“Toma de tierra” de Bruno Galindo
Hace unas semanas, cuando publicamos el “cuestionario librero” de Bruno Galindo, ya avisamos de que su Toma de tierra podría convertirse, cuando toque hacer balance, en uno de los mejores ensayos españoles de este año, pero queremos insistir, con algo más de espacio, porque estamos realmente ante un libro magistral, muy bien pensado, muy bien escrito, muy logrado. Sucede con él lo que con muchos libros escritos desde la pasión, desde la vocación: por mucho que hablen de temas ajenos, no hay nada más contagioso que el entusiasmo, y cuando te explican algo con tanta implicación, con tanta vinculación, con tanto amor… es difícil no sentir complicidad. Como además aquí se habla de música, que es un poco el idioma universal, lo que he sentido leyendo Toma de tierra es, simplemente, casi arrepentimiento por no haberme dedicado a la crítica de música, cuando lo cierto es que a los doce o trece años, cuando se deciden los destinos, no había nada en el mundo más importante para mí que ella, condicionado por REM, por Counting Crows, por el Calamaro de Honestidad brutal…
Y eso, que me parece uno de los mejores elogios que se puede hacer de un libro (no basta con leerlo, querría haberlo vivido), es así a pesar de la desolación que produce el retrato de la situación actual de la industria musical (y, por añadidura, de sus pensadores y comentaristas). El libro, que, en otro gran acierto, desordena la cronología y va a saltos por el tiempo, traza sin embargo una panorámica magnífica de lo que ha sucedido en torno a la música en los últimos treinta y cinco años, y no sólo en España. Bruno Galindo, bonaerense de nacimiento pero en España desde muy joven, llegó a casi especializarse en la música más internacionalmente exitosa, en unos años en los que ese sintagma todavía significaba música de calidad: estamos hablando de U2 y no de Coldplay (Chris Martin es un exagerado “quiero y no puedo” ser Bono), de Björk y no de Jennifer López, de David Bowie y no de Justin Bieber, de los Red Hot Chili Peppers y no de esos italianos estrafalarios que ganaron Eurovisión. También sucede en España: hemos pasado de Christina Rosenvinge a Zahara, de Radio Futura a Vetusta Morla, de Enrique Morente a Soleá Morente… Él lo dice con más gracia: “Los Planetas son legendarios; Estopa no”. Y es que es difícil dejar de observar que algo se ha perdido, y da que pensar el hecho de que ese “cambio de canon”, esa relajación en la exigencia de talento verdadero, haya coincidido milimétricamente con el desplome del negocio: en cuanto llegaron los problemas económicos provocados por internet y la piratería, las productoras bajaron vertiginosamente el listón de calidad para intentar sobrevivir: no es un suceso que hable muy bien de nosotros. “Buscamos una épica dentro de una época que no la tiene”, dice Galindo. Parafraseando al clásico, “¿en qué momento se jodió la música?”.
Esas opiniones son mías, pero las de Galindo me parecen, en ese sentido, sencillamente consoladoras: es, sin más, que tiene buen gusto, tanto en las filias (“Luego vemos el concierto [de REM] desde nuestras butacas. Michael Stipe me impresiona de por vida. No he visto una figura más magnética sobre un escenario”) como en las fobias (Lenny Kravitz es “el tipo menos interesante y con menos que contar del rock mundial”). Una vez le dijo Charly García una cosa muy atinada: “la música que más te va a gustar en tu vida es la que escuchaste en tu juventud”, y eso es tal vez lo que me hace pensar así. Galindo tiene sus propias comprobaciones (“Operación Triunfo no sólo va a cambiar el paradigma estético del pop: sobrevivirá al gremio periodístico”) y razona su perspectiva, incomparablemente mejor informada, de un modo muy superior: “Todo estilo musical que aparece hoy será ridículo mañana. Dentro de un par de años nadie escuchará lo que se está haciendo ahora: da igual cuándo leas esto. Espérate a escuchar el trap dentro de unas temporadas: esas voces apitufadas darán la misma vergüenza que las baterías electrónicas de los 80. Desaparecen las músicas porque desaparecen los mundos en que las escuchamos. ¿Y qué pasa cuando acaba una música? Absolutamente nada. Por lo demás, puedes tener la seguridad de que será rescatada más adelante; normalmente en un ciclo de veinte años, que es lo que tardamos en querer volver a sentir algo que nos importó. Es el ciclo emocional del auge y del olvido. Nada desaparece eternamente”.
Ese párrafo puede servir para dar el tono de lo que Toma de tierra tiene de reflexión. Pero aparte está su experiencia, sus viajes, sus entrevistas, su trabajo de promotor, sus propios conciertos con Le Voyeur. El libro tiene algo de autobiografía fragmentaria, unas memorias hechas casi exclusivamente de retales relacionados con la música. Dado que ésta ha sido lo más importante de su vida, es una buena forma de ir al grano: prescindamos de casi todo lo demás, y vayamos al corazón de nuestro corazón, hablemos de lo que más nos enciende, y hablemos además con hondura, con poesía (“Existe la idea de que dejas de escuchar música cuando te haces mayor. Yo creo que son los problemas los que te alejan de la música. No es menos cierto que en esas mismas situaciones la música te saca adelante”).
Son cientos los músicos que desfilan por estas páginas, tantos que hacen que el defecto principal del libro sea que carezca de un índice onomástico. Y Galindo tiene además un consejo buenísimo para aspirantes a periodistas: “Nunca esperes a que te llamen para darte trabajo: ve tú con algo”. Y ve otro mal síntoma en “el uso de los teléfonos móviles como nuevos mecheros” en los conciertos: totalmente de acuerdo, pero pasado el tiempo es necesario reconocer que aquello de sacar los mecheros en las canciones melancólicas era una fenomenal horterada…
Estaríamos, en fin, muchas horas comentando Toma de tierra, las mismas horas que os recomendamos que invirtáis en recorrerlo. Cualquier lector remotamente interesado en la música encontrará en este testimonio muchísimas cosas de su interés. Es un libro que apela a la curiosidad (el motor más importante de la vida), a la pasión, a la búsqueda de belleza y trascendencia, no sólo en forma de melodías sino de viajes, de experiencias, de literatura (hay un encuentro con Fogwill que más bien quita las ganas de leerlo, una visita a la casa parisina de Arrabal…).
Toma de tierra, en fin, es un verdadero banquete, con un menú agridulce: años de juventud, boyantes y frenéticos, y años de madurez, desteñidos y decadentes, no por lo personal sino por el panorama presente. Hay que mudarse a un barrio más barato, hay que vender la colección de discos… pero la lección final, acaso inconsciente, es formidable: no hay ni un solo momento de arrepentimiento en el libro, en ningún momento se reniega de las decisiones profesionales tomadas, nunca maldice a la música por haberse degradado y haber dificultado su futuro, este hoy. Al contrario: Toma de tierra es un libro de amor, de reivindicación, de fe en la buena música. Y es por ello un libro poderoso, lleno de talento, vida y verdad, un libro que se lee con adicción.
Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan‘