“Neuromante” de William Gibson
El ciberespacio. La red. El mar de datos que lo llamaban en la Ghost in the Shell de Mamoru Oshii.
El ciberespacio. Es muy probable que, en alguna parte del mundo, alguien pronuncie la palabra sin saber que la acuñó William Gibson en su relato “Johnny Mnemonic”.
En este paisaje de información pura, inimaginablemente más complejo que nuestra actual internet, las fronteras físicas de teclado y ratón han desaparecido, sustituidas por conexiones directas a través de implantes craneales. Un universo virtual regido por leyes propias, donde todo se mide por el ancho de banda. Un macrocosmos estridente que se mueve a ritmo de synthwave y la velocidad de un haz de fotones.
Y mientras el ciberespacio brilla y crece, en Neuromante el mundo real se agria y se pudre. Un cadáver desnudo donde la humanidad languidece y trapichea como pixeles muertos recorriendo un monitor obsoleto. Una carroña dominada por las megacorporaciones zaibatsu, empresas de alcance planetario, que han instaurado regímenes totalitarios bajo un espejismo tecnológico.
Compra. Consume. Vuelve a comprar.
Frente a ellas tenemos a los cowboys, como el protagonista de la novela, individuos de mentalidad contestataria, que surfean el ciberespacio en pos de la creación de una conciencia global compartida, libre del yugo de las corporaciones.
Pero Neuromante no se detiene ahí, y el autor también nos habla de temas ya clásicos de la ciencia ficción. En este caso de la invasión del cuerpo mediante prótesis cibernéticas e implantes, y la del cerebro a través de interfaces CPU-mente y neuroinjertos. Se diluye así la esencia humana en pos de un híbrido cromado, un cyborg que nos acerca un paso más al transhumanismo y a la singularidad, y nos aleja, a un tiempo, de la caverna.
Y Neuromante es, también, en última instancia, la historia de una inteligencia artificial, Wintermute, con anhelos de trascendencia y divinidad. Una voz surgida del propio flujo de datos del ciberespacio, una Venus nacida, ping a ping, de la espuma virtual de un océano de información.
Neuromante es una novela extraña por su fuerza visionaria, y ardua por el carácter hermético de sus postulados. Gibson maneja una objetividad casi quirúrgica, una suerte de método científico aplicado con fines literarios. Toma ideas y las lleva hasta sus últimas consecuencias, y produce una sobrecarga sensorial en el lector que es casi un mal viaje de LSD.
Como artefacto novelesco, Neuromante posee una imaginación apabullante, y da muestras del genio literario que hay detrás. Un pavoroso ejercicio de anticipación, que funciona con la precisión de los transistores de un microprocesador y que, como la mejor ciencia ficción, usa el futuro para hablarnos de nuestro presente.
Bienvenidos al Invierno Mudo.
Sergio García, Librería Dorian (Huelva)