“El Mago” de Thomas Mann
La montaña mágica, quizá la obra más emblemática de Thomas Mann, es uno de esos clásicos a los que se alude repetidamente como lectura eternamente postergada (por su extensión) a la espera de períodos de tiempo largos y apropiados que, extrañamente, no terminan de llegar… Cierto que es más fácil releer La muerte en Venecia que emprender la larga lectura de este magnífico clásico con ánimo de terminarlo en un plazo razonable a fin de que su elevado disfrute no se disuelva en un tiempo excesivamente dilatado (y podría ser ésta la mejor de las razones). Pero la verdad es que cualquiera de las obras de este enorme escritor alemán proporciona un goce lector como pocas. Y pocas grandes obras también podrían hablarnos mejor de su autor como las de Thomas Mann, que volcó en ellas de forma más que evidente sus obsesiones, su pensamiento, sus experiencias vitales y familiares, secretos más o menos ocultos, apenas sugeridos o bajo sospecha en su vida diaria y que encontraron su perfecta forma de expresión y libertad en el lenguaje de la ficción.
En El Mago conocemos a un Thomas Mann desde su niñez en Lübeck (Alemania) hasta su muerte en Zúrich (Suiza), atravesando toda una época cargada de Historia con las dos guerras mundiales como escenario de una vida agitada y nada convencional. En este sentido, una vida muy frondosa para ser contada, y en ello el excelente autor irlandés Colm Toibín se luce admirablemente: consigue montar una novela fascinante (que alumbra sin ninguna duda la intrahistoria de Thomas Mann) pero que, a la vez, se deja disfrutar como si fuera una auténtica y absorbente obra de ficción. Thomas Mann, El Mago, apodado de esta manera en su familia por su costumbre de hacer trucos de magia para entretener a sus hijos y ahuyentar (gracias a este don especial) los fantasmas que venían a perturbarlos; aunque este detalle podría despistar en cuanto a su verdadera implicación familiar porque, en realidad, fue un padre más bien ausente, consagrado a su labor literaria de forma metódica y disciplinada, aislado del ruido diario de su numerosa familia (tuvo seis hijos con Katia Pringsheim). Una familia que compartió el interés por la música, la literatura y la política, (en diferente medida): Heinrich, hermano de Thomas, publicó, con éxito, varios libros. Klaus (escritor con talento pero sin arte, a juicio de su padre) y Erika, sus dos hijos mayores, casi trascendieron la popularidad de su padre como jóvenes polémicos, agitadores, extravagantes, de ideas políticas rotundas y manifestaciones arrebatadas. La bisexualidad de ambos era bien conocida, nunca ocultaron su condición al contrario que su padre, cuya homosexualidad no deja lugar a dudas en la novela. A pesar de ello, su matrimonio con Katia, una mujer inteligente y de gran perspicacia, funcionó de común acuerdo en una relación pactada de entendimiento, complicidad, respeto y cariño verdadero.
El trasfondo de las dos guerras mundiales, especialmente el ascenso de Hitler y el nazismo emergente contra el que tanto se rebelaron sus hijos y su hermano Heinrich, así como otros escritores e intelectuales de la época con los que coincidió como emigrante (Zweig, Benjamin…), hizo que se sintiera en el penoso deber de templar su discurso, para no desfavorecer su trabajo y perjudicar a los familiares que continuaban viviendo en Alemania, por lo que no pocas veces le recriminaron (sobre todo dentro de la familia) su tibieza a la hora de manifestarse políticamente y condenar lo injustificable. Ya la concesión del Nobel de Literatura unos años antes (1929) le había colocado en el punto de mira y, personalmente, en una posición aún más incómoda. Desde fuera de Alemania, vivió una relación difícil con su amado país, al que, según pensaba, no había sabido entender y, más tarde, tampoco perdonar. Así, su vida y su literatura estuvieron marcadas por la Historia que lo envolvía y zarandeaba de un lugar a otro, por la sexualidad que lo atormentaba y por las tensas relaciones familiares, incluidos varios suicidios de hermanos e hijos. El más desestabilizante, sin duda, el de su hijo Klaus, después del cual recibió una carta tremenda, durísima, de su hijo pequeño Michael, reprochándole su ausencia en el funeral de su hijo… y en sus vidas. Michael acabaría suicidándose años después. El suicidio familiar casi como gen hereditario. Terrible. Tremenda, convulsa, fascinante la vida de Thomas Mann, perfectamente novelada por Toibín.
(Pero no puedo evitar dar un pequeño tirón de orejas a la editorial por el fastidioso número de descuidos gramaticales, que delatan la falta de una última corrección general que hubiera sido necesaria).
Olivia Lahoya Cuende, Librería Estudio (Miranda de Ebro, Burgos)