Viernes, 20 de marzo de 2010. Día 5 del Estado de Alarma en España.
No somos nada pesimistas, pero a estas alturas es obvio que de todo esto vamos a salir un poco empobrecidos, que el virus a batir se va a llevar por delante gobiernos, empresas e infraestructuras, comercios y contratos, cosas que conocíamos y con las que más o menos contábamos… Pero en fin, hay otras cosas firmes. Mañana es el Día Internacional de la Poesía, y nos adelantamos con la vídeo-reseña que el librero Javier García Clavel, de la Librería Atenea (Murcia), hace del que es sin duda uno de los mejores libros de la poesía española reciente: Los lagos de Norteamérica de José Daniel Espejo (Pre-Textos):
Para escuchar la recomendación, sigue este enlace:
Jueves, 19 de marzo de 2020. Día 4 del Estado de Alarma oficial en España.
Nos hemos despertado y continuamos dentro de esta inesperada novela de Millás, así que seguimos con las recomendaciones de libros en formato vídeo, y en las cuales algunas/os de nuestras/os libreras/os favoritas/os nos hablan de las novedades editoriales que más les han gustado, entre aquellas que consiguieron llevarse a la cuarentena. Hoy nuestro amigo Héctor Monterrubio, de las Librerías Ícaro (Segovia y La Granja de San Ildefonso), se ha esmerado en la realización de esta estupenda vídeo-reseña sobre En el corazón del bosque, de Jean Hegland (Errata Naturae):
Miércoles, 18 de marzo de 2020. Tercer día del Estado de Alarma en España.
Nuestra venerada Izaskun Legarza Negrín, de la Librería de Mujeres de Canarias (Santa Cruz de Tenerife), y una de las colaboradoras más activas, generosas y entusiastas de ‘Las Librerías Recomiendan’ (fue, además, jurado en los II Premios LLR), nos recomienda desde su doméstica cuarentena el recién aparecido Mandelstam, de Anna Ajmátova, editado por Nórdica Libros y traducido por Marta Sánchez Nieves.
Martes, 17 de marzo de 2020: Día 2 del confinamiento obligatorio en España:
Hemos pedido a Raquel Vicedo, socia de la librería Cervantes y Compañía (Madrid) y fiel colaboradora de ‘Las Librerías Recomiendan’, que, aprovechando que, inexplicablemente, la reclusión forzosa la ha sorprendido junto al escritor Manuel Astur, que publicó hace unos días la estupenda novela San, el libro de los milagros(Acantilado), le haga unas preguntas. En un primer momento Astur alegó problemas de agenda, pero al tercer encuentro en la cocina se vio obligado a ceder. He aquí, en fin, el resultado.
Lunes, 16 de marzo de 2020. Día 1, oficialmente, del Estado de Alarma en España por la crisis del Covid-19:
La librera Pilar Torres, de La Buena Vida (Madrid), nos envía desde su cuarentena una vídeo-reseña de Apuntes de un cocodrilo, de la tailandesa Qiu Miaojin (publicado hace unos días por Gallo Nero):
Después del éxito de La Trenza [recomendado en su día para Las Librerías Recomiendan por la Librería Letras a la Taza, de Tudela], la escritora francesa Laetitia Colombani vuelve con una novela tierna y potente, en la que teje y entrelaza historias de varias mujeres, que terminan teniendo un significado en su conjunto. En este caso hay dos personajes femeninos centrales. Solène es una abogada que, tras pasar por una grave crisis profesional y personal, decide dejar su trabajo y dedicarse al voluntariado. Blanche Peyron, es una activista del Ejército de Salvación que, a principios de siglo pasado, invierte todas sus fuerzas y recursos en encontrar un techo para cada mujer desamparada. A su alrededor se mueve un universo de mujeres excluidas de la sociedad, que han caído en la marginalidad por motivos diversos -guerras, maltrato, abandono, pobreza- y que luchan cada día para mantenerse a flote. El elemento que cohesiona todas sus vidas, a través de casi cien años, es le Palais de la Femme, un palacio construido en el siglo XVII y que desde 1926 proporciona un hogar a mujeres sin techo, alejándolas del círculo vicioso de violencia, inseguridad y soledad que supone la vida en la calle.
La autora, con su prosa fluida, nunca forzada ni cargante, nos hace partícipes de unas vidas marcadas por el sufrimiento, pero nos transmite también la energía de sus logros, sus pasiones, su generosidad, su fuerza de voluntad, y nos recuerda el gran valor de la solidaridad entre mujeres: la sororidad.
Nos adentramos en La vida sin maquillaje de Maryse Condé de la mano de la anterior lectura de Corazón que ríe, corazón que llora, ambas publicadas por Impedimenta y traducidas por Martha Asunción Alonso. En esta última surcábamos la infancia de la menor de una familia numerosa de Guadalupe, llegando a deleitarnos con verdaderos pasajes de lirismo aderezados por la memoria de una infancia ya lejana.
En esta, La vida sin maquillaje, nos encontramos ya con una Maryse que viaja a París, donde su condición de mujer de color, los primeros pasos del proceso de emancipación colonial de África y su primer embarazo rompen con cualquier tipo de previsión y linealidad en la vida de la autora. A partir de allí comienza una búsqueda de su propia identidad a través de países como Guinea o Ghana, las iniciales intentonas de implantar el socialismo real en aquellos países aún tribales, una casquivana vida amorosa por parte de la autora que la llevara a tener cuatro hijos antes de cumplir los treinta años y, ante todo, la gestación de lo que sería la futura escritora. Porque Condé sería, como otros tantos, una escritora tardía, un árbol inesperado que da frutos deliciosos.
Este libro, todo cabe decirlo, es duro. Hace honor a su título y el realismo-ficción de su infancia da paso a una descripción de sucesos de manera, muchas veces, aséptica, como si los acontecimientos sólo tuviesen como relación entre ellos la pura cronología. Sí, es verdad: durante gran parte del texto echamos en falta ese lirismo sepultado por la descripción de una África que engullía y transformaba a Maryse. Una Maryse definitivamente apátrida, rechazada por ese continente en el que buscó sus orígenes y no asimilada por esa Europa que le ha proporcionado su educación.
Incapaz de hallarse a sí misma, finalmente se encuentra en la escritura. Y es con ella con la que viajaremos a la siguiente entrega de la vida de esta escritora tan magnífica.
Declararse ya no lector de Bernardo Atxaga, sino un forofo atxaguista, supone algo más que manifestar el apego por la literatura de un escritor determinado: es desear empadronarse en un mundo realmente diferente, fantástico pero no mucho, comprometido y a la vez mágico, estimulante como pocos. La particularísima textura del universo literario de Atxaga es algo que se puede rastrear incluso en su poesía y en su literatura para niños, así como, desde luego, en sus conferencias, en sus apariciones públicas y en su intermitente obra periodística, que jamás deja de ser estrictamente literaria, incluso aunque hable de temas graves: el de Asteasu nunca deja de ser él mismo, y traslada esa actitud levemente lúdica, jamás arbitraria, a todo lo que firma. Incluso cuando se anunció que iba a publicar el diario de su estancia como profesor invitado en la Universidad de Reno supimos que eso no podía ser (sonaba tan inapropiado como si a Woody Allen le encargaran una versión de Drácula), y, en efecto, Días de Nevada puede quedar encuadrada en la “literatura del yo”, pero con todas las cautelas que exige la personalidad de su autor, soñadora y agamberrada, fabuladora y melancólica.
Bernardo Atxaga es pura ficción, desde su mismo nom de plume. Pocos escritores españoles de las últimas décadas han conseguido hacerse dueños de un territorio literario tan singular, tan personal, un espacio que se asume aunque jamás se termine de explorar, porque es infinito. Con ocasión del Premio Nacional de las Letras que le ha sido concedido tuvimos ocasión de repasar en otro lugar su trayectoria, desde la fundacional -en muchos sentidos- Obabakoak hasta la reciente reedición de su Lista de locos y otros alfabetos.
También termina ahora con un alfabeto (uno de los “géneros” predilectos de Atxaga) su nueva novela, Casas y tumbas, que se anuncia como la última (pero no, por supuesto, su último libro: el mundo Atxaga continúa, y siempre será, de un modo u otro, novelesco, por lo que decíamos arriba). Aunque en esta ocasión ha optado por apegarse un poco más a la realidad, a la Historia, a lo verosímil y compartido, en la literatura de Atxaga siempre hay magia, esa leve distorsión tan característica y tan imaginativa que sin excepciones embellece y enciende lo cotidiano. Ese “color” tan particular que Atxaga consigue inyectar siempre en sus narraciones es lo que explica que sean tan especiales y reconocibles, y que incluso cuando tocan temas duros dejen una sensación tan agradable y hospitalaria.
La novela de hoy está, como muchas de las suyas, hecha de varios relatos sólo aparentemente yuxtapuestos, pues en realidad vienen más bien solapados, sobrepuestos, aunque respetando la cronología “real” de los sucesos (y de hecho se insiste curiosamente en la exactitud de las fechas, se aclara todo el rato en qué día sucedió cada cosa digna de ser consignada). A través de algunos personajes que saltan de una “nouvelle” hasta otra, hasta completar las seis, se va articulando la novela, que lo es por mostrar un sentido unitario, por compartir el mismo impulso significativo, por su fuerza simbólica común. Por mucho que nos fascine la imaginación de Atxaga, es obvio que hay cosas que no se pueden contar si no se han vivido: aquí el autor habla de cosas que conoce, como el servicio militar, aún bajo la dictadura (y muy cerca, físicamente, de ella), o las agitaciones populares y laborales en el País Vasco. Pero aunque se haya “mudado” de Obaba a Ugarte, y por tanto se haya perdido algo de “niebla” literaria, más cerca de la crónica que del cuento, desde las primeras líneas de la primera historia sabemos que hemos llegado a casa, y no sólo porque reconocemos el paisaje, tan habitual en el autor, sino porque se nos mece con una melodía conocida, nueva pero antigua, a la que somos adictos.