"Cara de pan" de Sara Mesa
Dice su autora que Cara de pan es una reescritura del cuento “A contrapelo” (VV.AA., Riesgo, Rata, 2017). En una de las capas de este cuento la narradora cuestiona la verosimilitud de su propia narración; puede que éste sea el punto de partida para el desarrollo de Cara de pan, una narración aparentemente sencilla (narrada en tercera persona, pero decantada hacia la voz de la protagonista adolescente), que parece entrar en terrenos de lo inverosímil: un hombre mayor desocupado y una adolescente de casi catorce años se encuentran cada día en un parque, en horario escolar (la niña falta a clase a escondidas de profesorado y familia) y entablan una relación; ésta sería la estructura superficial de la novela. Pero en un nivel de estructura, digamos, profunda, Cara de pan indaga en las dobleces del ser humano, en sus mecanismos para relatarse a sí mismo, su construcción de “la” verdad, esto es, nos habla de la mentira, de los prejuicios, de la condescendencia y de las barreras impuestas por la moral imperante.
Sara Mesa es especialista en sacarnos de nuestra zona de confort. Con sus vueltas e indagaciones en lo oscuro busca extrañarnos y darnos un toque de atención sobre la importancia del matiz. Como lectores, fácilmente podemos identificarnos con el personaje masculino de “Mustélidos” (Mala letra, Anagrama: 2016): “No sabía por qué [sus cuentos] le habían causado una inquietud indeterminada. […] la sutileza de la ambigüedad, las insinuaciones oscuras… eran demasiado turbadoras”. Es, sí, narradora de lo oscuro y turbador, y en su lectura disfrutamos precisamente de esa capacidad que tiene para incomodarnos. En Cara de pan, como en otros de sus libros (Cuatro por cuatro, Un incendio invisible), de nuevo está presente la ambigüedad en las relaciones entre adultos y niños. Me fascina que Sara Mesa sea capaz de dinamitar los tabús y los prejuicios que pesan sobre estas. Lo hace en Cara de pan a través del relato de una relación entre dos personajes (perdón por el adjetivo) “raros” (el “raro”, otro de los temas fetiches de Sara Mesa). Esa relación está abocada a un fracaso previamente constituido: denostada y censurada por todo tipo de instituciones (la familia, la escuela, la sociedad), sus protagonistas sólo pueden convertirse en víctimas de esa red de ideas heredadas, carente de matices y autocrítica. Es así como se instaura la mentira, el miedo y el silencio. Si el viejo es víctima de la ficción de la adolescente, ésta es víctima a su vez del miedo que le imponen las instancias superiores que gestionan su voluntad y libertad. Pero no nos engañemos, no hay condescendencia en la narración, ni pretensión por parte de su autora del establecimiento de una nueva moral, se invita al lector a la reflexión, y a volverse sobre lo hecho y lo dicho, y a asomarse a un mundo de ficción que se parece mucho al mundo real, con sus aristas y dobles fondos, con sus contradicciones y perversiones.
Irma Amado, Librería Numax (Santiago de Compostela)