La puerta de Natsume Soseki
Soseki me recuerda a un mar en calma, al instante en el que las olas rozan la arena de la playa y piden permiso para descansar sobre ella, sabiendo que en el fondo, un sinfín de corrientes y futuras mareas borraran el presente parado, eterno. Ese es mi sentimiento cuando comienzo cualquier obra del autor japonés. Pocos autores piden permiso al lector para penetrar en su inconsciente, pocos con esa timidez, esa modestia, van calando sin darnos cuenta hasta provocar en el alma una tormenta.
La puerta no me ha decepcionado, sigue siendo ese Soseki y deseo que podamos dar a conocer a un autor que estoy seguro pediría permiso para colocar sus libros en una librería. Incluso tengo la sensación de que su imagen en los billetes de mil yenes es algo que le escandalizaría, le ruborizaría. Es curioso que antes que el, el profesor de literatura inglesa fuese Lafcadio Hearn, un autor que me recuerda a el por su manera de entender la escritura. Sin parecerse, ambos llaman a la puerta antes de entrar. A este tipo de autores no se les valora por lo que se les lee, sino por lo que se les ama.