Aquellas primeras lecturas
¿Qué leían cuando eran pequeños quiénes hoy escriben?
Seguimos recopilando los recuerdos lectores de los autores que han participado en los cuestionarios libreros de Las Librerías Recomiendan.
Todos ellos responden a la misma pregunta: ¿Qué libro inoculó en ti el vicio de la lectura?
JESÚS MARCHAMALO: Más que un libro el que me hizo lector, fue en realidad una colección, la de Clásicos Juveniles de Bruguera, unos libros que alternaban texto y cómic, y que durante años fueron mis regalos de Reyes, cumpleaños y enfermedades infantiles: tenías una tos, una fiebre, unas anginas, te vestían el esquijama y te compraban un libro. En esa colección leímos a Salgari, a Verne, a Walter Scott… Primero las ilustraciones y sólo después, a veces, el texto. Así que nuestro primer contacto con la literatura, con la lectura, fue viendo dibujos. De ahí saltamos a Enid Blyton, los libros de Los Cinco, Astérix y Tintín y, casi sin transición, a Maupassant -me acuerdo de la cubierta en la edición de Alianza, terrorífica- y Agatha Christie. Y después, Vian, Borges, Kafka, García Márquez y, sobre todo, Cortázar. ¡Cómo nos gustaba Cortázar!
PILAR ADÓN: Más que uno, creo que se trató del concepto del libro en general. Siempre me gustaron los libros. Había quien quería una bici o un juguete. Yo quería libros. Conservo los que me regalaron de pequeña en las ocasiones especiales, aunque los que de verdad me atraían eran los que tenía mi madre de la colección Reno. A la edad en que leí Que el cielo la juzgue, Rebeca o Cumbres borrascosas seguramente no entendí mucho, pero sentía pasión por subirme a una silla y repasar los lomos en la estantería en que estaban todos juntos. Había una edición en tapa dura de Jane Eyre que no me dejaban tocar, y el primer libro que recuerdo haber comprado con mi propio dinero en una librería fue el primer tomo de Los tres mosqueteros. También recuerdo las horas que pasaba en la librería de mi barrio leyendo las contras hasta que me decidía por el que finalmente compraba. Jamás podré agradecer lo suficiente la paciencia de aquellos libreros que me tenían horas allí de pie, mirando los expositores.
MIGUEL PARDEZA: Supongo que el veneno ya venía de cuna, aunque siempre pongo los mismos ejemplos, porque son los primeros de los que tengo memoria: El corsario negro de Salgari, y un poco después, El beso de la mujer araña de Manuel Puig y Cosecha roja de Dashiell Hammett.
ERNESTO PÉREZ ZÚÑIGA: Las Obras Completas de Federico García Lorca, en la edición de Aguilar. Yo era niño y su lomo me llamaba desde la estantería de mi padre, como un misterio que tenía que desvelar. Cuando leí en el prólogo de Impresiones y paisajes aquel «hay en nuestra alma algo que sobrepuja a todo lo existente», y aquel «verlo todo, sentirlo todo», descubrí la inmensa, inagotable fraternidad de la literatura (y de la poesía, como parte de ella). Dejé de sentirme solo. Todo lo que me faltaba estaba en aquel libro de Federico García Lorca.
SABINA URRACA: Muchos. No sabría deciros todos. Recuerdo sentir una fiebre especial con El paquete parlante, de Gerald Durrell. Quería vivir en Grecia, quería encontrarme con un pájaro y una araña que hablaran. Recuerdo sentir, en contraste, que mi realidad era profundamente decepcionante. Eso me pasaba con casi todos los libros que me gustaban: me hacían disfrutar pero, una vez terminados, mi mundo me parecía espantoso de pura normalidad. Algunos de mis primeros libros siguen siendo mis libros favoritos: ¡Sécame los platos!, de Kurt Baumann o los libros de Celia, de Elena Fortún. También La increíble historia de Lavinia, que era una versión de la pequeña cerillera de Andersen en la que la cerillera, a punto de morir de frío, era abordada por un hada chiflada que le regalaba un anillo. Este anillo, al girarlo, convertía en caca lo que estuvieses mirando en ese momento. De esta forma, mediante extorsión y amenazas de convertir todo en caca, Lavinia iba consiguiendo salir de la miseria.
AMELIA PÉREZ DE VILLAR: Los cinco se divierten, de Enid Blyton. Me lo trajo mi tío de una obra (era albañil), donde lo encontró tirado. No lo leí inmediatamente. Estaba rota la tapa, y lo forré de plástico transparente. Aún lo conservo. Lo siguiente que recuerdo es una versión adaptada de La Odisea. Pero adaptada de entonces: resumida, no de esas que consideran que los niños son tontos.
CARLOS PARDO: Me recuerdo leyendo, desde muy pequeño, enciclopedias, antologías de poesía (“el elefante no sabía / lo que era la telefonía”), cómics, diccionarios de mitología, cuentos de terror. Quizá siempre he disfrutado de ese otro mundo que es más real que la realidad circundante, porque incluye un “interior” que no mostramos: miedos, enamoramientos, envidias, fascinaciones, etcétera. He sido un niño… ejem… romántico. Con gran capacidad de sublimación. Pero quizá el libro que me dio la medida de la grandeza de la literatura fue Drácula, que leí al comienzo de la adolescencia, en la playa. Había suspendido unas cuantas asignaturas para septiembre y todo, todo excepto el futuro de Mina y sus amigos, me importaba más bien poco.
BRENDA NAVARRO: Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. Recuerdo que lo vi en la casa de una compañera de colegio y lo empecé a leer pensando que eran cuentos, creo que lo inicié justo en las páginas de en medio y me atrapó. Lo leí ávidamente mientras hacíamos una tarea en equipo (ellas hacían, yo estaba leyendo) y lo leí muy rápido porque lo quería terminar antes de que su mamá me mandara a casa.
Fotografías: Juan Marqués
GRANDES OBRAS ILUSTRADAS DE EMILIO SALGARI
Salgari, Emilio
ISBN
978-84-666-2358-2
Editorial
B (Ediciones B)
PAQUETE PARLANTE,EL
Durrell (castellano) Gerald
ISBN
978-84-16884-08-7
Editorial
SUSHI BOOKS
Las batallas en el desierto
Pacheco, José Emilio
ISBN
978-84-8383-235-6
Editorial
Tusquets Editores