“Tierra de mujeres” de María Sánchez
Me apetece escribir acerca de lo que posibilita un libro, su existencia física, su valor indescriptible. Tierra de mujeres no es sólo un canto a la tierra, un homenaje a las mujeres, una revisión de la memoria familiar, una llamada a la acción, a modificar cómo desde las ciudades miramos el mundo rural, una invitación a deconstruirnos también ahí, a reconocer que existe un feminismo urbano que no se puede trasvasar sin más a otros contextos. No sólo es un libro atravesado por la poesía, que en María es insoslayable. No sólo es tempero para acoger semillas de tiempos nuevos.
El valor de un libro está también en lo que reúne en torno a él, en lo que moviliza, en la materia misma –el papel, el árbol, la genealogía– que permite el encuentro. Ésa es la magia. Convocar al campo y a la ciudad, que se cojan de la mano, se abracen, se sientan con la piel y de ese encuentro sus miradas se transformen para siempre. María transita entre esos dos mundos, y las presentaciones de sus libros son momentos donde eso sucede: en la ciudad invita a las mujeres de campo, a los pueblos acudimos las urbanitas enamoradas.
Tierra de mujeres es el reverso exacto de ese libro deslumbrante que es Cuaderno de campo (La Bella Varsovia). La partitura, el contexto, la intrahistoria de esa maravillosa y aterida colección de poemas tejidos de infancia y vísceras de animales. Las manos y la mirada de María son pura acción y delicadeza. Acción y delicadeza, el verso con el que arranca Cuaderno de campo, y que, con la simplicidad inmensa de las verdades esenciales, ya no nos abandona.
O dicho todo de otra manera: Preguntar, contar, escuchar, cuestionarse una y otra vez. Mirar más allá. Mancharse las manos de tierra.
Elvira Lozano, La Pantera Rossa (Zaragoza)