“La vida sin maquillaje” de Maryse Condé
Nos adentramos en La vida sin maquillaje de Maryse Condé de la mano de la anterior lectura de Corazón que ríe, corazón que llora, ambas publicadas por Impedimenta y traducidas por Martha Asunción Alonso. En esta última surcábamos la infancia de la menor de una familia numerosa de Guadalupe, llegando a deleitarnos con verdaderos pasajes de lirismo aderezados por la memoria de una infancia ya lejana.
En esta, La vida sin maquillaje, nos encontramos ya con una Maryse que viaja a París, donde su condición de mujer de color, los primeros pasos del proceso de emancipación colonial de África y su primer embarazo rompen con cualquier tipo de previsión y linealidad en la vida de la autora. A partir de allí comienza una búsqueda de su propia identidad a través de países como Guinea o Ghana, las iniciales intentonas de implantar el socialismo real en aquellos países aún tribales, una casquivana vida amorosa por parte de la autora que la llevara a tener cuatro hijos antes de cumplir los treinta años y, ante todo, la gestación de lo que sería la futura escritora. Porque Condé sería, como otros tantos, una escritora tardía, un árbol inesperado que da frutos deliciosos.
Este libro, todo cabe decirlo, es duro. Hace honor a su título y el realismo-ficción de su infancia da paso a una descripción de sucesos de manera, muchas veces, aséptica, como si los acontecimientos sólo tuviesen como relación entre ellos la pura cronología. Sí, es verdad: durante gran parte del texto echamos en falta ese lirismo sepultado por la descripción de una África que engullía y transformaba a Maryse. Una Maryse definitivamente apátrida, rechazada por ese continente en el que buscó sus orígenes y no asimilada por esa Europa que le ha proporcionado su educación.
Incapaz de hallarse a sí misma, finalmente se encuentra en la escritura. Y es con ella con la que viajaremos a la siguiente entrega de la vida de esta escritora tan magnífica.
Vicente Velasco Montoya, La Montaña Mágica (Cartagena, Murcia)