“Diario íntimo” de Juan Ramón Jiménez
Diario íntimo, Juan Ramón Jiménez, Athenaica, 2022.
Desde la primera entrada de este breve diario, apenas un mes, a finales de octubre de 1903, en tres o cuatro palabras que le obsesionaban por entonces: el alma, la felicidad, la tristeza, los negros presentimientos, ya revela su autor el tono general del texto, así como de las poesías que escribiera en aquella época, la de Arias Tristes. Juan Ramón Jiménez tenía 21 años, vivía de manera transitoria en Madrid, y estaba recién dado de alta (por no decir expulsado) de un ingreso de varios meses en el Sanatorio del Rosario, donde uno no sabe a ciencia cierta si pudo recuperarse algo de sus neurastenias o si, por el contrario, intensificó ese mal.
No hay duda de que este documento es valioso para conocer al Juan Ramón Jiménez de aquellos años, para ver con quién se relacionaba (por aquí desfilan nombres importantes como Giner de los Ríos, Rubén Darío o los hermanos Machado, entre otros), para saber mejor las circunstancias en las que escribe las melancólicas cancioncillas de Arias Tristes, hechas como de un cansancio de vivir peligrosamente contagioso, hechas también de una extrema sensibilidad para el movimiento de la luz, sus parpadeos, los atardeceres y la noche como una amenaza o una ausencia. También la obsesión, a partes iguales, por los amores imposibles (sus historias con las monjitas del sanatorio son inquietantes) y por la muerte, presencia constante en todo lo que escribe en esta etapa y sobre la que llega a anotar, para nuestro estremecimiento: “No sé lo que tengo. Pero he pensado con cariño en la muerte”.
Además, casi sin quererlo, nos retrata la vida de la burguesía liberal en el Madrid de principios de siglo, donde cuajan ideas filosóficas (estupenda es la imagen, el acto en sí, de JRJ acudiendo de oyente a las clases de Simarro sobre Descartes o Spinoza), artísticas o políticas que determinarán el primer tercio del siglo XX. Esto es lo que más nos ha gustado de este diario, por lo demás irregular, escrito como a saltos, no sé si como a desgana a medida que pasan los días. Bien mirado la sensación es que JRJ no está cómodo en el registro, siendo él, no ya un poeta fino y pausado en esos momentos, sino un buen prosista, como constatan algunos textos que se incluyen en los apéndices (un gran trabajo de la editora, por ejemplo incluyendo un poema inédito, “Lirio-azul”) donde hay cartas, artículos para la revista Helios o retratos de trazo firme e implacable. Decíamos que pudo no sentirse cómodo en el formato, también a la vista del facsímil incluido en esta edición, pues empieza con una caligrafía preciosa, reglada, moldeada con mucha atención pero evoluciona al cabo de unas semanas hacia otra apresurada, con algunos tachones, inclinada como a punto de caerse.
Mención aparte merece la edición de Athenaica, bien compuesta, que incluye bastante documentación adicional, cosas curiosas como fotos de la época, muchas de Juan Ramón, claro, pero también de otros tantos que entran y salen en estas páginas (Valle-Inclán, Sawa, Benavente, la madre del poeta, algún amor…); portadas de libros entre las que nos descubren el título evocador y parisino de La caravana pasa de Rubén Darío; de un puñado de retratos de Sorolla, uno de ellos del pálido Spinoza; e, incluso, escondida en una de la notas a pie de página algo que ignorábamos y que bien podría haber cambiado la historia de la literatura española: el primer apellido original de Rafael Cansinos Assens era Cansino y él, como queriendo eludir ese destino de fatiga crónica, le añadió una providencial “s”.
Y luego está, por último, el amor sincero de JRJ por los libros. Lo vemos pasear de librerías por la Puerta del Sol y Alcalá, y compartir ejemplares y lecturas y descubrimientos con sus amigos (“Yo leo los libros muy lentamente”, nos dice), a quienes siempre se los devuelve “limpios, con presteza” y nos emociona la ilusión, que podemos entender tan bien, con que recibe libros nuevos mientras escribe: “Los he abierto todos con mucho cariño, después de lavarme y perfumarme bien las manos”.
Daniel Rosino, Librería Walden (Pamplona)