Entrevista a Vanesa Casanova, traductora de “¡Melisande! ¿qué son los sueños?”

¡Melisande! ¿Qué son los sueños?

¡Melisande! ¿Qué son los sueños?

Halkin, Hillel

ISBN

978-84-15625-73-5

Editorial

Libros del Asteroide

Donde comprarlo

Uno de nuestros compañeros más activos en la web, Pedro González de Librería Hipérbole (Ibiza-Eivissa), nos regala esta interesantísima entrevista a Vanesa Casanova, traductora de nuestro Libro de la Semana “¡Melisande! ¿qué son los sueños?“.

Pedro González: Me he enamorado de un libro y tengo que repartir ese flechazo entre el autor y la traductora. ¿Qué significa para ti haber traducido una novela que está llamada a convertirse en una de las favoritas de los libreros en este año que acaba de empezar?

Vanesa Casanova: El mérito es del autor. “¡Melisande! ¿Qué son los sueños?” es una novela singular, tanto por su estructura como por el ingenio literario del autor para ir estableciendo conexiones, a veces muy sutiles, entre el plano intelectual y la narrativa de lo cotidiano. La escritura de Halkin es delicada, pausada cuando es necesario y muy sutil, con toques ácidos, humorísticos o de gran ternura según lo requiera la narración. Tiene diálogos estupendos, muy frescos; a veces son tiernos, otras veces llegan a cotas de altísima tensión emocional. Es una novela escrita por un autor que atesora un saber extraordinario. Nos ofrece pinceladas de episodios, personajes y obras de la filosofía y la literatura universal que van del Nuevo Testamento a la poesía de Keats, de la filosofía medieval árabe a los textos sagrados hindúes, de los últimos coletazos del macartismo a las protestas contra la guerra de Vietnam, y lo hace con una maestría extraordinaria, sin el más mínimo atisbo de pedantería.

«Halkin es muy generoso con el lector: no pontifica, no pretende aleccionar a nadie. Permite que seamos nosotros quienes vayamos descubriendo las luces y sombras de sus personajes. Melisande nos habla de los temas universales de la gran literatura: el amor, la compasión, el dolor que todos experimentamos ante la pérdida, la dificultad de perdonarnos por nuestros errores. Construye un universo narrativo en el que el mundo de las ideas permea la vida de sus protagonistas, les ayuda a entender sus acciones pasadas. Los personajes de la novela aprenden a vivir, a amar y a perdonarse, en buena medida, a través de la literatura: Hoo, el intelectual, el “lento”; Ricky, el genio incontenible que acaba consumido por su propia genialidad en una espiral de autodestrucción, pero al que seguimos reconociendo incluso atiborrado de pastillas en un sanatorio; y por último Mellie, el centro de todo, la Melisande de Trípoli, esa Mellie que pasa por un episodio terrible que Halkin retrata con una gran compasión. Son tres personajes en absoluto planos con los que cualquier lector puede identificarse. ¡Y qué final tan prodigioso! Es inevitable que se te forme un nudo en la garganta cuando, después de tanto dolor, se abre un resquicio para la esperanza. Es un final perfecto.

P. G. : ¿Cómo fue penetrar en el universo de Halkin? ¿Qué sentías al traducir esos párrafos que se graban en el lector?

V.C.: Lo primero que siento cuando tengo un libro que no conozco entre manos es una curiosa mezcla de nervios y miedo. “¿Estaré a la altura? ¿Sabré resolver los problemas?”. Melisande planteaba no pocas dificultades, que además eran importantes para el desarrollo de la novela y la construcción de los personajes. Abundaban los juegos de palabras y las bromas basadas en referentes culturales ajenos al lector español que obligaban a buscar soluciones creativas. Hillel Halkin fue muy generoso conmigo, señalando aquellos puntos en los que él consideraba que la traducción debía ir más allá (bien porque en mi traducción no había captado plenamente el sentido de lo que él quería decir, bien porque le parecía que mi interpretación era incorrecta o, en algunos casos, excesivamente libre). Para mí ha sido una experiencia muy enriquecedora.

Respecto a los sentimientos, creo que la traducción te obliga a adoptar una actitud un tanto “fría” hacia el texto. A veces debes pegarte al texto a nivel microscópico, otras debes alejarte para tener una visión de conjunto, para no perder de vista esa red de conexiones que une los diferentes elementos de la novela. No quiero decir con esto que no sintiera nada mientras traducía, al contrario, pero sí que la lectura del traductor no es comparable a la experiencia del lector. Incluso la primera lectura del original es diferente, porque constantemente vas en busca de las dificultades en potencia que puedes ir anticipando en el texto, tomando notas, preguntándote cómo vas a resolver esto o aquello. Normalmente no releo los libros una vez publicados, pero con Melisande he hecho una excepción. Quería ser capaz de volver a disfrutar de esta novela con ojos de lectora y debo decir que ha sido una experiencia muy gratificante.

P. G. : Ha recibido el premi Ángel Crespo de traducción, por “Rescate”, otra obra maestra. ¿Cómo es trabajar para libros del Asteroide, en mi opinión una de las editoriales más importantes del mundo? Se ha convertido en un clásico leer el nombre del traductor entre las dos franjas de color símbolo de la editorial.

V.C.: A mí, como lectora, me fascina la diversidad del catálogo de Libros del Asteroide. Puedo pasar de la vida de la Praga comunista con Heda Margolius-Kovaly a la América de Wallace Stegner, hurgar en la memoria de nuestra guerra civil con Chaves Nogales, darme un divertido paseo por un pueblecito inglés de la mano de John Mortimer o viajar a principios del siglo XX a Azerbaiyán con Alí y Nino. Es muy legítimo pensar que la literatura está ahí únicamente para entretenernos, pero a mí me gusta leer historias que me ayuden a cuestionarme mis convicciones, mi forma de ver el mundo, que me obliguen a plantearme preguntas incómodas. Eso sí, mi Asteroide favorito es El Pentateuco de Isaac, de Angel Wagenstein (en traducción de Liliana Tabákova). Es parte de una trilogía maravillosa y realmente emotiva, que no dejo de recomendar.

En cuanto a lo que supone trabajar con Libros del Asteroide, es muy fácil trabajar con gente a la que le apasiona lo que hace. Si un editor toma una decisión meditada y apuesta por poner un libro en manos de un traductor (no un libro cualquiera, no el siguiente en la cola, sino ese libro en concreto, porque considera que eres la persona más adecuada para hacerte cargo de ese trabajo), es muy importante entender y valorar el riesgo que asume. Quizás porque en este país estamos demasiado acostumbrados a hablar desde el rencor, creo que se habla muy poco de las buenas prácticas editoriales. Libros del Asteroide es una de esas editoriales que merecen un reconocimiento especial por su manera de valorar y tratar a todas las personas que participamos en la creación de un libro y que demuestran que se pueden hacer las cosas de otra manera.

P. G. : Hay ocasiones donde tengo la duda de si estoy leyendo al autor o al traductor. Son famosos los trabajos de Cortázar y su traducción de la obra de Poe, pero ¿Estoy leyendo verdaderamente a Poe? ¿Dónde está el límite para un traductor?

V.C.: El traductor se compromete a entregar al editor una traducción “ajustada fielmente al original”, según reza en muchos contratos. Sin embargo, no es el texto original el único que exige “fidelidad”; lo exigen también los editores, los lectores, incluso el propio autor, que puede haber cambiado de idea sobre lo escrito. Esta exigencia de “fidelidad” es problemática. David Paradela, traductor entre otros de Curzio Malaparte, dedicó un post extraordinario en su blog Malapartiana a comentar un texto de Susan Sontag (“La traducción según Susan Sontag”, http://malapartiana.wordpress.com/category/la-traduccion-segun/). Es un texto muy interesante cuya lectura me parece muy recomendable.

La traducción vive necesariamente a caballo entre esta exigencia de fidelidad y la creatividad. Sobre esta cuestión hay opiniones para todos los gustos, pero creo que hay un límite infranqueable que es el que marca el propio texto; hay traductores que prefieren apegarse más al texto original, mientras que otros optan por soluciones que pasan por un mayor o menor grado de naturalización. Ambas me parecen posturas legítimas, siempre que se sea consciente de por qué se hacen las cosas así y no de otra manera. Pondré un ejemplo sencillo: si traduzco fat sheep por “orondas ovejas”, ¿es reprochable? ¿Es un exceso creativo que denota una falta de respeto hacia el original? ¿Me he pasado? Honestamente, no tengo una respuesta definitiva ni en un sentido, ni en otro.

El momento en el que das por terminada una traducción se vive con muchos nervios, porque este es un trabajo en el que, si algo predomina, es la sensación de inseguridad y en el que, cuando se menciona la labor del traductor, suele ser para reprocharle sus errores, nunca para reconocer sus aciertos. No conozco a nadie a quien, una vez terminada una traducción, no se le ocurran nuevas posibilidades o que no haya descubierto matices diferentes, pero ya no hay tiempo ni oportunidad para hacer cambios. El primer error que descubres (o, peor aún, que otros te descubren) pesa mucho en el ánimo, para qué negarlo. Traducir exige tomar decisiones, asumir el riesgo de que cualquiera te reproche haber optado por una solución concreta. Me parece legítimo, ya que a fin de cuentas la versión del traductor no tiene por qué ser la única. En estos casos, siempre me acuerdo de aquella frase de Pessoa en su Libro del desasosiego: “el que es perfecto no se manifiesta” (Acantilado, trad. Perfecto Cuadrado). Traducir es manifestarse, con todo lo que ello conlleva. Tampoco la desidia de una inmensa mayoría de reseñistas nos beneficia. Muchos de ellos contribuyen a perpetuar la creencia de que los traductores somos una molestia prescindible. Desconozco si lo hacen por pereza, por desinterés o por falta de espacio. Cuando un reseñista alaba la elegancia de la prosa del autor X, la musicalidad de sus frases o la riqueza de su léxico, ¿de qué está hablando? Obviamente, de la traducción.

Hay quien cree la única traducción que puede considerarse “buena” es la traducción “invisible”. Ocurre muchas veces que, cuando un autor ya tiene voz en castellano, cualquier traductor posterior que le preste su voz será inmediatamente sospechoso y su traducción será inevitablemente “mala” o “peor” que la primera. Podríamos poner infinidad de ejemplos, desde las obras de Poe que mencionas a las traducciones de la obra de Proust, a quien yo no puedo leer en francés. Es una buena pregunta: ¿qué es lo que nos gusta exactamente? ¿Proust o esta o aquella traducción de Proust? La traducción es al mismo tiempo el texto original y algo más, siempre sujeto a variaciones e interpretaciones.

P. G. : ¿Qué podemos hacer para ayudaros? Creo que los libreros podemos ser uno de vuestros apoyos más importantes de cara a fortalecer vuestra posición en el mundo del libro.

V.C.: Los libreros sois quienes más cerca estáis del lector: conocéis de primera mano sus gustos, sabéis mejor que nadie si un libro puede llegar a emocionar a una persona con quien habéis construido una relación de confianza. Tenéis un instinto singular, un olfato especial que os convierte en actores imprescindibles para la supervivencia del libro. La traducción solo tiene sentido porque hay lectores. Yo soy, ante todo, lectora; en cada ciudad tengo una o más librerías de referencia, lugares a los que acudo a “pescar” libros y que siempre recomiendo a amigos y conocidos. Me gusta mucho conversar con los libreros, intercambiar opiniones… La competencia que sufrís los pequeños es feroz y por ello creo que es también responsabilidad nuestra, de todos los que de alguna manera participamos de la creación de un libro, educarnos en el funcionamiento de todos los procesos y las necesidades de todos los sectores y personas que hacen posible la existencia del libro.

P. G. : Muchas gracias por Melisande, por hacerme soñar, por darme otra razón para seguir luchando por los libros.

V.C.: Muchas gracias a vosotros.

Vanesa Casanova

Fotografía: Biblioteca de Alagón