“Un gramo menos” de Vicente Gallego
Un gramo menos
Gallego Barrado, Vicente
ISBN
978-84-9743-895-7
Editorial
Milenio Publicaciones
Ciertas verdades
llegan al corazón
por un atajo:
un heptasílabo
entre dos pentasilabos:
eso es un haiku,
y en ese arte
es Vicente Gallego
todo un maestro.
Lo ha demostrado
en muchas ocasiones,
y ya dejamos
de encadenar falsos haikus (no basta con la métrica para que lo sean, y la tentación de escribir toda la reseña así era grande) para ponernos medio serios y celebrar, por un lado, que la editorial catalana Milenio haya emprendido una nueva colección de poesía, dirigida por Àngels Marzo y Josep M. Rodríguez, y, por otro, que su primer título sea éste, tan inspirado y especial.
El título general se explica en el primer poema: “Le resta un gramo / al peso de este mundo / la mariposa”, donde ya nos sumergimos de lleno, de sopetón, en el universo ya célebre del veterano poeta valenciano, y donde ya se produce una de esas inversiones paradójicas tan gratas a este tipo de poesía: ese gramo que más o menos puede pesar un leve mariposa no es un peso de más sobre el mundo, sino un peso de menos. Es una descripción preciosa del vuelo y, además de esa intuición maravillosa de que cuando una mariposa echa a volar la presión sobre el mundo es automáticamente un poco menor, es decir, que se aligera la presión física, ¿no se insinúa además que se aligera de paso la presión simbólica? Una mariposa volando quita hierro, lo hace todo un poco más suave, con ella todos volamos, todo se atenúa, todo importa un poco menos no porque no importe sino precisamente porque importa. Habrá quien me entienda.
No hay nada más inadecuado y antipático que glosar o desarrollar o sobre-explicar un poema: ya hemos “mancillado” el primero, así que dejamos los otros ciento y pico poemas del libro al disfrute del lector, pero animamos a su lectura no sólo a los lectores habituales de Gallego o de este tipo de poesía, lectores naturales de este libro, sino a cualquier rastreador de belleza y verdad, pues aquí tenemos varios de los mejores “palos” de la poesía, como el estupor sincero y repentino ante la cotidianeidad habitual, transfigurada de pronto (“Miro mis palmas, / ¿de qué árbol se han caído / estas dos hojas?”), la entrega obediente a la vida (“Igual le da / a la hoja en el viento / si sube o baja”) o las analogías inspiradas y significativas (“Los veo echar / raíces en el aire: / patatas, hombres”), aparte de cierta anulación del tiempo (“Pegando añicos / del juguete uno a uno / juega la madre”) y, ante todo, la pura celebración de la gloria, o la sensualidad o la paz del mundo: “Prende entre ramas / de naranjos el fuego / del mar de Oliva” (y qué ganas entran de trasladarse inmediatamente a aquella playa: habrá quien me entienda…).
Esa gratitud se expresa a menudo a través de los olores o los sabores de la comida (el pan, la fruta, los guisos…), del calor familiar, del empujón crucial de la amistad (hay una sección dedicada a la memoria de Antonio Cabrera, y otra a la figura magistral de Francisco Brines), de la presencia tutelar del padre o el abuelo fallecidos, de los amigos ausentes, de ciertos recuerdos decisivos. Un libro, pues, que permite ese efecto circular de la mejor poesía: la gratitud y la sorpresa permanentes ante todo lo que hemos recibido sin pedirlo (y, probablemente, sin merecerlo) nos hacen escribir poemas que multiplican la gratitud y la sorpresa ante la vida, los cuales nos ayudan a observar y vivir mejor, con más atención, lo cual nos ayuda a leer y escribir mejor, lo cual nos hace vivir más plenamente, lo cual… Y eso nunca se acaba, aunque se termine; habrá quien me entienda. Y Vicente Gallego es el responsable de un creciente puñado de poemas de ésos, definitivos, impecables, certeros, reveladores, trascendentes.
Juan Marqués, para ‘Las Librerías Recomiendan‘