Tània Balló, a quien conocimos hace un par de años a través del proyecto multimedia LAS SINSOMBRERO, regresa con otra joya del ensayo testimonial. En esta ocasión Balló y Gonzalo Berger editan unos diarios que dan testimonio de la Guerra Civil española. Pilar Duaygües, que cuando estalla la guerra es una niña de poco más de catorce años, tiene un diario y en él registra su día a día, convirtiéndose en la cronista más joven en dar testimonio de nuestra guerra. El conflicto se entremezcla en la rutina propia de una adolescente de su edad, que va a la escuela, al cine o vive su primer amor, llegando a llenar once cuadernos cuando acaba la contienda. Tània y Gonzalo los han editado en este volumen de trescientas cincuenta páginas, que aporta una mirada fresca y cotidiana de uno de los hechos más ignominiosos de nuestra historia. Librería LaRossa (Valencia)
Información editorial: Un documento inédito del siglo XX, único y conmovedor, que arroja nueva luz sobre la vida de las jóvenes en los años 30 y lo que supuso la guerra en todos y cada uno de los hogares de este país.
Pilar Duaygües Nebot tiene apenas catorce años, vive con sus hermanas y sus padres en Barcelona: su vida se reparte entre los estudios y los juegos, las obligaciones hogareñas, los sueños casi infantiles sobre el amor, el despertar de una vocación y la ilusión de las vacaciones en un pueblo de Valencia. Pero todo se resquebraja el 18 de julio de 1936 cuando se subleva el ejército y se desata la Guerra Civil. Inquieta, sensible, día a día Pilar registra todo lo que sucede a su alrededor. Con una encantadora candidez pone voz a los conflictos propios de una adolescente: el sabor agridulce de las primeras amistades, la tortuosa búsqueda de la identidad, el descubrimiento del amor, la preocupación por el futuro, los placeres sencillos como la lectura, los bailes o el cine. Y todo ello bajo los bombardeos y las levas, el racionamiento y el hambre, que se agravan a medida que se alarga el conflicto, la ciudad en ruinas, la añoranza por personas que no se sabe si han sobrevivido, como una hermana miliciana, o amigos y familiares caídos en combate.
Hay algo automáticamente emocionante en el hecho de que un señor que el año que viene cumplirá noventa años siga preocupadísimo por el futuro, y no deje de reflexionar sobre cómo amortiguar los efectos indeseables que van a tener próximamente las cosas que hemos hecho. En esta ocasión el veteranísimo lingüista, historiador y analista político Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) explica, con su conocido e infatigable afán pedagógico, cómo determinadas prácticas empresariales e iniciativas políticas dirigidas por los poderosos han degradado la sociedad norteamericana hasta un punto de no retorno, destruyendo un tejido social que alguna vez fue justo, solidario y progresista, o al menos quiso serlo desde la misma fundación de los Estados Unidos (aunque en esos mismos orígenes asomaron ya determinados vicios, pues en buena medida -explica el autor- la mismísima independencia con respecto a Inglaterra tuvo que ver con el hecho de que en Europa comenzaba a ser inaceptable la esclavitud, algo a lo que en las colonias no pretendían renunciar…). Para ello va explicando sus hipótesis en ” Los diez principios de la concentración de la riqueza y el poder” (tal es el subtítulo del libro), y lo bueno es que cada uno de esos bloques (entre los que están “Reducir la democracia”, “Desplazar la carga fiscal” o “Manipular las elecciones”) viene acompañado con un apéndice en el que se citan por extenso fuentes documentales, desde textos fundacionales o clásicos de la filosofía hasta artículos de prensa recientes. Lo cierto es que, se esté más o menos de acuerdo con él, haría falta ser muy fanático para acusar a Chomsky de ser un fanático, como tantas veces se ha hecho, pues su espíritu didáctico y su mesura son ejemplares, y no pierde la moderación argumentativa ni en los casos en los que explica y condena los casos más sangrantes. Hay irritación, por supuesto, pero generalmente está contenida; alguna vez asoma a través del habitualmente eficaz atajo de la ironía, y llega a llamar “timador” a Donald Trump (p. 127), pero lo normal es una elegante sensatez que resulta intachable incluso para aquellos que no opinen como él. Hablando, por ejemplo, de un tema tan decisivo como el acceso a la educación básica de calidad, Chomsky opina que, “Curiosamente, aunque en la década de 1950 la sociedad era mucho más pobre que la actual, podía permitirse fácilmente una educación pública gratuita. Hoy en día, una sociedad mucho más rica afirma no tener recursos para la educación pública. Y eso pasa a la vista de todos. Se trata de un ataque generalizado a principios que no sólo son humanos, sino que además constituyen la base de la prosperidad y la salud de nuestra sociedad” (p. 69). Traducido por Magdalena Palmer, y con uno de esos sencillos y primorosos diseños tipográficos de la colección de ensayo de Sexto Piso, Réquiem por el sueño americano es un libro un tanto pesimista desde su mismo título, y también desde su breve introducción, en la que Chomsky ofrece algún apunte autobiográfico, hablando de cómo su familia llegó a la América de las oportunidades y las obtuvo, algo imposible hoy para los nuevos inmigrantes. En alguien que nos tenía acostumbrados a un estilo alarmado pero optimista, esperanzado, es francamente preocupante leer un tono tan crepuscular y derrotista: “En el siglo XIX [el sueño americano] consistió, en gran medida, en [pensar]: ‘Somos pobres de solemnidad, pero trabajaremos mucho y saldremos adelante’, lo que, hasta cierto punto, era verdad. […] La movilidad social es una parte esencial del sueño americano: naces pobre, trabajas mucho y te haces rico. La idea de que es posible encontrar un trabajo decente, comprarse una casa y un coche, y enviar a los hijos a la universidad… Todo se ha hundido”.
Quienes hayan acompañado a Juan Cárdenas (Popayán -Colombia-, 1978) en su trayectoria narrativa desde los cuentos de Carreras delictivas (y cómo olvidar a aquel mono portugués drogadicto del primer relato…) saben que en absoluto es una hipérbole que en la solapa de su nuevo libro se hable de él como “uno de los jóvenes autores latinoamericanos con más proyección del momento”. Su primera novela, Zumbido (publicada, como Carreras delictivas, en la editorial 451, pero recién recuperada por Periférica) fue una explosión de locura y frescura, una narración frenética y lúcida que en buena medida avanzaba ya algunos temas y tonos de los libros posteriores: la religión más degradante, la confusión sin retorno de nuestro tiempo, la gestión de los espacios imprecisamente amenazados, la soledad pavorosa vivida con humor, América… En la última línea de aquella novela el protagonista echaba a correr, y esa carrera desembocó en Los estratos, una primera y precoz obra maestra, una narración inspirada y deslumbrante hasta un punto casi abrumador para el lector, con diálogos perfectos (probablemente Cárdenas sea uno de los escritores jóvenes con mejor oído para los diálogos callejeros, familiares, espontáneos…, y con mayor habilidad para reproducir y manejar conversaciones, virtud rarísima en la narrativa contemporánea), situaciones hipnóticas y segmentos narrativos estructuralmente condicionados por el efecto de las drogas sobre los personajes (algo de lo que la literatura actual ha abusado, lo cual es muy desaconsejable si no se tiene el talento suficiente). Y después llegó Ornamento, otra novela estimulante y a ratos arriesgada hasta casi el exceso que de nuevo jugaba con la identidad, a través de momentos con su punto lynchiano y recurriendo en todo momento a esa prosa brillante, desmesurada, insolente y provocadora de Cárdenas. Pero es ahora cuando nuestro escritor se ha destapado con una novela definitivamente sublime, breve pero grandiosa, una novela simplemente importante, lograda cuando su autor no tiene todavía cuarenta años. Con una prosa ya no embrujada sino, directamente, una prosa bruja, voluptuosa pero a la vez contenida, vegetal y húmeda pero elegante, gamberra y magistral, voluptuosa y fértil, “real y maravillosa”, rebosante de una poesía antipoética estupenda…, Cárdenas ha construido una historia misteriosa y sugerente que está además atravesada por el humor, aunque esto último sería difícil de demostrar, puestos a ello. Es algo que simplemente se percibe, se sabe, se adivina, y no sólo porque el mundo de Cárdenas ha estado siempre cerca de la parodia, la caricatura y el carnaval, sino porque su estilo está teñido con una alegría literaria que se contagia, aunque se traten temas graves, duros o por momentos leamos páginas cercanas al género del terror, como si esa “ciudad enana” de la novela fuese una población colombiana hermanada con Twin Peaks. “¿De qué trata la novela?” es una pregunta que tiene poco sentido al tratar la literatura de este autor, pues a los temas de fondo, a menudo resbaladizos, escurridizos, solapados hasta la opacidad…, se llega por el camino de unas tramas que son a menudo deliberadamente demenciales, caprichosas en cuanto al punto sobre el que se pone el énfasis, y por supuesto fragmentarias. Cárdenas confía en la inteligencia de sus lectores, y eso es algo que se agradece, sobre todo porque la novela es realmente inteligente, y no una de esas novelas supuestamente enigmáticas y geniales y calculadas pero obviamente huecas de las que presumen no pocos compañeros de generación. Si Cárdenas quiere hablar de la macroeconomía criminal sobre América Latina, o del modo en el que las sectas cristianas han monopolizado la energía de un desesperante (y desesperado) porcentaje de la población… lo hará sirviéndose de argumentos muy laterales y de un personaje principal, “el biólogo”, que por no tener no tiene ni nombre, un ser vacío y resignado que incluso en su propio pasado familiar tiene preguntas pendientes determinantes, asesinatos no resueltos, hogares invadidos por gente indeseada. Y entre todas las virtudes de la novela, conviene detenerse especialmente en el tratamiento de los espacios, la mirada sobre el paisaje, el regreso a la semilla personal y a la naturaleza común y a una patria que, aunque secuestrada, también está formada por cielos y nubes y paseos nocturnos por calles vacías junto a un “díler” enajenado, otra víctima. Y con todos esos mimbres, El diablo de las provincias es una metáfora perfecta, un artefacto literario impecable, divertido y terrible emparentado con nuestros sueños y nuestras pesadillas, con nuestros anhelos y nuestra frustración, con nuestro miedo primigenio y nuestra cautelosa e intimidada felicidad.
La infancia es uno de los territorios literarios más visitados. La vida, desde de los ojos de quien la mira por primera vez, es más luminosa, más brillante, menos complicada. Y son esos ojos, los de una niña que observa atenta lo que sucede a su alrededor, los encargados de contar en Un lugar pagano la vida de una familia en un pequeño pueblo de la Irlanda de los años cuarenta. Nada más que eso. Y nada menos que eso. La familia que protagoniza esta historia es muy tradicional, ultrarreligiosa, estricta en la observación de los valores más profundos de la iglesia católica. El padre, un hombre autoritario, manirroto, alcohólico y juez de paz de su pueblo. La madre, una mujer austera, muy severa, resignada a aguantar las palizas de su marido y hacerle la cena a continuación. Unos padres que juzgan rigurosamente, que no perdonan las faltas de los demás mientras son sumamente permisivos con las suyas. La novela arranca con una primera parte plácida y muy descriptiva donde la protagonista nos enseña su casa y nos presenta a su familia, como haría con un invitado que acaba de llegar. Sin acontecimientos importantes que hagan avanzar la trama, podría parecer un texto ligero sobre la niñez. Pero tras esta aparente ligereza, O’Brien plantea el germen de todos los conflictos que vendrán. Porque Un lugar pagano es una novela familiar y no existen familias sin conflictos: quien lo trae es Emma, la hermana mayor, que trae la deshonra a la familia con un embarazo de padre desconocido que cambiará la vida de todos. Y mientras esto pasa, pasa también la vida para la protagonista, que ve cómo muere una amiga enferma, sufre los abusos de un sacerdote o siente el primer amor desde su mirada de niña que descubre el mundo. En esta novela llena de detalles autobiográficos, O’Brien utiliza la segunda persona para escribirse una carta a sí misma, para mantener una larga conversación con la niña que fue. Ese valiente recurso narrativo consigue que esta niña, que en la novela no tiene nombre, escuche narrar su vida con aparente lejanía, hasta con cierto desapego, casi como si estuviera escuchando hablar de otra niña pequeña en otro pueblo pequeño. Pero no: la niña es ella y la atmósfera asfixiante de esa sociedad hipócrita y cerrada la hacen querer escapar, a la vez que escapa también de su niñez para entrar en la adolescencia. Un lugar pagano recoge la esencia de la excelente trilogía formada por Las chicas de campo, La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas(todas ellas publicadas por Errata Naturae) y la lleva un paso más allá. Edna O’Brien nos ofrece una literatura exquisita llena de detalles hermosos. Una literatura llena de vida.
Sin ánimo de autoayuda. Es lo que casi se me escapa decirle a alguien que hojeaba este libro en la librería. Qué connotación tan extraña tiene un título como éste al ser traducido al español. Algo que la literatura, la cultura francesa, asume sin pestañear. Soleil noir. Dépression et mélancolie es casi un haiku; y tan certero e impactante como el texto al que arropa. Sí, Julia Kristeva es demasiadas cosas; menos mal. Qué difícil es ahondar -sin caer- en la poética de la melancolía. Qué difícil es invocar a la mismísima Belleza, y nombrar a lo Sublime como diagnóstico de una sociedad en duelo que se escandaliza -quizá por considerarlas ridículas en el mundo de lo urgente- con estas palabras tan mayúsculas. ¿Cómo haces, Julia? ¿Cómo te atreves a ese otro duelo constante con el lenguaje, con la palabra que, si nos descuidamos, sentencia? Pues como Hélène Cixous, como Roland Barthes, me digo. Son la carne de las palabras. Y encima, sin quedarse todavía tranquila: Nerval, Dostoyevski y Duras. En un breve intento de dedicarle un discurso amoroso a este Sol negro, hay que decirle a la editorial Wunderkammer que lo hacen muy bien; me compraré otro ejemplar: uno para matarlo y destriparlo, y otro para que viva hermoso en la estantería. No sea tan cruel, señora Kristeva, que somos muchos los heridos y abrumados ante su cegadora lucidez. Heridos porque nos acierta Como dice usted en su “SMS a los lectores españoles” -lectores que más bien lanzábamos un SOS-, cuando su editora le pregunta si tiene algo que añadir, treinta años después de la edición francesa: “Yo se lo agradezco mucho y no me deprimo, pero me interrogo”. Librería Pasajes (Madrid)
Laila espera, qué, no sabemos, intuimos que la muerte. Y mientras espera relata, rescata, recupera todo aquello y a todos aquellos que le han llevado hasta ese momento, ese lugar. Ha utilizado su último gesto de libertad para llegar hasta ahí. Y lo va a reivindicar. Laila espera y relata, su vida y la de otras, su tormento y el de otras. En un mundo patriarcal que las somete, las mujeres comparten miserias pero también soluciones. Hijas de Agar, la última novela de Pilar Salamanca (El Desvelo Ediciones) es un terrible y, sin embargo, reconfortante relato de la vida de muchas mujeres aún hoy día. Con un estilo peculiar que a veces obliga a tomar bocanadas de aire, la autora ha sabido llevarnos allí donde pocas autoras se atreven. Y nos devuelve exhaustas pero con la sensación de haber leído algo que se ha quedado prendido al cuerpo. Librería Mujeres & Compañía, Madrid
La trayectoria literaria de Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976) es coherente e interesante como la de muy pocos escritores españoles de su edad: tras años curtiéndose con brillantez llamativa en el territorio de la crítica (un mundo más difícil de lo que se piensa, y en él que él pronto destacó tanto por su exigencia como lector como, sobre todo, por su autoexigencia como reseñista), publicó un diario, Días sin día (Xordica, 2004), en el que daba cuenta del desasosegante modo con el que se enfrentaba a la escritura, en buena parte por su intenso modo de sumergirse en la vida. Una vez roto su silencio editorial, paulatinamente fue entregando muestras de lo que podía hacer en otras regiones de la prosa, desde la crónica de viajes (Frente al cierzo. Once ciudades aragonesas, Biblioteca Aragonesa de Cultura, 2005) a la columna periodística (Papel usado, Eclipsados, 2007), un segundo diario (En medio de todo, Eclipsados, 2010), e incluso el retrato de un pintor (Pepe Cerdá. Entre dos luces, Eclipsados, 2011), pero también en la poesía (Nomeolvides, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2008). Su primer conjunto de narraciones breves estaba discretamente emboscado entre más versos y apuntes autobiográficos, componiendo el misceláneo y estupendo Una pequeña historia de amor (Isla de Siltolá, 2011), de modo que hubo que esperar hasta 2014 para poder leer la que era su primera novela, o al menos su primera novela publicada, ese El Anticuerpo (Anagrama) con el que sorprendió a aquellos que no habían ido siguiendo su evolución y no estaban familiarizados con su mundo, un mundo poético, verdadero y desgarrado. Ahora ha aparecido Paraíso Alto, y se diría que en él ha volcado Ordovás todos sus demonios interiores pero no para ofrecer una novela torturada sino más bien para reírse con una carcajada un tanto sardónica de él mismo. No es humor negro, en absoluto, sino más bien humor fúnebre, dado que ese topónimo del título apunta a un pueblo de suicidas y fantasmas, un lugar vacío al que la gente acude para buscar la muerte, pero sin tremendismo, sin existencialismo, más bien encogiéndose de hombros y dispuestos todos a agotar su cuota de bromas. Hay más indiferencia resignada que autocompasión en el maravilloso elenco de personajes secundarios que van pasando ante los ojos del protagonista, otro suicida que en el último momento decidió no serlo pero quedarse a vivir allí, acompañando a los visitantes en sus últimas horas de vida, conversando, bebiendo, mirando el horizonte deshabitado. Con una prosa llena de destellos poéticos en medio de un tono no desenfadado pero sí poco solemne, Ordovás dibuja con nitidez una nueva realidad, sólo suya, ya reconocible: un universo propio, casi un idioma, que atrapa y fascina y acompaña y convence. Una prosa dura, como deliberadamente descuidada, es el vehículo que el autor utiliza para hipnotizarnos, y si la novela se lee fácilmente de un tirón no es sólo por su brevedad, sino por su poder adictivo. Nunca la desesperación fue más elegante que aquí, nunca se trataron temas tan graves con tanta aparente indolencia, ni con tanta oculta belleza, y en ese sentido Paraíso Alto puede emparentarse con las descarnadas danzas de la muerte clásicas, un conjunto de seres lanzando al mundo un último corte de mangas, a modo de astracanada, antes de entregarse al silencio de la página final.
Si en 2014 Nickolas Butler nos enganchó con una historia emocionante sobre la amistad verdadera con su Canciones de amor a quemarropa, hoy lo hace con una historia sobre la traición, el valor y (de nuevo) la amistad, con su nueva novela El corazón de los hombres que hoy sale a la venta en nuestro país, editada por Libros del Asteroide. y traducida por Marta Alcaraz. De nuevo situados en el estado de Wisconsin (gélidos inviernos, como en el vecino Minnesota) recorremos tres generaciones de valiosos jóvenes estadounidenses, aunque por eso mismo tal vez, jóvenes irremediablemente apartados del grupo, despreciados por los “normales”.
La novela comienza en el verano del 63 cuando Nelson, el brillante y odiado corneta de los boy scouts de Chippewa se debate entre ser uno más y el deber; entre ser aceptado o ser justo. Un dilema del que, en la infancia y la juventud, se sale inexorablemente mal parado. Para su sorpresa, Jonathan, el chico más popular del campamento, se convertirá en su único soporte para el presente y marca indeleble para el futuro.
Las experiencias traumáticas, pero iniciáticas al fin, en el fondo, tal vez positivas, se reproducen en otras épocas (en todas las épocas nos atrevemos a decir), con otros protagonistas, pero parecidas barreras entre el ser y el deber.
Una novela áspera, aunque divertida; cruel, aunque conmovedora. Otro canto a la amistad, el valor y la honestidad. Otro acierto de Libros del Asteroide.