“Niño quemado” de Stig Dagerman
Adentrarse en Niño quemado, de Stig Dagerman, es afrontar el reto de exponerse a una obra de arte que, mientras la lees, también te va a observar entre sus líneas. Si añadimos que Dagerman, niño prodigio de las letras suecas y anarquista convencido, tuvo, como otros autores (recuérdese a Stephen Crane), una corta carrera de creación literaria por culpa de un suicidio prematuro, se nos abren muchas incógnitas tras terminar de leer este libro.
En él anidan el odio y el deseo de venganza de un hijo, Bengt, hacia su padre tras la muerte de su madre y tras descubrir que aquél tenía una amante, Gun. Pero ni mucho menos se queda en una trama de veleidades narrativas y de novela de tercer orden. Sin duda, tras estas densas y brumosas descripciones (no olvidemos la formación periodística que le llevó al estrellato con Otoño alemán), tras la magistral creación de personajes tan contundentes, dolientes como la vida misma, y tras la sucesión de hechos fraccionados en apariencia, debemos viajar por las páginas sabiendo que el autor nos intuye, sabe de nuestra lectura y desea transmitirnos un ideario de pureza, de hombre y mujer nuevos, de amor inmaculado, de inconformismo ante la realidad de una postguerra que sólo había dejado ruinas.
Y sí, tras la primera parte de la novela, en donde se nos alienta a seguir buscando el agua que no calma la sed del lector, en la segunda mitad nos describe, con un discurso de vértigo, ese amor prohibido que sólo será, en verdad, el atrezzo vehicular para describirnos la llama imperecedera del espíritu de renovación completa de la sociedad, toda ella quemando, haciendo cenizas a Bengt, autor de la mayor de las venganzas, ser otro hombre muy distinto a su padre. Su obsesión es que nada permanezca de la vida ni de la sociedad de su padre en su futuro, el cual ha de vivirse como un presente en continua recreación. Ahí encontramos las sucesivas misivas que Bengt escribe durante el desarrollo de la novela, en las que se describe, en las que respira y anhela, en las que calma su venganza y en las que vislumbra que de las cenizas que quedaran de él tras su ansia da hazaña surgirá una persona que nunca será la que el proyectara en un principio.
Sin duda una novela inflamable, austera por momentos, una paradoja elevada a clásico que nos lleva a preguntarnos si estamos destinados a traicionarnos, que no hay mayor pesadilla que nuestro mañana como individuos en una sociedad deformada. Que quizás la resiliencia no es más que la daga de los traidores, los forjadores de mentiras, los egoístas que esconden sus vergüenzas por no tener más horizontes que la mediocridad.
Porque si duda, al leer Niño quemado, leemos a Stig Dagerman. Y sabemos de su final y le podemos decir no llores, chiquillo …./ los instantes de paz son cortos…
Sólo os queda abrir este espejo.
Vicente Velasco Montoya, Librería La Montaña Mágica (Cartagena, Murcia)