"A puerta cerrada", de Luis García Montero
Luis García Montero se encerró a puerta cerrada durante seis años, en un periodo de crisis personal, quizá reflejo de una sociedad en descomposición, en el que el poeta intentó indagar qué le ocurría a él y al mundo, si era cierta esa frase de Sartre, “el infierno son los otros”, o si cada uno debía asumir su parte de culpa y buscar soluciones a la transformación y los cambios en un país a la deriva. Así se aisló y fue escribiendo en su soledad acompañada, tomando el título del poemario de otra obra de teatro de Sartre al que homenajea. En A puerta cerrada, el poeta cuestiona la vida y el paso del tiempo a través de la figura del lobo, pero no como decía el filósofo Hobbes siendo “el hombre un lobo para el hombre”, sino como el animal figurado que transforma la indignación en rabia y que observa, en la noche, en la calma, con estupor y cólera cómo el mundo se pierde entre las brumas y cómo la poesía es el refugio para encontrar la belleza, la ilusión y la dignidad humana en medio de las ruinas, confiando en su propia identidad como poeta. Así, Luis asume, interioriza y se responsabiliza en parte de los fracasos sociales a través de su queja, mediante el aullido del lobo que pasea, escrutando en los viajes, en los aeropuertos, en las habitaciones cerradas y que cohabita con la nostalgia y con el paso de los años. El lobo en la voz del poeta sale al encuentro de las luces y las sombras de la vida, asomando el colmillo y con ganas de morder pero con la urgencia serena de la poesía como modo de vida y como manera de vertebrar la conciencia social, el compromiso y el bagaje sentimental de una época oscura con sus versos conmovedores, profundos y meditados sobre nuestro tiempo:
CAMINO DE IDA Y VUELTA
Fuera de mí,
dentro de mí,
el lobo es un camino de ida y vuelta.
Muerde mi corazón para plantar un árbol.
Corre por mi memoria en busca de un espejo.
Se acerca hasta la ira de mis lágrimas
cuando ve la ciudad fuera de mí.
Luego pisa mi sombra para estar con el miedo.
El viento de la esquina lo lleva a mi dolor.
Las sábanas se enredan en sus pasos.
Dar vueltas es soñar
dentro de mí.
Lo demás son palabras,
palabras en sus ojos,
palabras que se van
o que regresan.
Porque la belleza no está reñida con la verdad descarnada, porque el poeta ha escrito desde la calma, huyendo de las prisas de nuestra época y haciendo un ejercicio de memoria personal sobre la condición humana que convierte A puerta cerrada en un libro deslumbrante. Porque, como escribió Sartre, “el existencialismo es un humanismo”, y en este libro está presente esa manera de existir y cohabitar pese a la desolación y las dudas, pese a la tristeza y la melancolía siempre hay esperanza, existiendo en la poesía.
Leyendo este libro me han venido a la memoria unos versos de Charles Baudelaire que hablan del poeta y me han recordado a Luis, y que dicen así:
“Detrás de los paneles de la existencia inmensa, en el más negro abismo, veo distintamente los más extraños mundos y víctima extasiada de mi clarividencia arrastro en pos serpientes que mis talones muerden. Desde ese momento, igual que los profetas, amo con inmensa ternura el mar y el desierto, sonrío en los duelos y lloro en las fiestas, encuentro un gusto dulce al más ácido vino. Tomo a menudo los hechos por mentiras y caigo en los agujeros por mantener mi vista pegada al cielo, pero esa voz me consuela diciendo: son más bellos los sueños de los locos que los del hombre sabio”.
Y termino con el último poema de Luis García Montero de A puerta cerrada, una declaración de intenciones sobre su vida, su libertad y su poesía:
EPITAFIO
Le han perdonado mucho
sus libros muchas veces.
Quizá también lo hagan
sus hijos, sus amores.
Y aquí sigue sin prisa,
ante ningún altar,
padre de mundos libres,
poeta y perdonado.
LIbrería Muga (Madrid)