“Salvatierra” de Pedro Mairal
Hay, por decirlo de forma muy gruesa, dos tipos de crítica literaria: la que tiene algo de “tertulia” con la gente que ya ha leído el libro (que es la propia de las revistas culturales, o por supuesto de los clubes de lectura…) y la que se despliega para recomendar (o no) la lectura a quienes no conocen todavía el libro (la habitual en los suplementos literarios, o la propia “de la promoción”: las ruedas de prensa, las presentaciones…, ese tipo de discurso entre lo hiperbólico y lo cauteloso que comienza en la misma contracubierta). En esta página nuestra, casi por definición (y desde su mismo título, no demasiado bonito pero indiscutiblemente descriptivo), las librerías nos dirigimos a los lectores futuros, para convertirlos en lectores inminentes, y por tanto nos servimos de esa forma de comentar libros que no puede permitirse desvelar nada del contenido, que no puede “destripar” determinados detalles de la trama, que no puede boicotear la lectura personal de cada uno (pues condicionar demasiado la lectura es atentar contra los derechos del lector)…
Lo cual, hoy, es un problema, pues nos vemos obligados a recomendar efusivamente la lectura de Salvatierra, de Pedro Mairal, sin poder dar vueltas (nunca mejor dicho…) a su significado, sin reflexionar en voz alta sobre lo que en esta novela extraordinaria se consigue. Tan magnífica es que produce hasta mala conciencia haber llegado hasta ella trece años después de su publicación primera, sobre todo cuando su autor ya nos había encandilado en La uruguaya, en los textos misceláneos de Maniobras de evasión (recomendados aquí) o en los cuentos estupendos de Breves amores eternos (recomendados aquí por la Librería Diagonal, de Segovia), entre los que está el perfecto “Hoy temprano”, un cuento que algún día estudiarán generaciones de niños/as hispanohablantes para comprender el tratamiento narrativo del tiempo, para sumergirse en el vértigo maravilloso que la literatura puede producir, para entender que la “abolición del tiempo” no es algo exclusivo de la poesía…
Y sin embargo no habíamos leído Salvatierra, aunque ya contaba con una edición española en 2010, y no habíamos, por tanto, accedido al corazón de un hombre casi hermético, aparte de mudo, que se expresó a lo largo de toda su vida a través no de la pintura, sino de una sola pintura continua, constante, prolongada a lo largo de sesenta años y casi cuatro kilómetros… Nos encantan los libros sobre pintores, y en este caso el verbo “encantar” es literal, pues se produce como un hechizo, un sortilegio hipnótico conforme vamos sabiendo (y comprendiendo) cuál era el proyecto del pintor Juan Salvatierra, y sobre todo cuando Mairal, a través de la investigación que acometen los hijos del pintor, logra transmitir hasta qué punto el cuadro “chupó” la vida, cómo absorbió todo lo que latía a su alrededor (“esa habilidad de Salvatierra para captar en pocos trazos lo que amaba, como si todo estuviera vivo”…) hasta el punto de, parece insinuarse, empalidecer la realidad, vampirizar la vida, arrebatar toda la energía y toda la belleza, condenar a su círculo (nunca mejor dicho…) a una vida a medias que sólo se hace plena ante la contemplación de la obra. En ese sentido Salvatierra es, aparte de una novela impactante, una obra casi metaliteraria, por el modo eficacísimo y mágico como se logra sugerir que el arte no es sólo “traducción” de la vida a texto, a imagen, a melodía… sino que esas obras de creación pueden ser un cofre que de hecho preservan todo lo que lo merece, todo lo que cuenta, todo lo que importa… Pero no se crea, por esto que decimos, que Salvatierra es una novela fantástica, en la primera acepción del adjetivo. Sólo lo es, y cómo, en la segunda.
Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan‘