Más libros de la semana de Literatura

“Vozdevieja” de Elisa Victoria

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Vozdevieja

Vozdevieja

Victoria, Elisa

ISBN

978-84-17552-13-8

Editorial

Blackie Books

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Qué pocas veces puede encontrarse en la literatura un sensato punto medio entre la idealización ingenua y engañosa de la infancia y esa otra actitud que la concibe o la recuerda como una etapa siniestra, tétrica, traumática. Por eso es de agradecer que, a medio camino entre las gominolas y las amenazas, con una porción de miedo y otra de tarta, la debutante Elisa Victoria (Sevilla, 1985) haya logrado, ante todo, atrapar un ambiente, captar un modo de vivir en un determinado momento y en un determinado lugar, que sin demasiados disfraces fueron los suyos.

Con el punto justo de peterpanismo (“Me da pereza crecer por tener tanto que estudiar”), con muchísimo desparpajo y con la confusión implícita a esa edad (“Si cambio todo el tiempo, ¿cómo voy a saber quién soy?”), Victoria ha logrado no sólo dibujar sino colorear la dispersión terrible y maravillosa de la niñez. Desde sus nueve años, Marina, la protagonista, ya tiene el punto de perversidad necesario sin haber perdido la inocencia o la necesidad de protección, y el resultado de esa ensalada de secretos, dudas y caprichos es un primer libro estupendo, publicado por Blackie Books de un modo impecable, y con el envoltorio más adecuado posible, en una edición irresistible.

No es extraño que sea Elvira Lindo la autora que, en la faja o en las presentaciones, está amadrinando este libro, pues la inteligencia, la curiosidad y el candor de Marina parecen una continuación de Manolito Gafotas, como si el niño carabanchelero, travestido de repente y un poco más punk, hubiera crecido un poco y se hubiese mudado a Triana a ver la tele y a acumular energía mirando en el kiosco las portadas de ciertas revistas, mientras otra parte de él mismo todavía anhela un globo en forma de pitufo, o juega a la casa de Chabel, o escucha canciones de Xuxa. Esos años. Esa felicidad. Esa rabia. 

Contar las cosas desde la perspectiva infantil es algo que en ocasiones ha hecho muchísimo daño a la literatura, pero que también, cuando se ha acertado con el tono o con los símbolos, ha proporcionado hitos estupendos. Esta novela de Elisa Victoria ha de apuntarse gozosamente en el segundo grupo.

Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan

"El hombre que camina", de Franck Maubert

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El hombre que camina

El hombre que camina

Maubert, Franck

ISBN

978-84-17346-48-5

Editorial

Acantilado

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Reconocerán, quienes han tenido la oportunidad de confrontar su condición humana con la de El hombre que camina, que hay algo muy enigmático en esta escultura de Alberto Giacometti. Algo que nos concierne. Algo que la dota de vida, aun siendo de bronce. Algo que resume muy bien nuestra propia esencia, “en movimiento, con una cabeza que piensa”.

Hace más de cuarenta años, una tarde de tormenta, el escritor francés Franck Maubert contempló por primera vez esta escuálida silueta, “humilde y altiva”, y desde entonces no ha cesado de dialogar con ella.

“¿Por qué nos emociona tanto?”, se pregunta. “¿De dónde viene este hombre que tanto se nos asemeja?”. Con su rostro rugoso, sus largas piernas flacas y los brazos junto al cuerpo, “daba la impresión de salir de una noche sin nombre. Su mirada dirigida al horizonte parecía la de quien rumia la tres preguntas eternas pero fundamentales: ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos?”.

Fruto de esa fascinación ha escrito El hombre que camina, un breve y sugerente ensayo que acaba de publicar en nuestro país la editorial Acantilado, con traducción de Núria Petit. En él, Maubert cuenta la historia de una escultura que es emblema del siglo XX y en la que Giacometti estuvo trabajando incansablemente entre 1946 y 1962, con sus distintas versiones y variaciones temáticas.

Es ésta una lectura muy interesante para los amantes del arte y de la historia del arte, también de la filosofía y de la cultura de posguerra, ya que nos vamos adentrando en el minúsculo taller de Montparnasse para seguir la trayectoria de un artista obsesionado por la representación humana, cuyas raíces se remontan al arte etrusco y al egipcio, a Tintoretto, Giotto y Rodin.

Por estas páginas desfilan Jean-Paul Sartre, Jean Genet, Samuel Beckett, Henry Cartier-Bresson, y conocemos algunos episodios de su vida, como el atropello que le dejaría una pequeña cojera y que sería fundamental en su percepción del equilibrio de los cuerpos.

Alberto Giacometti (Suiza, 1901-1966) coqueteó con las vanguardias, dibujó y esculpió, creó a partir del vacío y no de la masa, hizo y deshizo su obra por una insatisfacción crónica hasta que, tras la Segunda Guerra Mundial y a su regreso a París, encontró en la figuración y en el existencialismo el modo de volcar sus obsesiones artísticas: “inventar una forma que sintetice al hombre y su condición”.

Eso es lo que explica que no se trate de una escultura, sino de varias: “El hombre que Camina”, que Giacometti realizó en 1947 y que expuso en la Pierre Matisse Gallery de Nueva York, con seis ejemplares numerados y cuatro con la inscripción ‘prueba de artista’; “El hombre que camina I y II”, creadas para el proyecto del Chase Manhattan Bank en 1960 y 1961, y “El Hombre que camina III”, que permanece inacabada. Y que tenga “falsos gemelos”, como los llama Maubert. Piezas como “Mujer que camina”, “La plaza”, “El claro” o “El bosque” redundan en el afán de Giacometti por descubrir y representar el misterio del ser.

“El hombre que camina está de pie, erguido, mirando hacia delante, hacia el futuro aunque sea incierto. Y el hombre que camina eres tú, soy yo, con su cuerpo humano, esquelético, demacrado tal vez, pero en movimiento, con una cabeza que piensa. Por eso nos interpela y nos emociona”.

Giacometti consideraba el arte como una escuela de la mirada y, en un momento en el que su obra se expone en el Guggenheim de Bilbao y muy pronto regresará a Madrid, al Museo del Prado, os dejamos con la provocadora invitación que lanza Franck Maubert desde estas páginas: “Delante de una obra hay que prestar oído, escucharla, tomarse el tiempo necesario para que se instaure un diálogo. No hay nada más personal, más íntimo, que la relación de una obra con quien la mira. Hablo de una auténtica confrontación, no de la distracción del que pasa ante un cuadro o una escultura en un museo sin saber qué hace allí, sólo para poder decir al salir «lo he visto»”.

Amparo y Sonia, Librería Palas (Sevilla)

"Las dos muertes de Ray Loriga", de Daniel Jiménez

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Las dos muertes de Ray Loriga

Las dos muertes de Ray Loriga

Jiménez, Daniel

ISBN

978-84-17747-02-2

Editorial

Galaxia Gutenberg

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He aquí una propuesta literaria interesante, distinta, sorprendente. Se sitúa claramente desde el mismo título dentro de la moda narrativa que mezcla con toda la audacia posible la realidad del mundo de aquí afuera con los caprichos o necesidades de la ficción, al tiempo que su autor aprovecha para ajustar cuentas pendientes consigo mismo, para ordenar y reinterpretar su propia experiencia ayudado por las muletas de la imaginación, para pedir perdón y dar las gracias, para resolver capítulos privados y poder mirar hacia delante. Es, pues, mucho más que una moda (una moda, por otra parte, que tanto en narrativa como no digamos en poesía lleva vigente varios siglos), y que la necesidad de “lavar trapos sucios” ante el público se haya convertido en eso que los observadores del mundo llaman tendencia (encontrar tendencias es muy tendencia) no le resta valor. Lo que cuenta en la literatura es la verdad (una verdad, por descontado, que tiene poco que ver con la exactitud real de lo que se cuenta), y después, enseguida, la calidad, el talento, el poder significativo del texto. En estos sentidos es muy reveladora la cita de Simon Critchley que leemos al frente de esta segunda novela del madrileño Daniel Jiménez, tres años después de su Cocaína: “Escribir te permite dar las cosas por zanjadas: los fantasmas, las obsesiones, los remordimientos y los recuerdos que nos despellejan vivos”.

Más que a la autoficción, Daniel Jiménez da una vuelta de tuerca a la metaficción, y las páginas que dedica a releer y analizar los libros de Ray Loriga no son menos trepidantes que la parte policiaca en Buenos Aires, ni en realidad menos confesionales o íntimas que aquellas en las que el autor, o el personaje hecho a su medida, revela sus heridas más privadas. Con el pretexto de la muerte de Ray Loriga (pero este muerto está muy vivo: la semana que viene se distribuye su Sábado, domingo), y tomando como sistema vertebrador de la narración el análisis, libro a libro, de su obra, Jiménez construye una novela en dos partes, una española y otra argentina, una de planteamiento y otra de desenlace, una más ensayística y personal y la otra más trepidante y puramente novelesca, una de abrirse en canal y otra de entregarse gozosamente a la fantasía desatada. Ambas líneas hacen, con todo, incursiones y hasta escaramuzas en la parte que no les corresponde, pero eso sólo contribuye a la deliberada ambigüedad del relato.

Bien escrita, rebosante de fuerza, bastante magnética, Las dos muertes de Ray Loriga es una novela que funciona. Y despierta además las ganas de releer a Loriga, al que aquí se cita con profusión, como esa sentencia de Za Za, emperador de Ibiza: “Tú no escribes un libro sobre el mundo, escribes un libro desde un lugar del mundo. Hay que esquinar la mirada y ser valiente. Los cobardes, ¿sabes?, no escriben libros”.

"El día que Selma soñó con un okapi", de Mariana Leky

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El día que Selma soñó con un okapi

El día que Selma soñó con un okapi

Leky, Mariana

ISBN

978-84-322-3465-1

Editorial

Seix Barral

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El título original es Was man von hier aus sehen kann o lo que es lo mismo, “lo que puedes ver desde aquí”.

“El okapi es un animal absurdo, mucho más absurdo que la muerte, parece que lo hayan creado con piezas que no encajan: patas de cebra, grupa de tapir, un cuerpo marrón rojizo que recuerda al de las jirafas, ojos de corzo y orejas de ratón”.

Ésta es la historia de un pequeño pueblo llamado Westerwald, en el oeste de Alemania, entre Fránkfurt y Colonia, donde parece que la vida va un poco más despacio que en el resto del mundo y cuyos personajes giran en torno a Selma, una anciana que, cada vez que soñaba con un okapi por la noche, podían estar seguros de que alguno de ellos moriría durante las veinticuatro horas siguientes.

La literatura alemana actual no es la más conocida y traducida en España, precisamente, y son pocos los autores que nos llegan. Por lo tanto, enfrentarte a un libro que ha sido el premio de los libreros alemanes independientes, premio a la mejor autora del año en Alemania y a la mejor novela del año en Alemania, en 2017, es seguro que tiene que tener algo especial.

Luise, la narradora, que va cambiando del pasado al presente en cada capítulo, tiene un tono y una calma que recuerdan a Scout Finch, de Matar a un Ruiseñor de Harper Lee, y nos va contando sus aventuras y todas las peripecias como si no fuera nada del otro mundo. La tranquilidad y la paz que muestra en su narración, con algunos hechos verdaderamente duros, te hace desear estar en Westerwald, conocer al óptico, a Palm, a Marlies, etc. Selma es la abuela que todos querríamos tener, quien nos acoge en sus brazos cuando tenemos un mal día.

Cuando un nuevo personaje llega de visita a Westerwald, vemos cómo todo el pueblo va apareciendo para poder conocerle, y cómo la protagonista, previamente, va a darle a cada uno un consejo sobre cómo comportarse. “Luise, contigo siempre pasa algo”, le acaba diciendo el personaje.

Estamos deseando durante todo el libro que algunos personajes den un paso adelante y nos enfadamos cuando suceden algunos hechos que cambian por completo la historia, pero también nos damos cuenta de que lo que tiene que suceder es lo que la autora ha escrito. Vemos que todo cuadra, que el hilo ya estaba montado desde el inicio y que todo tiene sentido.

A riesgo de sonar ingenuo, es un libro muy bonito, que te hace releer páginas completas, que te hace regresar al párrafo anterior, por si hay alguna opción de que no haya pasado lo que ha sucedido, pero que al final das gracias de que todo haya sido así. Siete años pasó la autora entre su anterior libro y éste, pero les aseguro que valió la pena cada día que Mariana Leky pasó ante el ordenador. Y qué pena que todavía no haya más libros de esta autora traducidos al castellano. ¿Algún/a editor/a en la sala que quiera animarse?

Juancho Pons, Librería Pons (Zaragoza)

"La isla de los conejos", de Elvira Navarro

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La isla de los conejos

La isla de los conejos

Navarro, Elvira

ISBN

978-84-397-3482-6

Editorial

LITERATURA RANDOM HOUSE

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Si uno está atento a estas cosas y se sabe afinar el oído, se percibe con cierta nitidez que el adjetivo “diferente”, del que probablemente se ha abusado en los últimos años en la crítica literaria, funciona a menudo como eufemismo (aunque no sea tan habitual ni tan divertido como “interesante”, que es nuestro eufemismo favorito: cuando te dicen que un libro de poemas, o una exposición, o una película… es interesante, uno sabe instintivamente que hay que caminar hacia el otro lado). Y es una lástima que se recurra a él inadecuadamente, porque cuando uno se encuentra ante una propuesta literaria realmente distinta, singular, única…, es difícil encontrar la fórmula para decirlo sin que parezca un compromiso, un modo de resolver la papeleta.

Dicho lo anterior, la escritura de Elvira Navarro es, sí, claramente diferente, entre otras cosas porque no parece habérselo propuesto, sino que apostaríamos por que le sale natural, nada forzado, y probablemente hasta a ella misma le extrañaría que consideremos tan peculiar su estilo, tan desconcertante, tan oscuro pero a la vez gracioso, desasosegante y amable, acogedor aunque a ratos terrorífico o incluso violento. Pero es así, y nos encanta, no sólo en el sentido de que nos gusta mucho (pero que mucho), sino en el de que nos hechiza.

Repasemos: La ciudad en invierno, La ciudad feliz, La trabajadora (el libro que permitió entrever definitivamente su verdadera talla literaria, el que hizo vislumbrar la cantidad y la calidad de los libros que Navarro tiene dentro) y Los últimos días de Adelaida García Morales, un juego genérico no especialmente polémico que acabó siendo excesivamente polemizado. En él alguien se preguntaba “¿por qué no dar valor a lo desprestigiado?”, y aunque el descrédito es algo que, entre los buenos lectores, jamás ha sobrevolado a la escritora, aquí están estos once cuentos magistrales de La isla de los conejos para aclarar o declarar o, si hiciera falta, confirmar, cuál es la raza literaria de Elvira Navarro. 

“Detesto la vida normal”, afirma la narradora del primer cuento (uno de los mejores, y el que, como en las partituras, da ya el tono de todo lo que se va a encontrar después en esta extraña isla), y se diría que esa aversión por la normalidad, lo esperable, lo consabido, lo previsible… se extiende por la prosa de la autora valenciana-onubense, en la que hasta determinadas decisiones léxicas son transgresoras, audaces, bastante arriesgadas. La elegancia de la literatura de Elvira Navarro es inexplicable, pues se construye mediante opciones textuales a veces contrahechas, como lo son físicamente muchos personajes (hay algo lynchiano en bastantes momentos), y donde los cultismos y lo coloquial conviven en una armonía extraña y fascinante. A eso se une, como ya hemos insinuado arriba, un peculiar sentido del humor, que quizá apreciamos más aquellos a los que el humor jamás nos ha hecho mucha gracia. Pero lo dominante es lo desasosegante, que en algún cuento de este libro se sumerge de lleno (de lleno pero a la vez con cautela) en el territorio del terror, flirteando con lo fantástico (como esa pata que le sale a un personaje detrás de la oreja, tal vez la misma que espantaba a Adelaida García Morales debajo de su nevera en el libro anterior, o esos veloces bultos que se mueven por un parque municipal, y que parecen proceder de otros cuentos vecinos, como “Myotragus”). Jugando también con lo psicológico, lo inconcreto (“La habitación de arriba”), Navarro se emparenta con otra estirpe de la literatura de miedo, más henryjamesiana, de sabor más clásico, aunque de nuevo la melodía estilística suene muy cercana, y las referencias (ya sea Radio 3 o un área de servicio de Los Monegros) parezcan inmediatas. Navarro tiene ese don: encontrar en lo próximo no sólo buena literatura, que eso es habitual, sino buena literatura que es a la vez cotidiana y misteriosa, no como hace la poesía sino más bien al modo de las pesadillas, “algo tan antiguo que ni siquiera puede nombrarse”.

"El funeral de Lolita", de Luna Miguel

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El funeral de Lolita

El funeral de Lolita

Miguel, Luna

ISBN

978-84-264-0532-6

Editorial

LUMEN

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Desde la Librería Bibabuk de Almería queremos recomendar El funeral de Lolita porque es la primera novela de la poeta Luna Miguel, quien ha demostrado que tiene un gran talento para elegir las palabras que han ido tejiendo, libro a libro, su poesía, y que ahora se revela también como una buena narradora.

Esta novela no es una novela de personajes sino de personas, muy bien construida y con mucho mimo por parte de la autora.

En ella nos habla de la muerte y el duelo, la amistad y el amor, y, claro, de aquella Lolita de la que ya nos hablara Nabokov. La protagonista de esta novela es una mujer fuerte y madura que le habla al lector de tú a tú, mostrando la cara amarga que supone la muerte y las consecuencias que deja en las personas que nos rodeaban y a las que importábamos.

Helena (su protagonista) tiene esa cualidad de “lolita” y lo que prima en ella es lo comunicativa que es. Ella es periodista y un día recibe la noticia de que uno de sus profesores de Literatura ha muerto. A raíz de ello recupera la relación con sus antiguas compañeras de clase. Todo ello contribuye a que Helena pueda revisar ciertos aspectos de su pasado.

Yo creo que esta novela va más allá de una mera versión de la eterna Lolita de Nabokov, y se puede tomar como una historia de fantasmas. Como dice la autora a través de la voz de Helena: “Cada cual mata lo que ama, aunque sólo sea su fantasma”.

En definitiva, es un libro que consigue mantener al lector expectante y le hace reflexionar sobre diferentes cuestiones.

Patricia Alonso, Librería Bibabuk (Almería)

"Carvalho: problemas de identidad" de Carlos Zanón

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Carvalho: problemas de identidad

Carvalho: problemas de identidad

Zanón, Carlos

ISBN

978-84-08-20148-9

Editorial

Editorial Planeta

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El detective privado Pepe Carvalho ha llegado vivito y (literalmente…) coleando hasta la Barcelona de Ada Colau. La mala vida que le conocemos (pues ha quedado minuciosamente documentada en muchas novelas) y la pura cronología hacen que lo veamos en 2017 ya un poco perjudicado, y a sus “cincuenta y muchos” años anda necesitado de ciertas pruebas médicas que previsiblemente, y para preocupación de su leal “Biscúter”, no está dispuesto a hacerse. Ahora bien, en lo que respecta a lo literario, la salud de Carvalho es excelente, y todo parece indicar que tiene un gran futuro por delante, pues Carlos Zanón, designado por los herederos de Manuel Vázquez Montalbán como continuador legítimo de sus crónicas, ha llevado a muy buen puerto el dificilísimo encargo.
Carlos Zanón se muestra valiente, muy provocador, deslenguado…, y en lo literario está poco dispuesto a recordar que se dirige a un público masivo… Es decir, que era, en efecto, un dignísimo sucesor de Vázquez Montalbán. Entretenido y a la vez exigente, su estilo, tan frondoso en referencias sociopolíticas y culturales, puede desconcertar a algunos lectores, pero ¿acaso no es el desconcierto uno de los principales pilares de la novela negra? Lo decimos porque renunciando casi a las posibles traducciones (un lector, digamos, albanés, lo pasaría mal con tanta alusión a Bárbara Rey y a Ángel Cristo, a Pasqual Maragall y a Samaranch), y probablemente también a los lectores del futuro (no queda tanto para que la gente no recuerde quién fue Joaquín Sabina o Andrés Iniesta), esta novela se entrega gozosamente y sin cálculos a la radiografía de un presente barcelonés que tiene muy en cuenta lo mejor de lo que la literatura ha hecho antes en homenaje a las zonas menos vistosas y menos turísticas de esa ciudad, esas cuyas preocupaciones están lejos de los “problemas de identidad” políticos a los que tan discretamente hace referencia el título. Y no lo decimos sólo por el propio creador de Carvalho (a quien Zanón hace una bonita primera referencia al referirse como de pasada al aeropuerto de Bangkok, “que allí se me quedó un amigo”, y al que después se menciona como “el Escritor”, explicándose con habilidad el origen de la relación con el detective), sino por la desheredada muchacha que nos hablaba desde las páginas de la recién reeditada Nada, de Carmen Laforet, o de los niños de las novelas de Juan Marsé, que se rascaban la cabeza con azufre para evitar la tiña mientras subían las exigentes cuestas del Guinardó, o, en su variante “alta astracanada”, el casting de secundarios de las novelas detectivescas de Eduardo Mendoza (o la exitosa Sin noticias de Gurb, en la que, por cierto, el marciano protagonista adoptaba la apariencia de Vázquez Montalbán en una de sus divertidas transformaciones).
No exageramos: aunque sea con un lenguaje osado y poco delicado, el inesperado tándem Zanón-Carvalho rastrea los bajos fondos barceloneses, y el Raval, y la ladera oscura de Montjuïc… retratando a sus habitantes o, mejor, a sus supervivientes. Las prostitutas ancianas, los yonkis, los inmigrantes que no juegan en el Barça o los delincuentes-no-vocacionales que están a la que salta van desfilando por estas páginas y, aunque sabemos de ellos de un modo valleinclanesco, deformado, caricaturizado, hay en su perfil algo piadoso, un homenaje a los desposeídos, a los rechazados, a la desesperación. La Barcelona ‘camp’ de Vázquez Montalbán es aquí aún más suburbial: ha llegado el siglo XXI y no lo ha hecho precisamente con suavidad para algunas bolsas de población. Aquí está el frío más feo, que es el de la miseria; los besos extemporáneos, ocasionales, y los navajazos familiares, cotidianos; la extraña poesía de los márgenes, la mecánica sexual del extrarradio. Se nota que Zanón ha disfrutado escribiendo, y ese disfrute se contagia en forma de buena literatura, donde la trama es menos importante que el ambiente, el argumento pesa menos que el retrato, y aun así obtenemos una historia trepidante: Zanón no es Zafón, pero por ahí se le andará.
Un tópico especialmente atinado y exacto sabe que, cuando un escritor muere, su legado textual ha de pasar unos años de limbo, y sólo los que realmente merecían la pena regresan de él triunfantes en forma de reediciones. El año que viene se cumple el centenario del nacimiento de Miguel Delibes, y es previsible una relectura general que revalorice por entero su literatura; Gonzalo Torrente Ballester murió hace veinte años y ahora nuevas impresiones de Los gozos y las sombras o Don Juan lo recolocan en nuestras librerías como lo que es: uno de los mejores narradores españoles del siglo XX (somos muchos los que creemos que, puesta a premiar a un gallego, la Academia Sueca se equivocó estrepitosamente…). Nuestro Vázquez Montalbán se fue en 2003 y, como algunos preveíamos, no ha podido ser un secreto lo extraordinariamente bueno que era: el año pasado Anagrama rescató su magistral Galíndez, y ahora vuelve su Carvalho: aunque sea de forma un poco apócrifa, es también una forma magnífica, gracias al buen oficio de Carlos Zanón, y a lo bien que ha captado y reproducido la “melodía MVM”. Ésta es la sombra de Carvalho, sí, pero no sólo va a ser una sombra muy alargada, sino una sombra de mucha calidad.
Puedes leerla también en catalán.

"Permafrost" de Eva Baltasar

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Permafrost

Permafrost

Baltasar, Eva

ISBN

978-84-397-3514-4

Editorial

LITERATURA RANDOM HOUSE

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Permafrost:

1.m. Geol. Capa del suelo permanentemente congelada en las regiones polares.

                               (Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua).

Y es precisamente así como se siente nuestra protagonista, congelada bajo una capa de hielo…

En primera persona nos cuenta su aislamiento de la vida, de todo y todos los que la rodean, incluso de sí misma. Ante tan devastadora soledad su único pensamiento liberador es el de su posible muerte. Encuentra en la idea del suicidio un posible camino que nunca, por unos motivos u otros, se decide a transitar.

Se puede decir que en esta historia, paradójicamente, encontramos a una mujer que al buscar la muerte encuentra la vida.

Es generosa en su honestidad, en la descripción de su incapacidad para vivir mientras vive, presa tras la capa de hielo que la recubre, esperando quizás poder romper ese hielo:

“Soy yo, la extraña que todos reconocen, esa que parece de mentira bajo su capa de hierba corta y consistente. Tengo un buen recubrimiento, impermeable como el de los bosques, pero no es mentira, no: la dureza del hielo preserva un mundo habitable, sólo que dormido.”

Ella está allí, intacta, viva, habitable…pero el frío la paraliza, la condena a la soledad y a la tristeza.

Con una sinceridad brutal, a lo largo del relato la escuchamos hablar sobre sus ganas de morir, sobre cómo piensa en distintas formas de suicidarse, cómo vive el sexo en su relación con otras mujeres, cómo siente el miedo, el dolor, la soledad, la tristeza, cómo es la relación con su familia y el daño que le causan porque no constituyen un verdadero hogar, cómo las mentiras la ayudan a sobrevivir, cómo se empeña en la búsqueda constante de sí misma en un mundo en el que no encuentra su lugar. A pesar de todo resiste, sobrevive…hasta que un factor circunstancial e inesperado le habrá de hacer elegir entre el amor o la muerte. ¿Podrá elegir? ¿O tal vez la decisión ya está irremediablemente tomada? Porque finalmente es la muerte la que la encuentra a ella y de una forma que nunca había imaginado.

El valor del desnudo emocional y personal en una sociedad llena de caretas y de poses, de redes sociales donde todos deben parecer felices, perfectos, sin mácula o error, toma todo sentido en Permafrost, que nos invade con un soplo de aire frío con su sinceridad, con su verdad, su inteligencia y su poesía.

Todos los días asistimos a la puesta en escena de imágenes de superficie que son un espejo donde nadie puede verse reflejado ni sentirse reflejado. Superficies sin profundidad.

Afortunadamente la literatura, por más que algunos huyan, nos ofrece esa verdad, esa hondura tan necesaria para vivir lo menos de mentira posible.

Sagrario Santamaría, Librería Taiga (Toledo)

Puedes leer también la versión original en catalán.