"Paraíso Alto", de Julio José Ordovás

Paraíso Alto

Paraíso Alto

Ordovás, Julio José

ISBN

978-84-339-9843-9

Editorial

Editorial Anagrama

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La trayectoria literaria de Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976) es coherente e interesante como la de muy pocos escritores españoles de su edad: tras años curtiéndose con brillantez llamativa en el territorio de la crítica (un mundo más difícil de lo que se piensa, y en él que él pronto destacó tanto por su exigencia como lector como, sobre todo, por su autoexigencia como reseñista), publicó un diario, Días sin día (Xordica, 2004), en el que daba cuenta del desasosegante modo con el que se enfrentaba a la escritura, en buena parte por su intenso modo de sumergirse en la vida. Una vez roto su silencio editorial, paulatinamente fue entregando muestras de lo que podía hacer en otras regiones de la prosa, desde la crónica de viajes (Frente al cierzo. Once ciudades aragonesas, Biblioteca Aragonesa de Cultura, 2005) a la columna periodística (Papel usado, Eclipsados, 2007), un segundo diario (En medio de todo, Eclipsados, 2010), e incluso el retrato de un pintor (Pepe Cerdá. Entre dos luces, Eclipsados, 2011), pero también en la poesía (Nomeolvides, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2008). Su primer conjunto de narraciones breves estaba discretamente emboscado entre más versos y apuntes autobiográficos, componiendo el misceláneo y estupendo Una pequeña historia de amor (Isla de Siltolá, 2011), de modo que hubo que esperar hasta 2014 para poder leer la que era su primera novela, o al menos su primera novela publicada, ese El Anticuerpo (Anagrama) con el que sorprendió a aquellos que no habían ido siguiendo su evolución y no estaban familiarizados con su mundo, un mundo poético, verdadero y desgarrado.
Ahora ha aparecido Paraíso Alto, y se diría que en él ha volcado Ordovás todos sus demonios interiores pero no para ofrecer una novela torturada sino más bien para reírse con una carcajada un tanto sardónica de él mismo. No es humor negro, en absoluto, sino más bien humor fúnebre, dado que ese topónimo del título apunta a un pueblo de suicidas y fantasmas, un lugar vacío al que la gente acude para buscar la muerte, pero sin tremendismo, sin existencialismo, más bien encogiéndose de hombros y dispuestos todos a agotar su cuota de bromas. Hay más indiferencia resignada que autocompasión en el maravilloso elenco de personajes secundarios que van pasando ante los ojos del protagonista, otro suicida que en el último momento decidió no serlo pero quedarse a vivir allí, acompañando a los visitantes en sus últimas horas de vida, conversando, bebiendo, mirando el horizonte deshabitado.
Con una prosa llena de destellos poéticos en medio de un tono no desenfadado pero sí poco solemne, Ordovás dibuja con nitidez una nueva realidad, sólo suya, ya reconocible: un universo propio, casi un idioma, que atrapa y fascina y acompaña y convence. Una prosa dura, como deliberadamente descuidada, es el vehículo que el autor utiliza para hipnotizarnos, y si la novela se lee fácilmente de un tirón no es sólo por su brevedad, sino por su poder adictivo. Nunca la desesperación fue más elegante que aquí, nunca se trataron temas tan graves con tanta aparente indolencia, ni con tanta oculta belleza, y en ese sentido Paraíso Alto puede emparentarse con las descarnadas danzas de la muerte clásicas, un conjunto de seres lanzando al mundo un último corte de mangas, a modo de astracanada, antes de entregarse al silencio de la página final.

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