La narradora de esta novela es incapaz de vencer al insomnio impuesto por la rutina lúbrica de sus vecinos, que invariablemente a las tres de cada madrugada interrumpen su sueño. En medio de esos meses de desvelo y con la certeza de que nada tiene demasiado sentido, encuentra el antídoto a su resaca existencial visitando el zoo de la ciudad. Allí deambula entre las jaulas, hilando historias de animales, dando alguna que otra cabezada, y descubriendo un sentimiento de identificación con los animales a su alrededor, encerrados, domesticados y al igual que ella fuera de lugar. Irónica, mirando con ojos animales el mundo de los humanos, y desubicada, pospone constantemente su plan recurrente de volverse al sur, a un lugar menos ruidoso que Buenos Aires, ya que sospecha que esa incomodidad no se resolvería con un simple desplazamiento geográfico: solo supondría llevarse con ella su desazón y, cómo mudarse ahora a una ciudad sin zoo? Y mientras tanto duerme donde y cuando puede.
Asomarte a las páginas de este libro inclasificable, enajenado y perturbador, significa ponerte frente a un limbo luminoso, una tierra de nadie encapsulada en un mediodía perpetuo. Leerlo es arrancar a Alicia, la del espejo, de su archipiélago natal, y llevarla a ese otro archipiélago, no el del Japón hiper-tecnificado de las grandes urbes, sino el de ese Japón más recóndito, rural y milenario, el Japón de los veranos bochornosos y el canto de las cigarras.
Leerlo es como buscar monedas antiguas a la orilla de un mar tranquilo, donde no sabes qué regalos o amuletos va a desenterrar el detector de metales; es asomarse a la grieta en una puerta de papel de arroz y descubrir al otro lado un microcosmos de sentimientos ocultos, deseos alienados y fantasmas ahorcados.
Oyamada hace de las cuestiones de género, del aislamiento social y de la frustración laboral los temas básicos que jalonan los cuatro relatos que componen el volumen, pero no se detiene ahí. Con una prosa limpia y aséptica y una apropiación de las pulsiones kafkianas, Oyamada va un paso más allá y usa lo cotidiano como un escalpelo con el que rasgar la realidad, con el que enseñarnos que debajo hay otras realidades, otros yoes más tenebrosos y aterradores. Plagas de comadrejas, extrañas criaturas y niños fantasma se infiltran entre sus páginas como las dendritas de un mapa hidrográfico, deforman una existencia líquida y maleable y nos abren los ojos ante nuevos paisajes de sueños y fantasías escalofriantes.
Sus personajes transitan por una frontera inestable, por una madriguera de conejo de recorrido incierto, un paseo onírico por un lienzo de pintura emborronada. Irreales y fantasmagóricas, las personalidades que se deslizan por los recovecos de Agujero parecen condenadas a repetir las mismas rutinas una y otra vez, en un bucle recursivo sin fin, llevadas por una inercia inexorable. Más que personajes son entes con una fuerte carga alegórica, metáforas de una sociedad que escupe seres perdidos como quien se quita restos de comida de entre los dientes. Sobre ellos posa su mirada Oyamada, su tacto sutil, su sabiduría venerable, y nos hace partícipes de sus dilemas irresolubles y de su falta de horizontes vitales. Los agujeros a los que hace alusión el título son tanto literales como figurados, tanto físicos como abismos mentales de los que es imposible salir. Los agujeros son el tedio, la insatisfacción y la maternidad desamparada, son los espectros de la memoria y los secretos enterrados como pequeñas lombrices ciegas.
Agujero es, además, una mirada lúcida a la situación de la mujer en un país tradicionalmente misógino, pero también una fina disección de la incomunicación marital y de la soledad, así como de la aceptación de la rutina y de lo ordinario. Dicha mirada es eminentemente nipona, anclada a una idiosincrasia y a unas costumbres que la convierten en un pájaro de extraño plumaje, pero su mirada también tiene vocación de trascendencia, y es increíble cómo en apenas doscientas páginas su autora haya volcado tanto de sí misma y de su capacidad para transformar unas coordenadas tan concretas en algo universal.
Katja Oskamp tenía diecinueve años cuando cayó el muro de Berlín. Hija de un militar y de una directora de colegio, pensaba que podría dedicarse exclusivamente y para siempre a la literatura, pero no ha sido así. Con cuarenta y cuatro años, una hija ya independiente, un marido enfermo y algunas dudas sobre su escritura, empieza a experimentar cierta sensación de invisibilidad que cree implícita al hecho de ser una mujer de mediana edad. Con la ayuda de una amiga, decide salir de ese estado de apatía haciendo algo práctico, y se apunta a un curso de pedicura.
Este libro relata su experiencia en un salón de estética situado en el barrio berlinés de Marzahn. Se trata de un barrio periférico de clase trabajadora, formado por grandes torres de viviendas prefabricadas que se construyeron en tiempos de la antigua República Democrática Alemana (RDA).
En cada capítulo nos presenta a uno de sus clientes, casi todos jubilados. Cada uno se define por su origen, por la profesión que ha ejercido, por los hijos que ha tenido y por la suerte que le ha tocado. Cada uno tiene sus propias peculiaridades, sus problemas de salud, sus manías, y absolutamente todos tienen mucho que contar.
El propósito de Katja en su nuevo trabajo es ser útil a los demás y al lograrlo se siente profundamente realizada. “Mi amor se ha vuelto fluido y encaja en los espacios más inverosímiles. La amargura que arrastro conmigo ha desaparecido y con ella los últimos restos de arrogancia juvenil, en su lugar experimento una incipiente indulgencia con la edad…” (pág. 177).
Si una cosa caracteriza a las personas que crecieron en la Alemania del Este es la convicción de que todas las profesiones son dignas, tanto las intelectuales como las manuales. Es algo que tienen interiorizado. Por eso para la autora pasar de la escritura a la pedicura no supone ningún tipo de humillación. Al contrario, su nueva profesión le permite establecer un contacto muy estrecho, casi íntimo, con personas ancianas o enfermas, que normalmente no reciben este tipo de acercamiento, mientras que lo necesitan tanto como las más jóvenes, y lo agradecen sinceramente. Oskamp nos habla de su día a día con gran satisfacción y ternura, haciendo hincapié en la escucha, como un gran regalo que les ofrece a sus pacientes junto al cuidado atento de sus doloridos pies.
Marzahn, mon amour es una novela delicada que, casi sin querer, nos ofrece una fotografía realista y sensible de una parte de la periferia de Berlín, desde los años ochenta hasta ahora, sin pretender hacer una crítica intencionada y sin ofrecer una visión edulcorada.
Agathe es la primera novela de Anne Cathrine Bomann. Y en la solapa se anuncia que se ha «vendido a veintiocho editoriales extranjeras, traducido a veinticinco lenguas». Tremendo.
Hace un mes me rompí la tibia. Estoy desde entonces dolorido y convaleciente. Y quizá por eso esta novelita me ha llegado tanto. Es una historia íntima, delicada, sobre un viejo psiquiatra a punto de jubilarse. Estamos en París, en el año 1948. Narrada en primera persona, en sus breves páginas descubrimos las tristezas y soledades del anciano doctor y de sus pacientes, y en especial de la joven Agathe. Y Bomann va tejiendo la historia con humildad, con sencillez, sin pretensiones. Una historia triste sobre la soledad y la decadencia física, una historia pequeña, delicada, sin ruidos ni desesperanzas, y como la vida misma nos va atrapando, y casi caemos en su dulce decadencia, y casi aceptamos la imposibilidad de la dicha.
Casi, porque si la felicidad nos es negada, cabe aún una pequeña rebeldía, aún es posible el contacto y la luz. En Agathe descubrimos que aún hay un atisbo de esperanza.
Lectura suave e intensa en tiempos agitados que, estoy seguro, atrapará también a todos aquellos que se adentren en ella, aunque no se hayan roto la tibia.
Isidoro Salvador Villanueva, Librería Metáfora (Roquetas de Mar, Almería)
Con Una música futura puedes dejar de lado tus prejuicios para leer relatos cortos.
De la mano de María José Navia nos metemos en un mundo de relatos distópicos… o no tanto.
Con una voz fresca y una prosa minuciosa, la escritora chilena trata temas que nos afectan actualmente o no tardarán en afectarnos. Como las adicciones: ¿somos adictos a los móviles? Seguro que tú piensas que no, pero… La soledad, la paternidad, la violencia o el descubrimiento de la sexualidad son algunos de los temas que trata Navia en este libro. Dice la gente de Barrett Editorial que este libro se puede comparar con la serie de televisión Black Mirror, aunque mucho más profundo. Yo creo que este libro haría tener pesadillas a alguno de los personajes de esta serie, mientras que a otros seguro que les despierta una sonrisa.
No tengas miedo de los relatos cortos, tenlo del futuro.
La obra de teatro Todos pájarosdel canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad, editada por La Uña Rota y traducida por Coto Adánez, cuenta “una historia de amor shakespeariana, al más puro estilo Romeo y Julieta, entre una joven estudiante neoyorquina de origen marroquí, árabe, y un joven alemán de origen judío que también reside en Nueva York”. El autor traslada el conflicto histórico al conflicto doméstico, y lo hace mediante “diálogos llenos de emoción, una poesía y una filosofía absolutamente maravillosas, una construcción de personajes que no os podéis perder… Un texto breve y hermoso, porque el teatro también se lee”…:
La actriz y librera María Felices, de Cervantes y Compañía (Madrid), nos habla hoy de Todos pájaros, de Wajdi Mouawad:
Lo único malo de que lleguen hasta nuestras manos libros extraordinarios es el peligro de recomendarlos de una forma tan exultante que de algún modo los perjudique. No habría exageración en el elogio, serían aplausos nacidos de la admiración y el agradecimiento, pero podrían generar esas famosas expectativas excesivas que, a la larga, desactivaran el entusiasmo. Lectores a los que el libro les habría gustado podrían sentirse decepcionados, tan condicionados como estaban por lo apasionado de las recomendaciones… Y sin embargo… Sin embargo, hoy ha llegado a las librerías Causa errante, el primer libro del poeta pamplonés Sebastián Taberna: por aquí hay quien lo considera probablemente el mejor debut de un poeta español desde que Abraham Gragera lanzara, hace ya dieciséis años, su Adiós a la época de los grandes caracteres, pero vamos a reseñarlo como si no fuese así, con tranquilidad, no vaya a ser que alguien se espante.
Hace ya mucho, prologando a Wallace Stevens, Andrés Sánchez Robayna afirmaba que era “significativo, por el rigor autocrítico que el hecho denota, que sólo a sus 44 años decidiera el poeta publicar su primer libro”… No sé, no nos parece un argumento muy poderoso. La historia de la poesía ofrece ejemplos para todas las posibilidades, una casuística amplia: poetas que escribieron con dieciséis años poemas definitivos, autores que, como Juan Ramón Jiménez o Eugénio de Andrade, publicaban en alguna temporada dos o tres libros al año y todos magistrales, poetas muy fecundos que son también muy buenos, poetas que se hacen de rogar y son una calamidad, poetas que publican el primer libro tras jubilarse y que son un desastre… Hay, en fin, de todo. En nuestro caso, Taberna se lanza a la piscina editorial el año en el que cumple cincuenta: es alguien vinculado desde siempre al mundo del periodismo, y del reportaje, y de la crítica de música y de gastronomía…, y ante todo un lector ejemplar, por cantidad de libros devorados y calidad de la digestión, pero sólo ahora, tras muchos años de correcciones, nos ofrece esta historia en poemas, o este largo poema intermitente en el que se nos cuenta una historia: en la primera parte, “Causa”, asistimos a los momentos más altos y plenos de una historia de amor, vivida con plena conciencia de la felicidad, disfrutando de esa “excepcionalidad idéntica” que caracteriza a todos los amores venturosos… En la segunda, “Errante”, el tiempo ha pasado y “el personaje” se encuentra solo, atormentado por el final de todo lo que tanto había ardido. Y el dolor no se vive, desde luego, con menos intensidad de lo que se vivió la alegría.
Pero esto es poesía, no narrativa, y lo que más importa es el tono, no el “argumento”. La magia de este libro está en la extrema pero elaborada desnudez con la que se nos exponen las cosas y con las que el “personaje” se expresa. Lo dice en un poema titulado, precisamente, “Desnudo”: “Para llegar a ti, / no necesito nada. / Ni siquiera lo que deseo o espero”. Lo explicaba Isabel Bono en Una casa en Bleturge: cuando el amor se da de verdad, no hay que esforzarse; si cuesta trabajo, entonces no es amor, ya es otra cosa… Y con qué sencillez consigue decirse la “incompartibilidad” del sentimiento amoroso (incompartible aunque sea universal): “Cuando se fue la orquesta / te saqué a bailar al centro de la plaza. / Juntos nos deslizamos hacia un silencio / que los demás no podían entender”…
Con sólo 35 poemas (18 + 17), Taberna irrumpe en la poesía por una puerta que hay que ir agrandando para que quepa: no estamos ya acostumbrados a un fenómeno así, a un libro tan limpio y literariamente noble, a tanta verdad tan bien dicha, a tanta reflexión que no lo parece y tantas lecturas bien aprovechadas, a tanta espontaneidad laboriosa, tanta naturalidad conquistada… Causa errante es un libro que sale hoy a un mundo que lo necesita, poesía pura en todos los sentidos, talento no estridente ni exhibicionista, palabras no vociferantes… Como decía ayer Daniel Rosino, el librero de Walden, tenemos aquí el testimonio de “un amor bonito y un dolor discreto”.
Pocas cosas nos gustan y nos alegran más en ‘Las Librerías Recomiendan’ que saludar a las nuevas editoriales, sobre todo cuando está claro desde su primer libro que saben hacer las cosas con cariño y calidad, con verdadera vocación editorial y con habilidad lectora. Ahora ha nacido en Cádiz la editorial Firmamento, que irrumpió hace un mes en nuestras librerías con la fuerza de los Días de hambre y miseria de Neel Doff (en traducción de Javier Vela) y con la recuperación de Mephiboseth en Onou de Carlos Edmundo de Ory (con post scriptum del profesor José Luis Calvo Carilla). Pero es de su tercer título del que más nos apetece hablar, pues por aquí también nos atraen mucho las reinterpretaciones de la Biblia, un subgénero literario que en algunas épocas ha sido tendencia, y que ha dado verdaderas obras maestras, como El procurador de Judea, de Anatole France, un breve y sorprendente retrato parcial de Poncio Pilato que en su día, hace ya diez años, fue a su vez el primero título de la editorial zaragozana Contraseña.
Julieta Pinto (San José, Costa Rica, 1921) es una escritora conocidísima y archipremiada en su país que en pocos meses, exactamente el 31 de julio, cumplirá cien años de vida. A pesar de todo ello nunca ha sido muy atendida en España, pero desde Firmamento han decidido reparar esa laguna y nos ofrecen El despertar de Lázaro, un monólogo del amigo de Jesucristo con el que Pinto, entre la devoción y la blasfemia (como, deliberadamente o no, suele suceder al reinterpretar pasajes bíblicos, que se van convirtiendo así en nuevos “evangelios apócrifos”), da un giro inesperado a esa relación, en la que una de las partes ha de ver cómo un amigo de la infancia se revela ya no como hijo de Dios, sino como Dios mismo, algo que debe de ser cuando menos confuso. No podemos ni queremos desvelar mucho del contenido, pero sí se puede adelantar algo que en la novela se plantea desde el principio: si la Iliada comenzaba célebremente con “la cólera de Aquiles”, El despertar de Lázaro arranca con su rencor: lejos de mostrarse agradecido, Lázaro no puede perdonar a su amigo Jesús el que lo haya resucitado, dado que, una vez que ha conocido la mugre de la muerte, su abrazo, su oscuridad irreversible… ya no puede readaptarse con normalidad a la vida. La posible alegría por haber tenido el privilegio de ser el único humano de la Historia en regresar de la muerte queda anulada ante la propia experiencia del final: al final es verdad aquello de que de la muerte no se puede volver, porque incluso él, que apenas estuvo muerto unas horas, ya no puede dejar de sentirse perteneciente al otro mundo, incapaz de volver a la sociedad, como dicen que les ocurre a quienes vuelven de la guerra (asunto sobre el que hay un verdadero aluvión bibliográfico).
Magníficamente escrita, con intensidad, con gran sentido del ritmo, con variedad de registros y de recursos, El despertar de Lázaro narra la relación amor-odio que siente un hombre ante un viejo amigo, con la particularidad de que ese amigo es el Mesías, el Elegido, por el que Lázaro siente el afecto de siempre, así como la admiración por ser quien es, pero también la reserva producida por la sorpresa, tal vez un poco de envidia y el resentimiento ya comentado, así como la mala conciencia por no poder sentirse agradecido por lo que se supone que es “el favor” más sublime que un hombre haya hecho jamás a otro: resucitarlo, devolverlo a la vida… Además, simplemente es que no puede comprender el destino elegido (o al menos aceptado) por Jesús (“¡Qué absurdo morir por los demás cuando la propia vida es lo más importante que se tiene! Yo no quise morir, ni tampoco resucitar. No quiero formar parte de algo que no entiendo”…), y todo ello, unido a ciertos detalles “irreverentes” (Lázaro, por ejemplo, habría sido cliente habitual de María Magdalena, con lo cual también reprocha a Jesús que la haya sacado de la prostitución…), provoca una fenomenal ensalada de sentimientos que Lázaro, en primera persona, va reconociéndonos, tratando de explicarse pero sabiendo que difícilmente va a ser comprendido por quienes no hayamos conocido la atracción ya maternal con que la muerte acoge a los muertos. Hay más, por descontado, pero tendrá que descubrirlo el lector, aventura entre lo divino y lo humano, entre lo terrenal y lo infra-mundano, que complacerá incluso a esos lectores que creen que las “variaciones” ante los textos bíblicos difícilmente podrían despertar su interés.