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"Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas", de Paloma Ulacia Altolaguirre

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Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas

Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas

Ulacia Altolaguirre, Paloma

ISBN

978-84-17266-46-2

Editorial

Editorial Renacimiento

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Concha Méndez (Madrid, 1898 – Ciudad de México, 1986) nació en una familia acomodada. La mayor de once hermanos, estaba destinada a ser una «niña bien» que pasaría la vida entre bailes y paseos, sin muchas preocupaciones. Pero era una mujer de carácter que no entendía el mundo y quería hacer algo para cambiarlo. Fue poeta, editora, impresora, viajera, campeona de natación, una de las fundadoras del Lyceum Club y de las primeras mujeres que se atrevieron a quitarse el sombrero en un gesto provocador.  Ya de niña mostró su carácter rebelde cuando un amigo de su padre, de visita en su casa, preguntó a sus hermanos qué querían ser de mayores y ella, que no estaba incluida en la pregunta (porque “las niñas no son nada”), se rebeló diciendo que sería capitán de barco.
En sus veraneos familiares en San Sebastián conoce a Luis Buñuel, con quien empieza un noviazgo que dura siete años. A la señorita de compañía que les vigilaba en sus paseos le parecían bichos raros: «qué raros son ustedes, son extrañísimos: hablan de cosas que yo no entiendo». Buñuel, que le regalaba insectos y ratones blancos, jamás la mencionó en ninguno de sus escritos y la mantuvo al margen de su vida en la Residencia de Estudiantes. Pero Concha no necesitaba al cineasta para llegar hasta sus amigos: quiso conocer a Lorca y lo llamó presentándose como «la novia desconocida de Buñuel». «Y ahora, entre tanta gente putrefacta con quien trato, mi consuelo es escribir y pensar en vosotros […] Verdaderamente, sois lirios entre el fango», escribiría a Federico en una carta. Su mundo se transformó la tarde que escuchó al poeta granadino recitar en el Retiro y descubrió que ella también sabía y quería escribir poemas; allí conoció también a Maruja Mallo, de quien sería gran amiga. Esa misma noche escribió sus primeros versos, que mostró al día siguiente a Rafael Alberti, quien, sorprendido, no podía creer que no llevara tiempo escribiendo. En 1926 publica su primer poemario, Inquietudes (que Ernestina de Champourcín definió como «un prodigio de intuición femenina»), al que seguirán Surtidor, Niño y sombras (a raíz de la muerte de su hijo al nacer), Sombras y sueños y otros veinte poemarios y obras de teatro.
Nada más cumplir veinticinco años viajó a Londres, donde trabajó como profesora de español. Allí coincidió con Salinas y con Lorca y Fernando de los Ríos, que viajaban a Nueva York. En el barco de vuelta, un marinero le regaló el corazón de un pez que aún latía. Después viajó a Argentina.  En Buenos Aires entabla relación con Norah Borges y Guillermo de Torre, quien le publica poemas todas las semanas en La Nación y le ayuda a publicar su poemario Canciones de mar y tierra. Gómez de la Serna le regaló una greguería: «El elefante es un fotógrafo que nos hace una ampliación».
De vuelta en Madrid, Lorca le presenta a Manuel Altolaguirre en el Café de la Granja del Henar. Pronto Concha ofrece al tipógrafo e impresor asociarse: ella pondría el dinero que había ganado trabajando en Argentina para comprar una pequeña imprenta que instalan en una habitación del hotel Aragón. Él hacía el trabajo tipográfico y ella, casi todo lo demás: vestida con un mono azul de mecánico hacía girar la imprenta que alumbró los ejemplares de la revista Héroe, donde publicaron los mejores poetas de la Generación del 27. Ésta fue la primera de las revistas que editarían juntos, después vendrían, entre otras, Poesía, Caballo Verde para la Poesía, 1616, La Verónica (ya en el exilio cubano) y obras emblemáticas como El rayo que no cesa de Miguel Hernández, Primeras canciones de Lorca o La realidad y el deseo de Cernuda. Mucho se ha hablado de la importancia de Altolaguirre en la difusión de las obras de la Generación del 27, pero sin Concha Méndez, probablemente, estas revistas nunca hubieran visto la luz.
En 1932 Méndez y Altolaguirre se casan, lo que supone un escándalo pues ella era siete años mayor. Carlos Morla Lynch decía tener la impresión de que «Manolito se casa con su tía o su mamá». Sus testigos son Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Lorca, Moreno Villa, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y Morla Lynch. Al salir de la Iglesia de Chamberí, Juan Ramón tiraba monedas a los niños mientras les jaleaba para que gritaran «¡Viva la poesía! ¡Viva el arte!». Con la llegada de la guerra se exiliaron, primero en Cuba y después en México, de donde ya nunca volvieron  más que de visita. En México se hizo construir una casa en un terreno que tenía en el centro un árbol colonial, que ella dejó dentro del salón. A esa casa llegaría a vivir Luis Cernuda en 1952, y en ella murió.
Se puede seguir hablando de la vida de esta mujer enorme mucho tiempo, pero lo mejor es leer sus preciosas Memorias habladas, memorias armadas que recogió su nieta Paloma Ulacia a partir de horas de grabaciones donde la poeta recuerda su vida y que ahora rescata Renacimiento. Unas memorias habladas, armadas, imprescindibles.
Librería Los Portadores de Sueños (Zaragoza)

"Los treinta apellidos", de Benjamín Prado

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Los treinta apellidos (Los casos de Juan Urbano 4)

Los treinta apellidos (Los casos de Juan Urbano 4)

Prado, Benjamín

ISBN

978-84-204-3460-5

Editorial

ALFAGUARA

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Cuatro años después de su anterior novela, Ajuste de cuentas (tiempo de total fiabilidad para los libreros, pues el autor se toma su tiempo en escribirlos, están muy trabajados y está fuera de esas prisas editoriales que a veces no son buenas), Benjamín Prado publica Los treinta apellidos, su última novela protagonizada por Juan Urbano (la cuarta en la serie de diez que tiene prevista el autor y que con total seguridad, conociendo su constancia y tenacidad, llevará a cabo) y pese a mi debilidad por Mala gente que camina -porque fue la primera novela que leí de Benjamín, y por lo que cuenta en ella-, entiendo que Los treinta apellidos es hasta el momento su mejor libro, se lee de un tirón, te atrapa desde las primeras líneas y es una novela que mezcla géneros, pues es de aventuras, surcan sus páginas piratas de todo tipo, también es negra o policial puesto que hay una investigación e incluso una mujer fatal, e histórica porque relata una parte muy oscura y bastante desconocida del pasado español en las colonias y en África. Tiene acción, suspense, amor, muerte, traiciones, ironía, erotismo y mucha aventura, que es la que vive Juan Urbano, quien acaba de pasar de ser un testigo protegido al que la mafia rusa podría haber eliminado por su testimonio, a volver a convertirse en el ciudadano anónimo, profesor de Literatura y escritor de biografías que recupera su normalidad. Justo cuando toma esa decisión, mientras está en el Masnou, en Barcelona, conoce en una noche de celebración a un hombre de buena familia y amanece en su casa, un palacete en la zona noble barcelonesa. Lluís Espriu y Quiroga le propone averiguar en Cuba el destino de los descendientes que su tatarabuelo, Joan Maristany dejó en La Habana, donde tuvo una hija que nadie nunca quiso reconocer…
Ahí empieza la trepidante aventura de Juan Urbano, un personaje al que hemos visto evolucionar en estos años, menos cínico y más comprometido, ahora incluso dispuesto a arriesgarlo todo. Acompañado de Mónica Grandes, emprende un viaje de descubrimientos y sorpresas en este periplo en el que conoceremos la historia de negreros, esclavistas y piratas del mar y los negocios, en un deambular tremendamente entretenido y didáctico que se asoma a los orígenes truculentos de las grandes fortunas de este país, con familias gallegas y catalanas protagonistas y unidas por la codicia, en una novela llena también de guiños a los escritores clásicos del mar y los piratas como Stevenson, Verne, Salgari y el propio Joseph Conrad, al que el autor homenajea, como si estuviésemos en El corazón de las tinieblas con una descripción de cómo estas familias españolas daban caza a africanos para llevarlos a Cuba a trabajar de esclavos en las plantaciones de azúcar.
Estas fortunas nacen con la inversión en astilleros catalanes y gallegos y luego la primera línea férrea en España en 1848, un negocio muy lucrativo que supieron mantener después en connivencia con el franquismo y los nacionalismos según sus propios intereses y que han evolucionado actualmente hacia otro tipo de colonialismo con sus corporaciones agroquímicas y de transgénicos, auténticos emporios maquillados en los países del tercer mundo.
Es Los treinta apellidos un libro que te enseña y te entretiene y que te sigue hablando una vez leído.
Ofrecemos un extracto del libro:
“En España, el golpe de Estado lo pagó el banquero Juan March, que les puso mil millones de pesetas a los sublevados encima de la mesa; en Alemania, el nazismo, el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial se pusieron en marcha, en Berlín, en 1933, en el Reichstag, en una reunión entre Hitler y los dueños de Opel, Bayer, Telefunken, Agfa, Siemens y Krupp: ellos le financiaron su ascenso al poder. Y tu amigo Joan Maristany era de esa cuerda y le habrá transmitido su forma de ver las cosas a sus descendientes. Son personas cuya idea de la evolución se basa en condenar a otros pueblos al subdesarrollo; que comen en platos de porcelana de Meissen lo que le quitan de la boca a los pobres; se llevan las materias primas, destruyen el arte indígena y la naturaleza, y lo poco que sobrevive lo exponen en museos y jardines zoológicos… Que en nuestro siglo aún exista la abominación de los safaris lo explica todo, que también en ese mercado del ocio las personas son parte del espectáculo, seres pintorescos o simples animales insólitos, como los leopardos, las cebras, los antílopes o los leones”. 

"El libro del mar", de Morten A. Strøksnes

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El libro del mar

El libro del mar

Stroksnes, Morten

ISBN

978-84-9838-873-2

Editorial

Salamandra

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Hubo unos años, y todavía no hace demasiados, en los que buscábamos un poco de magia, no sólo wi-fi, y para eso los libros ayudaban mucho. Se ha dicho repetidamente que las buenas historias son como un atajo para acceder a una vida más plena (en la cual la imaginación tiene mucho que decir), pero los buenos lectores no queremos atajos sino caminos, no un milagro sino un proceso, no algo repentino sino algo creciente y constante que dure lo que dure nuestra vida, sin parar. Y sin embargo no deja de ser cierto que, especialmente en la infancia o en la adolescencia, hay determinados libros que suponen una inmersión directa en esa otra vida paralela que anhelamos compaginar con la real, libros que de alguna manera preservan y prolongan la pasión que nos arrebató en aquellos años de los descubrimientos.
Hace poco tiempo Neil Shubin nos regaló en Tu pez interior una teoría aventurada pero sugerente en la que, reflexionando sobre el hecho demostrado de que la vida terrestre comenzó en el océano, explicaba por qué nos fascina tanto el mar, por qué nos provoca esa evocación o aun esa melancolía, por qué lo llenamos (y nos llena) de símbolos y significados: resulta que cuando miramos el agua estamos, simplemente, añorándola sin saberlo, pues estamos contemplando nuestro hogar más remoto, en contacto inconsciente con nuestro origen, y entonces el ADN se pone nervioso y se altera y, en el mejor de los casos, necesitamos meternos un rato entre las olas o, en el peor, escribir un poema…
Pues bien, “Tres mil millones y medio de años pasaron entre el día en que apareció la primera forma de vida primitiva en el mar y el sábado de julio por la noche en que me llamó Hugo Aasjord: -¿Has visto el pronóstico meteorológico para la semana que viene?”. Así arranca El libro del mar, del noruego Morten A. Strøksnes, un libro que explícitamente juega pronto con el punto de partida de Herman Melville (“Cada vez que salgo de Oslo y viajo al norte me invaden las mismas ganas de escapar… escapar del interior y de sus hormigueros, de sus abetos, ríos, lagos y pantanos borboteantes. Adiós, hasta luego, me voy al mar, que es libre e infinito, rítmico y ondulante, como dicen las viejas canciones marineras…”) y que, aunque algo más narrativo, recuerda en su espíritu y en su estructura a Leviatán o la ballena, el fascinante y exitoso libro (prolongado poco después en El mar interior) de Philip Hoare. Un comienzo así es literalmente irresistible, y pronto queda claro que la autoficción (o, en este caso, mejor la crónica personal de los sucesivos intentos de pescar un tiburón boreal), se baraja con la historia de la ciencia, con la poesía, con apuntes paisajísticos y datos político-sociales o históricos que, para quienes anhelamos además cualquier cosa llegada de los países nórdicos, forman uno de esos libros que nos apasionarían incluso aunque no estuviesen muy bien, pues todo en ellos nos importa, pero es que este de Strøksnes está además muy bien, lleno de talento, gracia e interés, sin presunción personal ni narcisismo (algo que lastraba un tanto los de Hoare), escrito no con ganas no de lucirse sino de encandilar.
Si Samuel Johnson afirmó aquello tan célebre de que quien está cansado de Londres es que está casado de la vida, nosotros podríamos pensar que a quienes no les apetezca leer libros como éste es que está ya cansado de la literatura, pues renuncia a volver a los orígenes, a enfangarse en Homero y en Verne y salir a la caza de Moby DickEl libro del mar es pura alegría lectora elemental. Qué lástima no saber escribir libros como éste. Qué buena suerte poder leerlos.

"La mujer singular y la ciudad", de Vivian Gornick

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La mujer singular y la ciudad

La mujer singular y la ciudad

Gornick, Vivian

ISBN

978-84-16677-62-7

Editorial

Editorial Sexto Piso

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“De lo que no puedo prescindir es de las voces”…
Vivian Gornick lleva años caminando sin cesar por la calles de Nueva York, la ciudad que es su mundo, escuchando las voces de sus habitantes y, mezclada en ellas, la suya propia.
Este libro, traducido por Raquel Vicedo, es un trayecto caminado a su lado en el que nos convertimos en acompañantes privilegiados alumbrados por la experiencia de una mujer, y por su honestidad consigo misma.
Escuchamos la voz de Gornick entre el ruido ensordecedor de Nueva York. Retazos de imágenes y ecos de otras voces que se quedan impregnadas en ti como un destello, en el que sólo te basta un segundo para entender lo visto, lo escuchado.
Toda una orquesta de voces que dan como resultado una sinfonía que habla de la vida.
Pero para la mujer singular varias arterias vitales cruzan la ciudad:
La soledad… elegida, la soledad en la que reflexiona sobre el amor y su búsqueda, sobre el encuentro con lo no esperado, soledad a la que acompaña esa multitud desconocida a la que arranca historias de sus voces cuando pasea entre ellas, soledad que arropa en las noches con la luz desconocida de sus ventanas.
La amistad… de Leonard, la íntima amistad verdadera. ¿Con cuántos de nuestros amigos podemos ser realmente quienes somos?
La escritora nos habla sobre los distintos tipos de relación amistosa que establecemos en nuestras vidas y el abanico que describe es bastante revelador, pero es emocionante el amor con el que nos cuenta la relación más importante para ella, su amistad con Leonard y cuya maravilla, aparte de otra multitud de cosas que los unen, se basa fundamentalmente en ser en su presencia quien ella realmente es.
Y la fantasía… refugio frente al miedo.
Durante años Gornick caminó y caminó hacia un futuro inexistente soñando despierta para soportar un presente pasivo, para huir de la tristeza, para huir del verdadero compromiso con la vida y seguir amando así más sus miedos que la vida misma.
¿Cuándo deja una de pasear, de soñar? ¿Cuándo deja una de caminar hacia esos futuros inexistentes, hacia esas vidas que no existen mientras vivimos las que elegimos no vivir?
Dejar atrás las fantasías da paso a un “presente desocupado”, y a un vacío en el que enfrentarse a quien realmente uno es hasta que un día se empieza a gozar de ocupar el presente, que no es otra cosa que ocupar nuestro ser, dejar de vivir alienados de nosotros mismos viviendo en la fantasía para pisar la realidad de lo que somos. Ahí seguramente resida la paz.
Gornick, mujer singular, recrea y construye en este libro un mosaico humano en el que es difícil no encontrarse. Caminemos…
Sagrario Santamaría, Librería Taiga (Toledo)

"Para una teoría de las distancias", de Lorenzo Oliván

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Para una teoría de las distancias

Para una teoría de las distancias

Oliván, Lorenzo

ISBN

978-84-9066-556-5

Editorial

Tusquets Editores

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Aquello que nos decían de pequeños de que “la verdad siempre se acaba descubriendo” es casi siempre exacto en el territorio de la poesía, y poco a poco, discretamente, libro tras libro…, tiene ya algo de clamor el hecho de que Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1968) es uno de los más inspirados y profundos poetas españoles de hoy. Y cuenta con la ventaja, además, de que es, digamos, un “poeta ecuménico”, esto es, que gusta y convence a todas las tendencias estéticas, a todas las escuelas, algo que en el fondo es propio de su generación, esos poetas nacidos en los 60 que resolvieron de la forma más sagaz la absurda oposición anterior entre inteligibilidad y hermetismo, entre cotidianeidad y trascendencia… Álvaro García, Luis Muñoz, Ada Salas, Isabel Bono, Carlos Marzal, Antonio Moreno, Javier Rodríguez Marcos o Vicente Gallego forman parte también de esa quinta, que supieron escoger lo mejor de los dos caminos y fundirlos en una poesía renovada y en general muy superior a lo que heredaron. Y, en el caso de Oliván, la consagración “oficial” llegó con el Premio de la Crítica concedido en 2015 a su anterior poemario, el magistral Nocturno casi.
“No sé qué parte de la luz se filtra, / pero la que se filtra / quiere que yo la piense”, afirmaba en uno de los poemas de ese libro, y parece que esos versos magníficos dialogan con algunos de los nuevos, recién abierto: “Hasta la luz, / para poder pensarla, / sentirla como luz, / se aleja a cada instante de sí misma”, o, dándole aún una vuelta, varios poemas después: “Cuando miro la luz, / intuyo en ella una actitud pensante / que, recogida en su silencio, / crea”. Lo que Oliván ha hecho con la luz (que es otra frecuente y explicable obsesión de los poetas) es prodigioso, y muestra como pocas otras cosas el trabajo del poeta cántabro, que con el tiempo ha ido pasando de lo más sensitivo a lo más intelectual, de la emoción a la lucidez, pero sin perder ni un momento de vista lo esencial (como demuestra su maravillosa “Albada”). El poema “Eje” es útil para entender su poética, y también “Algo así” (“Lo esencial / de otra forma. // Algo así / la escritura”), pero todo poema es, al cabo, una poética, y no hay mejor forma de entender el mundo de un poeta que tratar de comprender y compartir su perspectiva. Tomás Segovia afirmaba en una entrada de sus diarios que “la poesía es convertirse en mirada”, y es algo que podría suscribir Oliván, tan indagador siempre, tan minucioso a la hora de meditar de forma sublime sobre cosas muy próximas, no tanto, en su caso, a partir de anécdotas de las que sacar símbolos o enseñanzas como a través de objetos, fenómenos, paisajes. Oliván es también uno de los mejores aforistas españoles (domina un género mucho más difícil de lo que parecería, si juzgamos por la pequeña moda editorial que protagoniza), y en el último texto del libro donde el año pasado recopiló todos sus aforismos, Dejar la piel, daba otra buena pista: “Ésta es mi actitud ante la creación poética: todo dialoga conmigo, sin saber bien de qué hablamos”.
En poesía lo distinguido es no ser llamativo, lo elegante es no complicar la sintaxis o el léxico, y saber hablar de cosas complejas con lenguaje corriente, con cercanía, con una naturalidad que casi hace fácil lo misterioso, no hacer enrevesado lo que ya es, por naturaleza, incomprensible. Es muy probable que, en ese sentido, ningún poeta español actual haya hecho mejor las cosas que Lorenzo Oliván. Para una teoría de las distancias viene a confirmarlo definitivamente.

"El vestido azul", de Michèle Desbordes

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El vestido azul

El vestido azul

Desbordes, Michèle

ISBN

978-84-16291-65-6

Editorial

Periférica

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Camille Claudel tuvo dos vidas. Una, impetuosa, “de rabia y de fervor”, durante la que formó parte del ambiente artístico parisino de finales del siglo XIX, en la que amó y odió a su maestro Rodin, y con la que esculpió su nombre en la historia del arte, gracias a la creación de esculturas como Sakountala, La edad madura o El gran vals, aunque el reconocimiento llegase demasiado tarde.
La otra vida transcurrió inmóvil, silenciada, sola y abandonada, y se prolongó durante los treinta años (¡treinta!) que permaneció recluida, en contra de su voluntad, en los manicomios de Ville-Évrad y de Montdevergues. Sobre todo, Montdevergues.
Es en ese escenario, y en esos “treinta interminables años”, en los que la escritora francesa Michèle Desbordes fija la mirada para la escritura de la novela El vestido azul, recién editada por Periférica. Una mirada enraizada en ese tiempo de silencio y de espera. Sobre todo, de espera. Desbordes recurre a un lenguaje lírico, a un ritmo lento con frases largas y repetición de expresiones, además de a imágenes muy potentes (la silla del pabellón, la ropa de color indefinido, las manos en el regazo o las anotaciones precisas en los cuadernos) para hacernos sentir la “larga, agobiante sucesión de días, siempre iguales”, en los que Camille espera la visita de su hermano Paul. Pasan días, estaciones, años, y ella no hace otra cosa más que esperar.
Y es desde ahí, en el letargo de Montdevergues, donde Michèle Desbordes evoca “el tiempo de antes y el tiempo de después”, donde explora de una manera delicada y profunda los recuerdos y sentimientos de Camille Claudel. El vestido azul es y no es la biografía novelada de una mujer bella y feroz que tuvo el don de “extraer de la arcilla, de la piedra, lo profundo y lo trágico de un sueño”. Los detalles de la vida de Camille están todos aquí para quien quiera jugar a reunirlos al final de la lectura. Están la infancia en Villeneuve, la relación conflictiva con la madre y la cercanía con Paul, el traslado a París, la relación tormentosa con Rodin y los momentos febriles de creación, los talleres con sus localizaciones exactas, como el del quai Bourbon, donde su salud física y mental se acabaría quebrando. Pero las referencias van surgiendo como pinceladas dispersas, como base en la que cincelar una exploración psicológica del alma de Camille.
Desbordes imagina y desenmaraña los distintos estados de ánimo de la escultora desde el lirismo de la suposición (“me la imagino sentada”, “es así como la veo”, “no se sabe cómo empieza”, “podría creerse que quizás”…), y usa el mismo recurso para evocar con su estilo sutil el contenido de las cartas intercambiadas con su madre, con Paul, con todo aquel que quisiera atender su súplica de liberación. Uno de los aspectos más interesantes de la novela es que no se centra tanto en la relación de Claudel y Rodin, sino que la figura masculina que surge con fuerza es la de Paul, el hermano al que espera ver aparecer en Montdevergues, el cómplice juvenil con el que cogían arcilla a manos llenas para que ella modelase su rostro, el poeta que no entendió que ella se perdiese, el cónsul que desde sus destinos extranjeros accedió en 1913 a internarla en un manicomio del que ya no saldría jamás porque “todo cuanto podía acabar había acabado”. Y, sin embargo, ella lo espera y recuerda “todo lo que soñaron, todo lo que debía ser la vida para ellos”.
Librería Palas, Sevilla

"La danza de los demonios", de Esther Singer Kreitman

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La danza de los demonios

La danza de los demonios

Singer Kreitman, Esther

ISBN

978-84-16461-20-2

Editorial

Xordica

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Entre los teóricos de la literatura es un hecho asumido que la novela es el medio más eficaz para contar la Historia, y no por lo que pueda tener de atajo sino por su fuerza simbólica. Pero nos referimos, por supuesto, exclusivamente a las buenas novelas, a las documentadas, a las comprometidas con la realidad, a las honradas, a las conscientes de lo que hacen, y, aunque los historiadores recelan incluso de éstas, lo cierto es que, por ejemplo, Primo Levi o Jorge Semprún ya demostraron en lo que respecta a la literatura concentracionaria que, para intentar entender de verdad lo que sucedió en Auschwitz, hay que recurrir, curiosamente, a la ficción, por lo mismo por lo que sólo en Tolstói leeremos qué sucedía en las trincheras rusas durante la invasión napoleónica, o nadie nos ha metido mejor en la batalla de Waterloo que Stendhal. Es simplemente que poniendo personajes ficticios y situaciones inventadas en contextos trágicamente reales se logran alegorías que explican lo que sucedió de un modo más vívido y nítido que cualquier estudio exhaustivo, estadístico, técnico…
Incluso cuando uno se propone contar su vida, si ésta se ha visto especialmente condicionada por sucesos históricos comunes, conviene que lo haga recurriendo a artificios que, lejos de ser un comodín, o una trampa que pueda justificar peripecias extraordinarias o exageraciones, en el fondo delatan que uno es consciente de que la realidad tal cual no se puede contar, que “las cosas como fueron” siempre quedarán incompletas por inasibles (si es que no distorsionadas por muchos motivos), mientras que en el territorio de la literatura uno es soberano. Es, volviendo al territorio de los campos de concentración, lo que se propuso y logró David Vogel en su testimonial Todos marcharon a la guerra (reseñada en su día en Los Libreros Recomiendan).
Los mismos traductores de Vogel, Rhoda Henelde y Jacob Abecasis, han traducido ahora del yiddish, y de nuevo para la editorial Xordica, otro magnifico ejemplo de literatura testimonial, de autobiografía indirecta, de libro de memorias disfrazado de novela de formación. Ser mujer y ser judía y vivir en el siglo XX fue con demasiada frecuencia una combinación peligrosísima, y aunque la originalmente polaca (pero londinense por adopción y matrimonio) Esther Singer Kreitman no sufrió los peores destinos de su pueblo, sí vivió otras tragedias privadas que cuenta en La danza de los demonios de un modo poderoso e inolvidable. Esther Singer Kreitman era la escritora favorita de su hermano pequeño, el Premio Nobel Isaac Bashevis Singer, según éste declaró en alguna ocasión, y la verdad es que leyendo su propia crónica entendemos por qué, ya que en ella hay esa mezcla de celebración y amargura, de alegría y cabreo, de pasión por la vida y odio hacia todo lo que la obstaculiza sin motivo que ha caracterizado buena parte de ese tipo de relatos personales y, si nos metemos en estudios de género, también la literatura escrita por mujeres.
Singer Kreitman acierta a contar la infancia con ojos de niña (“De pronto llegaban carros desde las aldeas, cargados con todo lo que podía haber en el mundo”…) y la madurez con ojos de adulta, yendo de la sorpresa a la experiencia, de la levedad al dolor, de la frustración por las limitaciones sociales por ser niña a la rabia por las afrentas universales por ser mujer, y ese contar las cosas según la perspectiva de cada tiempo, que podría parecer una obviedad, es algo no tan frecuente y, si se sabe hacer bien, un acierto muy valioso.
Pero como afirma el escritor ecuatoriano Leonardo Valencia en su recién aparecido Moneda al aire, “una novela siempre va más allá de lo que meramente cuenta o promete contar”, y La danza de los demonios, como gran novela que es, también llega más lejos de lo que su propia autora se propuso, y se convierte, emparentada con otras grandes narraciones ajenas, en una pieza que nos faltaba para ampliar el dramático puzle de la Europa de aquel tiempo. El mundo es un lugar descabellado, y tal vez cada día más, pero muchos libros nos recuerdan que aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” es muy inexacto. La literatura judía nos habla casi siempre de esto, pero hay obras que, por encima del dolor y del grado insoportable de sufrimiento, logran transmitir una extraña y profunda alegría. Esther Singer Kreitman está en esa lista de un modo sobresaliente, y que su obra, tan mal conocida en España, comience a circular entre nosotros es algo por lo que nos tenemos que felicitar.

"La penúltima bondad", de Josep Maria Esquirol

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La penúltima bondad

La penúltima bondad

Esquirol Calaf, Josep Maria

ISBN

978-84-16748-84-6

Editorial

Acantilado

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El amor y el pensamiento hacen vibrar el mundo, pues quien piensa y ama vive y genera vida. Esta idea alberga lo mejor y más hermoso de la vida humana, y también lo más genuino de ella: la bondad. Una bondad que, al decir de Josep Maria Esquirol, el autor de este ensayo bellísimo, siempre es penúltima, porque el ser humano es un ser de bondad y en su vida siempre habrá espacio para una bondad siguiente.
La penúltima bondad viene a ser continuación de La resistencia íntima (Acantilado, 2015), una llamada a no doblegarse ante las corrientes arrasadoras del presente, y que no deja de ser «amparo y esperanza en la generación» (p. 8). Resistir y generar, generar resistiendo, claves para vivir más plenamente.
Josep Maria Esquirol considera que los seres humanos nos hallamos en las «afueras» de un paraíso imposible: ésa es nuestra realidad y desde ahí hemos de vivir, entre la penumbra, la claridad y los intentos de decir, pero envueltos también en un halo de misterio, al que, para vivir más de verdad, conviene estar atentos. El autor invita ante todo a la sencillez y a la profundidad, dos valores que destila este libro, y por eso resulta tan creíble, tan auténtico, tan verdadero. Mas la sencillez y la profundidad se gestan en lo pequeño, en lo cercano, en donde se da lo que Esquirol denomina «repliegue del sentir», que es en lo que consiste, en el fondo, la vida humana, que es vida personal. Y por ser personal es abierta, es decir, una vida expuesta a tres experiencias fundamentales: la del yo, la del tú y la del mundo, y que se deja afectar por ellas. Paralelamente a estas experiencias esenciales, los seres humanos conscientes de dicho repliegue del sentir viven tres movimientos también esenciales: sienten el placer de sentir, aunque también la propia vulnerabilidad y la vulnerabilidad de los demás, y la inteligibilidad del mundo; y con ellos, el deseo, que late como motor de este generar en que consiste la vida, cuando sabe que es vida. Pues somos deseo; Deseo con mayúsculas.
No hay, pues, paraíso, al menos en las Afueras. Esa plenitud imaginada a lo largo de los siglos «inmediación sin mediación, es inhumana» (p. 84) –dice el autor–. Aunque aspiramos a la plenitud, vivimos una existencia difícil. Y aquí Esquirol denuncia la «patologización de la vida», y recurre a lo hondamente humano: a la generosidad, al amparo, a la acogida, que llevan a pensar la felicidad «de otro modo». «Todo se perderá, pero casi seguro que el grosor invisible de un acto de generosidad supera al del manto de la tierra» (p. 96). Y también contempla los árboles del paraíso (el de la vida y el del conocimiento), situados «en las afueras del Edén». Desde ahí invita a «no perder el vínculo», clave de la verdadera obediencia, que viene a hacernos más humildes. La humildad, aliada segura de la bondad, la exalta en un encuentro imaginado entre Zaratustra y Francisco de Asís, sencillamente delicioso.
Toda la obra es invitación a la vida espiritual, que no es sino «cuidado por la pobreza del alma» (p. 144). De manera que quien se deja «tocar» por la misma vida y por los demás en ella, es instado a vivir en profundidad y a concebir la vida, desde, ahí como misterio.
La penúltima bondad es un libro precioso en el que laten acompasados acogimiento y esperanza, atención, agradecimiento, generosidad, renuncia… Y lo más humano de los grandes pensadores está presente en sus páginas, en las que se escucha, como en un susurro, que «el mundo humano se sostiene por la bondad» (p. 153).
Carmen Herrando, Librería Ars (Logroño)
Encuéntralo también en su versión original en catalán.