“Algo pasa en el mundo” de Miguel Sánchez Robles
Algo pasa en el mundo (XXXI Premio Torrente Ballester 2019)
Sánchez Robles, Miguel
ISBN
978-84-9812-368-5
Editorial
Diputación de A Coruña
Se sale realmente impresionado de la lectura de Algo pasa en el mundo. (El síndrome de Hybris), uno de esos libros que sigilosamente, con humildad, llegan a casa, y que parecen condenados a verse sepultados entre lecturas más apremiantes y “obligatorias”, trabajos pendientes, novedades editoriales más coloridas… Y sin embargo uno ojea en un rato de descanso sus primeras páginas, y ya no se puede parar durante las trescientas que siguen.
En esta novela de Miguel Sánchez Robles se expresa y casi se levanta un personaje que se construye a sí mismo a través de sus textos: primero los que escribe en el taller de literatura de la prisión en la que, nunca sabremos por qué, sufre una condena, y luego, ya excarcelado, a través de su diario, sus apuntes personales, sus cartas a su madre o a su amiga Marta. Todos esos textos van principalmente encaminados a dar cuenta, y cómo…, del extremo estupor que producen en el personaje todos los cómplices de lo que él llama “La Trampa”, y que son, básicamente, las consecuencias del progreso tal y como éste ha sido concebido y desarrollado, es decir, mal. La inocencia de base del personaje no puede sino protestar anónimamente ante la estupidez de lo que ve en la televisión, ante el devenir de las tendencias, ante el rodar de las modas, ante las trampas del lenguaje, ante el espectáculo de la política… A veces iracundo y a menudo resignado hasta ya el amansamiento, sus notas son botellas que un náufrago lanza a la gran ciudad (que es Madrid). Un elenco de personajes secundarios, habituales del bar Atlántida o del Mar Báltico, perdedores endémicos, completa el paisaje social y narrativo.
La velocidad, la prisa, el frenesí de Madrid… suponen uno de los principales enemigos de Manu, nuestro personaje: “Esa falsa intensidad de vivir que hay en las películas y en las series se está pasando a la vida real. Y así, de forma caníbal, se ha ido quemando entera toda la cultura”. En busca de “pequeñas cosas buenas”, desesperado y solo, entiende que “no hay absolutamente nada en la actualidad que premie el conocimiento o el compromiso con la verdad y el esfuerzo” o que “todo lo que se ignora genera violencia” o que “la Historia es un proceso sin sujeto ni fines que nos va a devorar”… La novela es, claro, amarga, pero también enérgica, y no se crea que es tan “quejica” como probablemente está pareciendo en esta reseña: hay muchísima protesta, obviamente, toda una impugnación al mundo de hoy, un ataque salvaje aunque en el fondo piadoso contra todos aquellos que “son incapaces de relacionarse con lo que es profundo”…, pero, por una parte, es una protesta lanzada con buena puntería, reconfortante en lo que tiene de desahogo ante lo que realmente nos está, paulatinamente, deshaciendo, y, por otra, en la novela, como en todas las que merecen la pena, hay una redención, incluso aunque pueda terminar mal.
“¡Dios, qué bien nos toman el pelo!”, constata Manu en cierto momento, para, en otro, entender de forma sublime que “hay que saber amar bien lo que se va a perder pronto”. La novela oscila entre esas dos certezas: rabia y cariño, depravación y ternura, violencia y docilidad. Y el resultado es magistral, toda una sorpresa, muy reconfortante. Es una novela que hace que uno se sienta un poco menos solo, un poco menos extravagante, un poco más calmado.
Juan Marqués, para ‘Las Librerías Recomiendan‘.
Juan Fco Vivo Díaz
5 diciembre, 2020 at 5:41 pm
Algo pasa en el mundo, Miguel, como si la vida fuese una bola de nieve que va aumentando y al final de la montaña, en su base, estuviéramos nosotros, siempre nosotros, esperando.
La Trampa está ahí, siempre estará ahí porque los humanos no podemos vivir sin mentirnos, sabiendo que la mentira es a menudo necesaria para seguir adelante.
Uno ha de pensar que hay algo más en la existencia, que no consiste sólo en rellenar el tiempo.
En el vivir, creo, deseo, debe haber un poso consciente que dé sentido a las cosas, al respirar, al transmitir nuestros genes a la historia y dejar de ser porque finalmente todo se reduce a polvo. Mientras, aventamos el grano pardo de los sueños hacia un lugar nadie que vomita ante nosotros.
Así es la Trampa: un lugar nadie que vomita ante nosotros.
El mundo es la trampa, la artificiosa banalidad de la especie. Tan sólo me vale poetizar, arramblar con palabras edificios e hipocresía. El cochero de Drácula está al acecho; sé que está ahí, a la sombra, muy atento, con las uñas afiladas y una esperanza maldita, una esperanza maldita.
Así es la Trampa: un castillo de naipes que se derriba con el solo suspiro de un verso. Porque, cuando escribes, Miguel, no existe la Trampa; la Trampa no puede llegar a quien se ríe de ella, a quien logra con ironía construir una Trampa para la Trampa. Ahora está atrapada en la celda de una prisión de donde nunca podrá salir: “Algo pasa en el mundo”.