiento, de espanto, de ausencia absoluta de esperanza.

Con todo, y como anunciábamos en el título, el Ulises es sólo el resultado más vistoso y espectacular de una obra literaria no muy fecunda (¿cómo iba a serlo, tratándose de proyectos como ésos?) pero sí mucho más amplia. Somos muchos quienes encontramos lo mejor del autor irlandés en los magníficos cuentos de Dublineses, y muy en especial en el último, “Los muertos”, una obra maestra abrumadora, conmovedora, estrictamente inolvidable. El año pasado la editorial Navona publicó ese relato exento, en nueva traducción de Nuria Barrios y con prólogo de John Banville, y tuvimos así una oportunidad más de maravillarnos con la que para muchos, insistimos, es a pieza más lograda y magistral de Joyce.

Mucho más complicado es enfrentarle al Finnegan’s Wake, o desde luego digerirlo, pues, por encima aún del Ulises, se ha llegado a decir de él que es la obra más difícil de la historia de la literatura, y hay motivos objetivos para defenderlo. Lo que sucede en ese libro con ese “river-run” de la primera línea es, más que circular, obsesivo, y no es raro que haya muchas menos versiones, porque nunca podrá haber muchos lectores. Circula la heroica de Marcelo Zabaloy en Akal.

 

Y para acabar con este repaso a nuestro escaparate, centrándonos en el protagonismo que entre nosotras, gracias a la efemérides pero con toda justicia, va a tener James Joyce en los próximos meses, hay que aplaudir que Páginas de Espuma, en edición y traducción de Diego Garrido, se anime a publicar todos sus Cuentos y prosas breves, lo cual, por supuesto, incluye a nuestros imprescindibles Dublineses, pero también versiones anteriores, bocetos preparatorios para el Wake, intentos de diarios, prosas autobiográficas, notas sueltas… Probablemente sea ésta la mejor forma de entrar en el universo Joyce, pero hay también hay un excelente pasadizo para ello en Stephen Hero, primera versión del Retrato del artista adolescente, que ahora publica la editorial gaditana Firmamento, y lo hace también con prólogo y traducción de Diego Garrido.

A falta de una necesaria reedición de la poesía de Joyce (tan codiciada para quienes no tengan la suerte de poseer o, todavía, de encontrar la Poesía completa que editó hace años Visor, y que incluía, claro, poemas manzanas o Música de cámara), que, desesperada, intensa y sentimental, ayuda mucho más de lo que pudiera imaginarse a entender su narrativa, la “avalancha Joyce” que estos días se nos echa encima es la convocada en estos párrafos: todo un banquete que puede resultar excesivo, sí, pero que no debería atracar a nadie. Como sucede cuando uno se propone coronar cualquier ochomil, enfrentarse a Joyce supone un esfuerzo, sí, y paciencia, y preparación, y cierto entrenamiento lector… pero una vez en el camino, la aventura es maravillosa, placentera, sublime. Si se trata de entender cómo somos y por qué, no deberíamos conformarnos con mucho menos.

Juan Marqués para Las librerías recomiendan.