“Cómo llegamos a la final de Wembley”, de J.L. Carr
Cómo llegamos a la final de Wembley
Carr, Joseph Lloyd
ISBN
978-84-9066-480-3
Editorial
Tusquets Editores
El corazón de todos los lectores que hace catorce años se emocionaron con la traducción al castellano de Un mes en el campo, de James Lloyd Carr, se ha tenido que volver a encender al ver en las librerías españolas, por fin, un nuevo libro de su autor. Si no es así, es que nunca hubo corazón, sino, como diría el propio Carr, una bola de fibra sin calor, una bolsa de plástico vacía…
Un personaje de aquella narración sencillísima y extraordinaria (escrita por Carr en 1980) afirmaba que “cualquiera puede hacer cualquier cosa si se lo propone” (p. 69), y eso es lo que se cuenta en Cómo llegamos a la final de Wembley, publicada en 1975 (y cuyo título original llega aún más lejos a la hora de destripar el final desde el principio: How Steeple Sinderby Wanderers Won the FA Cup). El equipo del título es, por supuesto, una modestísima escuadra rural de tercera fila en la que de repente confluyen un montón de entrenadores, jugadores y hasta animadoras que “estaban en el lugar adecuado en el momento oportuno”, consiguiendo así una insólita hazaña deportiva a la vez que su inventor obtenía una de las gestas literarias más divertidas e irresistibles que hemos leído últimamente, tan simpática y deliciosa como la fotografía que los editores de Tusquets han elegido para la cubierta.
Como sucedería un lustro después con la Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, desde el título y las primeras líneas ya se cuenta el memorable final, de modo que aquí no hay intriga pero sí muchas sorpresas, un reportaje fenomenal y enternecedor, una lectura ligera sobre un suceso sublime, pero escrita en todo momento con ese hondo humor inglés, esa lealtad hacia la vida, ese tono literario británico que es de allí y sólo de allí, intransferible, inimitable, y al que todo buen lector necesita regresar con cierta frecuencia para oxigenarse. Hay en todo ello algo aparentemente ingenuo, sí, pero es que resulta que “ingenuo” es un anagrama de “genuino”, y sin esa veta amable y campestre de la escritura inglesa la historia de la literatura universal sería como una bicicleta con una sola rueda, algo que, sencillamente, no hubiera podido avanzar.
Hay una extraña y reconfortante verdad latiendo dentro de esta epopeya, que es toda una exaltación de la extravagancia y de lo imprevisible, por muy avisado que esté lo que va a suceder (pero es que lo que importa no son los partidos, sino todo lo que ocurre a su alrededor o a raíz de ellos). La novela, traducida al español por Puerto Barruetabeña, se nos presenta en dos partes: en la primera se nos familiariza con el espacio y el ‘modus vivendi’ del pequeño lugar (donde hablar de “campo” de fútbol no tiene nada de metafórico) y, sobre todo, va desfilando el maravilloso casting (un repartidor de leche convertido en imbatible guardameta; un viejo delantero del Aston Villa retirado que de repente necesita volver a las canchas por una conversión religiosa; un párroco mucho más hábil a la hora de lanzar saques de esquina que a la de salvar almas…), y en la segunda se van sucediendo las crónicas de los partidos, eliminatoria tras eliminatoria, cada vez más difícil y más lejos y más loco… No diremos más. Sólo que, por tristes o enfadados que estemos, por mucho que llueva allá fuera, por mucho que el mundo nos maltrate o no sobrecargue… es imposible leer estas doscientas páginas sin una sonrisa constante, cómplice, feliz, o sin emocionarse en sus últimos coletazos, después de encandilarnos, y divertirnos, y conmovernos…: otra gran victoria.
Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan‘