“Da dolor” de Pilar Adón
Pilar Adón (Madrid, 1971) es una escritora polifacética y una excelente traductora, autora de novelas como Las efímeras (Galaxia Gutenberg, 2015), tan buena como asfixiante, de relatos que beben de la mejor tradición anglosajona, como los recogidos en El mes más cruel (Impedimenta 2010) o en La vida sumergida (Galaxia Gutenberg, 2017: reseñados por mí misma para ‘Las Librerías Recomiendan’), y traductora a nuestra lengua de autoras imprescindibles como Penelope Fitzgerald, Iris Murdoch o Barbara Baynton. Es una mujer menuda con cara de duendecilla traviesa y con una conversación fascinante y plena de profundidad. Es licenciada en Derecho y especialista en Legislación Medioambiental y es, además, poeta.
Pilar poeta ha publicado con La Bella Varsovia La hija del cazador (2011), Mente animal (2014), Las órdenes (2018 [: reseñado también en ‘LLR’]) y, estos días, Da dolor, un poemario sólido y duro: pétreo, y sin embargo dinámico; lleno de dolor y de añoranza: de rabia pero, también, finalmente, de aceptación. Un libro que es su título y que para recomendarlo me ha obligado a la introducción sobre los quehaceres intelectuales de la autora (también ensayista, por cierto) porque no me parece posible disfrutarlo sin entender que Pilar Adón es una duenda que trabaja con las palabras y que con ellas siente y explica, dice, nos dice, y se dice; que con ellas busca explicación a lo inexplicable y crea sentido(s) para cobijarse y ofrecernos apoyo.
Da dolor es un libro duro (sé que me repito) no solo por el contenido de los poemas (un contenido que solo intuimos sintiéndolos como propios) sino por lo árido (“Aridez” se titula uno de los poemas de la primera parte) del lenguaje y por la multitud de referencias soterradas que atesora. Es un libro complejo desde el propio título, que requiere varias lecturas en varios momentos porque se superponen capas diversas que, además, se mueven en el tiempo. ¿Qué es lo que da (no produce, no causa, no origina: da) dolor? ¿Qué dolor da? ¿Dónde duele? Todas estas dudas surgidas de la originalidad del título tienen múltiples respuestas en los poemas de este libro, veintiocho poemas distribuidos en tres o cinco partes (depende de cómo se mire) que hacen alusión a fenómenos geológicos (orogénesis, deformación, plegamiento) y, simultáneamente temporales (lo de antes, durante, lo de después), formando un todo sólido (vuelvo a saber que me repito), unitario, que queda cerrado antes de que la erosión de quien lee, de quien escribe, se inicie.
La primera parte del libro (consideraré que son tres), reúne doce poemas previos a la aparición del dolor-montaña escarpada. Son poemas ajenos a lo que sucederá que unas veces reivindican ese tiempo anterior (¿el de la infancia?, ¿el de la inocencia?, ¿el del desconocimiento?) y, otras, presienten. Así, al final del primer poema la poeta reivindica su derecho al recuerdo:
“Dejadme recordar. Mirar atrás
no puede ser un pecado tan grande.
La memoria de una esposa, la memoria
de la humanidad entera.
Mi padre me llamaba Pilu.
Mi madre, ratona.
Aunque ellos no se acuerden.”
Mientras que en el sexto nos advierte:
“TODOS LLORAMOS a alguien. A todos nos llega
la hora.
O, como decía mi abuela,
el que no tenga que espere.”
La segunda parte, la que encarna el dolor, lleva por título “Deformación (durante)” y contiene siete poemas transitados por el miedo y la rabia, por el desconcierto, la incertidumbre y, también, la solicitud de ayuda, la petición de apoyo, el deseo de que nada sea como es. En esta parte se encuentra el poema más corto del libro:
“ESO ESPIRITUAL QUE VES es mi pena.”
Hay en estos poemas referencias explícitas a la enfermedad, no a una enfermedad, sino a la enfermedad (“Alimentadoras. Oferentes de sodio, potasio,/antibióticos” leemos en “Ladera 1”), a las obligaciones del papel asumido (“Es mi misión querer./Tomar la temperatura de 34 con 6./Repartir sobrecitos de azúcar,/desdoblada. Ardiendo-yo.” Encontramos en “Ladera 2”), a la rabia como negación (“Que los cestos nuevos dejarán de serlo/y la fruta recién traída irá pudriéndose./¿Cómo entenderlo, doctor?¿Qué aprender?” nos dice la autora en el poema titulado “Hospitalidad”). Es esta la parte central, la más dura, la del presente que se impone. La de la soledad. La de la negación en la palabra y la aceptación en el acto. Una parte para leer muy despacio y respirar profundo.
La tercera parte lleva por título “Plegamiento (lo de después)” y consta de cinco poemas, a los que se añaden otros cuatro en una coda o epílogo que nos interpela directamente. La rabia permanece en el después, se hace fuerte y se ensaña contra la palabra que no sirve, que no cura, que no evita y contra la propia autora que en el poema “LECTOR QUE ASUMES…” nos advierte:
“LECTOR QUE ASUMES estos versos,
has de saber que su autora es una bestia innoble
que no puede callarse. Que escribe
sobre entrañas y personas decentes,
y despierta cada día dentro de una cabeza
derramada en chirrido.
Que entrega
y delata a los que más quiere,
sin borrar nada, perder nada,
midiendo el valor de una vida
por los libros leídos,
libros escritos.
Su nula dignidad
y su poca ética.”
Y una cosa hay de cierta en esta advertencia: Pilar Adón es una bestia. Y lo es porque es capaz de trasmutar lo descarnado en palabra, de nombrar el miedo, la soledad, el sueño, el recuerdo, el vértigo. Una bestia porque escarba hasta dejarse los dedos y lograr que del interior de la materia pétrea brote el agua.
Lean este libro. “Da dolor”, sí, y nos da la vida porque nos devuelve la palabra y el agua inicial. El poemario se cierra con un poema titulado “Oceanus”. Lean a la bestia. No digo más.
Izaskun Legarza Negrín, Librería de Mujeres de Canarias (Santa Cruz de Tenerife)