“Herejes” de Antonio Pau
A la espera de que estos días llegue a las librerías su pequeño libro sobre gatos, si no lo ha hecho ya, Antonio Pau y la editorial Trotta, con quienes ha publicado gran parte de su fecunda y discreta obra, presentan su penúltimo ensayo, titulado Herejes. La trayectoria escrita de Pau comenzó con una serie de textos de carácter jurídico y de historia del derecho como corresponde a un jurista de formación. Cambió de signo con algunos trabajos de temática diversa (sobre Madrid, sobre el tango, sobre Juan Ramón Jiménez…) entre los que recordamos con mucho cariño el íntimo y esclarecedor Fijar lo fugitivo, para llegar a tres estupendas biografías, confeccionadas un poco a la manera de la que su admirado José María Valverde hiciera de Antonio Machado (aún disponible en Siglo XXI, por cierto), de tres de los grandes poetas alemanes que no pueden faltar en ninguna librería: Rilke, Hölderlin y Novalis (ay, Novalis, “…el verdadero sentido de filosofar es el de acariciar”), para terminar sorprendiéndonos el año pasado con un libro especial, Manual de escapología. Teoría y práctica de la huida del mundo, una conmovedora defensa de la huida como actitud vital del que, en cierto modo, este Herejes sugiere una continuidad.
Reúne Antonio Pau en este texto un puñado de semblanzas de distintos personajes de la cristiandad, desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, que supusieron una amenaza intelectual o moral a la ortodoxia de su tiempo y que desafiaron a los poderes episcopales o al mismísimo Papa, siendo perseguidos y condenados todos ellos por las sucesivas inquisiciones. Aquí descubrimos las peripecias de monjes viajeros de la antigüedad como Valentín el Gnóstico o un tal Pelagio que sigue la pista de san Agustín, o las de prósperos negociantes medievales como Pedro Valdo que lo abandonan todo en busca de una vida verdadera (“… viven del trabajo de sus manos y se contentan con lo necesario…”); aprendemos que los dendritas eran anacoretas que vivían en los árboles o que los adamitas vagaban desnudos a la intemperie o que a los acémetas no les gustaba dormir; admiramos los bellos ejemplos rectitud y honradez de Jacob Böhme o de Menno Simons o la profundidad espiritual de maestros como Eckhart o el turolense Miguel de Molinos; y hemos descubierto, entre tantos aventureros, pues este es también un libro de aventuras, a uno de los primeros autoeditados de la historia, Andreas Bodenstein, cuya actitud nos resulta enternecedora: habiéndole prohibido Lutero publicar, el bueno de Andreas, ni corto ni perezoso, se compró una imprenta y se publicó a sí mismo. Cosas de escritores.
Para ser un hereje, no obstante, no es necesario fundar ninguna iglesia ni erigirse en mártir de ninguna causa y este es uno de los hallazgos más bonitos del libro: etimológicamente, como nos orienta Pau, herejía deriva del griego haíresis y significa, entre otras acepciones, “criterio”. Y para formarse un criterio, tarea difícil y esforzada, hoy aún más si cabe, los libros siguen siendo una de las mejores opciones.
Daniel Rosino, Librería Walden (Pamplona)