Aquellas primeras lecturas
¿Qué leían cuando eran pequeños, o más jóvenes, quiénes hoy escriben?
Desde hace unas semanas, distintas autoras y autores han protagonizado los cuestionarios libreros de Las Librerías Recomiendan, en los que todos ellos han respondido a la pregunta “¿Qué libro inoculó en ti el vicio de la lectura?”
Estos son algunos de los recuerdos lectores que han desfilado por las entrevistas.
MARTA SANZ: Muchos. Algunos los leí en mi casa porque mis padres tenían una biblioteca bastante maja; otros en la escuela. En casa, me enganché al terror: de Nerval a Poe. Y, a través de los cantautores, a los poetas: Antonio Machado, Miguel Hernández, Alberti, Celaya… Con mi amiga Juani, devoré los cuentos de los hermanos Grimm y los libros de Agatha Christie. En el cole empecé a sentir una fascinación, formalista y enfermiza, por el comentario de texto: diseccioné a la generación del 98, con especial atención a Valle, y a la del 27, sobre todo, a Lorca y Aleixandre. Y de los libros que recuerdo haber leído con un gusto imprevisible está, sin duda, el Lazarillo.
PACO GÓMEZ: Miguel Strogoff de Julio Verne. En mi casa no había libros y cuando con doce años el profesor de lengua nos dijo que teníamos que leer uno y resumirlo, mi madre bajó a la papelería y compró el primer libro que encontró. Cuando lo leí creía que no iba a leer ningún libro más en mi vida porque Miguel Strogoff era insuperable. Cómo mejorar esa aventura en solitario, llevando un mensaje oculto por una Rusia en guerra y acompañado por una frágil niña. Ese libro, que aún conservo, tenía una ilustración cada veinte páginas. Me llevé una decepción cuando en el primer dibujo representaban a Miguel Strogoff rubio cuando yo me lo había imaginado moreno como yo. Me di cuenta de que el fin último de la literatura es convertirse en imágenes.
MARÍA ALCANTARILLA: Creo que, más que un libro —que también—, es una imagen: la mesita de noche de mi madre, siempre llena de ellos, y en la cúspide: Pessoa. El libro del desasosiego en la edición de Biblioteca Breve, de Seix Barral. He pensado en muchas ocasiones que a la lectura hay dos maneras de acercarse (siendo niño, claro): una emocional y otra lógica. En mi caso parte de la primera, de una deuda emocional que nace del desconcierto, del hecho de querer acceder al imaginario de una persona, mi madre, que en muchas ocasiones sentía lejano.
ISABEL BONO: Más que un libro fue ver a mi padre irse a la cama cada noche con un libro. Dice que, para imitarlo, yo cogía un libro de cocina más grande que yo misma y lo seguía hasta el dormitorio. Después vino un cuento infantil que me emocionó hasta el punto de hacerme llorar (y avergonzarme de haber llorado: ¡el poder de los libros!). Y con diez años o así, recuerdo cómo me absorbió La tía Tula.
ANTONIO LUCAS: Recuerdo la lectura de Las aventuras de Tom Sawyer, de Twain, como el primer libro con el que tuve la sensación de estar haciendo algo por mi cuenta con un libro, cuando quería, el tiempo que quería. Al terminarlo tenía apetito de buscar más historias que leer, y ya se convirtió en costumbre. La poesía, sin embargo, llegó cinco años después. Y el libro que me hizo quedarme fue Residencia en la tierra, de Neruda. No sabía qué era aquello exactamente, pero me entusiasmaba ese chorro de imágenes hecho con palabras en las que todo parecía posible.
ALBA CARBALLAL: Esta respuesta será por fuerza una ficción, porque hay al menos una veintena de libros, casi todos de aventuras y también unos cuantos de fantasía, que forman un batiburrillo de lecturas de niñez; y soy incapaz de ordenarlas, filtrarlas o calibrarlas. Pero puestos a mentir, voy a contestar que Miguel Strogoff, de Julio Verne: pocas veces en mi vida un libro me ha despertado tantas cosas.
GABRIELA YBARRA: De niña era una lectora compulsiva. Mi padre trabajaba en la redacción de cultura de un periódico y traía a casa muchos de los libros infantiles que llegaban a su oficina. Tuve la suerte de crecer con una biblioteca enorme. Recuerdo poder recitar de memoria Osito, de Maurice Sendak, antes de aprender a leer. Igual que las historias de Sapo y Sepo de Arnold Lobel. Me costó dar el salto a la literatura para adultos. Seguí leyendo libros de Alfaguara infantil y juvenil casi hasta la universidad. Ahora que tengo un hijo pequeño estoy disfrutando de revisitar con él los libros de mi infancia. Me siguen interesando las tramas: los niños que se pierden, los animales que hablan, las cuevas…
ANTONIO PAU: Uno de Azorín. No recuerdo cuál, porque a los trece años ya los había leído todos. Cuando estuve con él la tarde del 28 de enero de 1967 conocía su obra perfectamente.
Fotografías: Juan Marqués
Lazarillo de Tormes
RICO, FRANCISCO (PREPARADOR)
ISBN
978-84-376-0660-6
Editorial
Ediciones Cátedra